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Santiago Navajas

La culpa es de Cayetana

Cabría preguntarse qué hacía una chica como ella en un partido como ese.

Cabría preguntarse qué hacía una chica como ella en un partido como ese.
Cayetana Álvarez de Toledo, sola en el Congreso | EFE

Comentó Cayetana Álvarez de Toledo que uno de los motivos de su destitución es que Pablo Casado no cree que sea el momento de emprender la batalla cultural. Lo que quiere decir el líder supremo del PP es que su partido no es para gente con ideología, sino para aquellos cuyas preocupaciones más altas en la vida son la contabilidad de lunes a viernes y el golf los fines de semana (en el caso de Teodoro García Egea, el lanzamiento de huesos de aceituna, que viene a ser un deporte similar). O, dicho de otro modo, para personas que consideran que la odontología es mucho más importante que la deontología. Todo sea dicho sin acritud hacia contables, golfistas y dentistas.

Si hay que reprocharle a alguien la destitución de la hasta ahora portavoz del PP es a ella misma. Su paso por el Partido Popular ha sido la crónica de una muerte anunciada, rememorando a García Márquez; porque cabría preguntarse qué hacía una chica como ella en un partido como ese, tomándole prestado el título a una película a Fernando Colomo. Siguiendo con títulos célebres, podemos inferir sin mucha dificultad que el futuro de Cayetana Álvarez de Toledo en el PP se resume en el de otra película, esta vez de Agustín Díaz Yanes: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Y casi mejor que no hablen, porque, con el cadáver político de Cayetana Álvarez de Toledo aún caliente, el director de La Razón le dedica un artículo en el que lo más suave que le llama es "desleal".

Pero, dirán ustedes, ¿qué es eso de la "batalla cultural"? Nimiedades para la plana mayor del Partido Popular. Por ejemplo, sería luchar para que volviese a defenderse la presunción de inocencia anulada por la Ley de Violencia de Género; conseguir que la educación en español sea un derecho efectivo para todos los españoles; que el feminismo no esté secuestrado por unas radicales de izquierda y su política de cuotas, victimismos y discriminaciones positivas; que la lengua española no sea maltratada sistemáticamente desde las instituciones públicas, que imponen autoritariamente el patético lenguaje inclusivo; que el Poder Judicial sea realmente independiente y no una merienda de negros politicastros; y que el mérito y el conocimiento sean los ejes de un sistema educativo ilustrado, no el adoctrinamiento y la justicia social de la pedagogía progre.

La batalla cultural se resume en el lema "Libres e Iguales" que repite Cayetana Álvarez de Toledo. Lo cual, en la España dominada culturalmente por nacionalistas y socialistas, es como mentar la horca en casa del ahorcado, el 8-2 en los alrededores del Nou Camp, la isla de Epstein en la Convención Demócrata y el FRAP en Galapagar.

Decía Kierkegaard: "Existen dos maneras de ser engañados: una es creer lo que no es verdad, la otra es negarse a aceptar lo que sí es cierto". No olviden que el primer dogma de la izquierda sobre la batalla cultural es negar que exista la batalla cultural.

El PP jamás va a dar dicha batalla contra los dogmas ideológicos de la izquierda identitaria porque los ha asumido como propios. Baste recordar que votó a favor de la Ley para la Promoción de la Igualdad de Género propuesta por el PSOE en Andalucía, una aberración jurídica, una monstruosidad liberticida. Para mostrarse más beligerante en cuestión de principios morales y políticos, a la ‘élite’ de la derecha le tendrían que importar la cultura, la libertad de expresión y la autonomía intelectual. Pero la relación sado-masoquista entre la izquierda y la derecha españolas es uno de los espectáculos más fascinantes de la política internacional. Cuanto más azota, humilla y arrastra la izquierda a los del PP –y ahora también a Ciudadanos–, más suplican que no es suficiente. Lo llaman ‘moderación’.

Cayetana Álvarez de Toledo se negó a que la bancada socialista-podemita y los medios de comunicación izquierdistas la azotaran hasta hacerla sangrar y les respondió recordándoles sus innumerables crímenes políticos: de la Segunda República, que traicionaron, a la Transición, que casi consiguieron hacer naufragar, pasando por su complicidad con todo tipo de terroristas, de los que lanzan bombas o de los que escriben libros. Por todo ello, jamás la perdonarán. Cayetana Álvarez de Toledo es detestada por la izquierda porque, como liberal que es, y a diferencia de conservadores y demócrata-cristianos, no ha cedido un ápice en las cuestiones básicas sobre libertades, cultura y Estado de Derecho.

La culpa de su destitución la tiene, por tanto, la propia Cayetana Álvarez de Toledo, porque no inclina la cerviz ante los dogmas que el núcleo irradiante de la izquierda pretende imponer en todos los ámbitos de la sociedad, de la judicatura al sistema educativo, pasando por la propia lengua española. En España, la derecha ha asumido que para llegar a las poltronas ha de convertirse en una copia de la izquierda, así que prefiere quemar sus libros de Hayek y Chesterton antes que arriesgarse a perder sus piscinas y sus pistas de pádel. La derecha pasa de este modo de cobarde a sumisa. Paradójicamente, se han quedado todavía más relajados con la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo los periodistas pastueños conservadores y la plana mayor del PP que Pablo Iglesias, Carmen Calvo y El País juntos. ¡Qué hembra! Sería ideal para interpretar a Lou Andreas Salomé dándole con la fusta a Nietzsche.

Advierte Nick Cave que "la negativa de la cultura de la cancelación a comprometerse con ideas incómodas tiene un efecto asfixiante en el alma creativa de una sociedad". Con la destitución de la incómoda Cayetana Álvarez de Toledo, el PP ha impuesto la asfixia a la creatividad, la autocensura al arrojo, el silencio de los corderos a la complejidad del debate. Nunca ganarán el poder, aunque es posible que Pablo Casado algún día llegue a la Moncloa.

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