El New York Times despidió a Quinn Norton, una reportera sobre tecnología, porque había dicho que tenía amigos neonazis aunque no compartía sus opiniones. También porque retuiteó algunos comentarios que incluían la palabra "nigger" ("negrata"), lo que en Estados Unidos está peor considerado que matar a la propia familia con un hacha. Sin embargo, el periódico que es el faro moral de la progresía ha sido mucho más benevolente, como relata Daniel Rodríguez Herrera en estas páginas, con la racista asiática que considera a los blancos poco menos que escoria que lo que mejor que puede hacer es extinguirse. La reportera asiática se ha mostrado arrepentida para conservar el empleo aunque una compañera suya en The Verge ha lamentado que su Twitter a partir de ahora será más contenido y, por tanto, menos "gracioso". Ya saben, para la izquierda norteamericana cualquier chiste sobre Obama es un delito de odio y racialmente sospechoso pero establecer una analogía entre Trump y Hitler o sacar en portada al presidente republicano con una pistola apuntándole a la cabeza es para partirse de risa.
Pero este caso forma parte de una tendencia más amplia por parte de la izquierda para implementar un doble rasero a la hora de enjuiciar ideas y acciones. Desde que RTVE ha pasado al control de los socialistas sus locutores han llamado "presos políticos" tanto a los etarras vascos como a los golpistas catalanes . Posteriormente se han disculpado y lo han disfrazado como un lapsus. Pero estos lapsus no son casuales sino que no hacen sino poner de manifiesto una creencia latente en la izquierda de que dichos terroristas y golpistas tienen cierta legitimación ya que estarían obedeciendo a directrices políticas de su pedigrí ideológico. Es cierto que también la derecha ha negociado con los nacionalistas xenófobos y ha llegado a hacerse fotos sonrientes con los que hasta ayer los asesinaban. Pero lo que en la derecha obedece a un simple y rastrero cálculo político utilitarista, en la izquierda responde a una afinidad filosófica primaria.
En ese sentido, el presidente socialista Sánchez usa su Twitter para felicitar sus fiestas religiosas a los musulmanes pero obvia sistemáticamente la de los católicos como si le molestase llamarse "Pedro" en lugar de "Yusuf". También se acuerda de las Trece Rosas como víctimas de la barbarie pero hace caso omiso de, por ejemplo, las monjas, más de trece, que fueron asesinadas por la barbarie opuesta. Como si por el hecho de ser religiosas cristianas en lugar de activistas comunistas su sangre fuese menos roja y su dignidad menos mancillada. De este modo muestra el verdadero rostro de la "memoria histórica", un mecanismo de ajuste de cuentas que sirve para continuar la guerra civil imponiendo una "narrativa" que enhebra fake news a través del blanqueamiento del fanatismo izquierdista y el olvido de las víctimas masacradas por la violencia socialista y comunista.
En la novela La séptima función del lenguaje del francés Laurent Binet, un intelectual izquierdista establece una identificación entre el IRA y la Resistencia francesa contra el nazismo. Ya sea IRA, Hamas o ETA, desde el punto de vista socialista en el fondo no son terroristas sino insurgentes y rebeldes contra una opresión de privilegiados conocidos como Thatcher, judíos o españoles. Y es que para la izquierda matar gente o insultarla es permisible o no dependiendo de quién sea la "gente": "los negros son escoria", intolerable; "los blancos son escoria", fina ironía; "trece comunistas fueron asesinadas por sus ideas", memoria histórica, dignidad y justicia; "trece monjas fueron asesinadas por su religión", desmemoria histórica, algo habrán hecho y si te he visto, no me acuerdo. Otro personaje de la novela de Binet, una militante de extrema izquierda, responde a quien acusa a las Brigadas Rojas de haber asesinado a Aldo Moro:
Ma che terroristi? Militantes que utilizan la acción violenta como medio de acción, ecco!
Una frase que sintetiza un siglo y medio de negación por parte de la izquierda no solo de su querencia por la violencia política sino, lo que es más grave, de reconocer en su propio seno la misma monstruosidad política que dice combatir: el fascismo entendido como personalidad autoritaria, inquisitorial y violenta solo que, en su caso, envuelta en narcisismo moral autocomplaciente.