La entrevista de Évole a Redondo en La Sexta dejó uno de los momentos más hilarantes de la televisión: el asesor diciendo al periodista "in my opinion" en inglés macarrónico y luego traduciéndolo él mismo como "en mi opinión" en español balbuciente. También uno de los más inquietantes: el anuncio de que los socialistas tienen preparada una reforma constitucional de calado. Para lo que los medios de desinformación tienen preparada una cortina de humo: Juan Carlos, Leonor y el machismo de la sucesión. Cosas de Franco. En el fondo: la sumisión explícita de la Constitución a lo que llamó Redondo la "tercera España": el nacionalismo periférico, la España de Otegi y Puigdemont, ese oxímoron.
Se ha destacado el narcisismo y la inanidad de un personaje tan ridículo como grandilocuente, pero lo cierto es que Iván Redondo iluminó la verdad profunda del paisaje político español futuro como pocas veces se ha hecho. Esta es la verdadera Agenda 2050 del Ala Oeste de la Moncloa: desarticular, desvertebrar y deconstruir España. Explicó el exjefe de gabinete de Sánchez que es mentira que solo haya dos Españas, la socialista y la conservadora, porque, apuntó, hay una tercera. Usualmente, al hablar de la tercera España pensamos en aquellos liberales que defienden un Estado de Derecho de libres e iguales, al tiempo críticos del inmovilismo reaccionario al que tienden los conservadores y del autoritarismo sanguinolento de los socialistas. Sin embargo, no era ni en Clara Campoamor ni en Sánchez-Albornoz en quienes estaba pensando Iván Redondo. Tampoco en Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso. Porque la tercera España que citó fue la de los nacionalistas periféricos.
Todavía vivimos bajo la ilusión de que el nacionalismo puede ser vencido en todo lo que tiene de xenofobia, exclusión y pérdida de libertades. O, con Ortega y Gasset, que podemos avanzar sobrellevando a los legatarios de todo tipo de terrorismo y golpismo. Sin embargo, Redondo nos regaló un relámpago de lucidez: el nacionalismo ha vencido, no hay vuelta atrás en la desnacionalización de España. Y no sólo es el PSOE el que se ha rendido a la evidencia de la determinación y el carácter de los seguidores de Urkullu, Otegi, Puigdemont y Junqueras, sino que todo apunta a que el PP va a continuar la deriva centrífuga marcada por el Estado de las Autonomías, que finalmente no ha sido una manera de buscar la concordia civil entre los ciudadanos de distintas lenguas y culturas dentro de un proyecto común, sino el caballo de Troya del particularismo cultural, el provincianismo mental y el cantonalismo administrativo.
La última esperanza de que la tercera España liberal consiguiese marcar un rumbo hacia una España de ciudadanos diversos en la unidad de la nación común fue Ciudadanos. Fracasado el partido de Albert Rivera en su misión de españolizar tanto al PSOE como al PP, las aguas de los pactos han vuelto a la senda de la hegemonía nacionalista bajo la que sucumbieron tanto Felipe González como José María Aznar.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Además de la lógica electoral que hace que los partidos nacionalistas hayan tenido un poder parlamentario de facto mucho mayor al que les correspondía por representación, aparte de la falta de cultura política y conocimiento histórico de la mayor parte de los dirigentes actuales, independientemente de la inercia institucional que nos condiciona para no desafiar dogmas como la inmersión lingüística ni mitos como que la identidad cultural, lo más relevante es que hayan sido mercenarios cursis como Iván Redondo los que han llegado a la sala de máquinas de ese barco llamado España. En ella confunden sus aspiraciones e intereses personales con el bien público, llevando al conjunto del país a estrellarse en el acantilado de la incompetencia, el catetismo y el sectarismo mientras, puertas giratorias de por medio, rellenan los consejos de administración de empresas públicas y privadas en una apoteosis de corrupción tan generalizada como legal.