En 1979, en un congreso extraordinario, el PSOE echó a Marx por la ventana. En 2021, 40º Congreso, Marx ha vuelto a entrar en el PSOE por la puerta.
Tras la muerte de Franco, González asumió que los socialistas sólo podrían alcanzar el poder, en una sociedad que hacía la transición hacia una democracia liberal dominada por la clase media, si abandonaban los postulados de la guerra de clases y la nacionalización de la propiedad privada. El desenterramiento de Franco muestra que Sánchez ha comprendido que la guerra de identidades (de género, de etnias, de nacionalidades) es la transmutación contemporánea de la guerra de clases. Es el signo de una época en la que el marxismo posmoderno se ha introducido en los resquicios de una izquierda que ha dejado de ser ilustrada y racional para devenir inquisitorial y emocional.
En estos cuarenta años, los socialistas no han dejado de cantar en sus congresos La Internacional y de levantar el puño. Marx no estaba muerto, sino hibernando. Ahora no son famélicos ni se dirigen a los obreros, campesinos y demás proletarios, sino que su target (como diría su nuevo Willy Münzenberg, Iván Redondo) son los individuos líquidos que pululan en Tinder y Netflix en busca de experiencias efímeras e identidades fluidas. Seguramente cuando Alfonso Guerra pronosticó que los socialistas iban a dejar España que no la iba a reconocer ni la madre que la parió no esperaba que tampoco la fuera a reconocer él mismo. Pero, a la hora de la verdad, tanto Guerra como González se han arrodillado ante el PSOE woke de Zapatero y Sánchez.
Las democracias liberales se organizan a través de la paradoja de acoger en su seno partidos autoritarios que, compitiendo entre sí, garantizan la pluralidad y la libertad negada dentro de sus aparatos leninistas. Ninguno, sin embargo, alcanza el nivel de totalitarismo del PSOE. Con su jerarquía de hierro y la servidumbre voluntaria de sus miembros, hay que reconocerles que, desde el punto de vista darwiniano, representan un caso sin parangón de éxito evolutivo. Aunque sea un caso más bien parecido al de los parásitos: el ser vivo más grande del planeta se encuentra en Oregón, es un hongo que se extiende a través de 880 hectáreas. Así los ciento cuarenta años del PSOE, camino de los mil años que pronosticó Hitler para el III Reich.
¿Cómo no admirar a un partido capaz de apropiarse de Clara Campoamor, presentando a la feminista liberal, a la que acosó y casi asesinó durante la II República, como si fuese una filistea a lo Carmen Calvo? ¿Cómo menospreciar a un partido que se olvida de los asesinados y perseguidos por los nacionalistas para pactar con estos, estando la sangre derramada todavía caliente? ¿Cómo no asombrarse ante un partido que clama por la justicia social y el bien común mientras presenta leyes que destruyen la educación pública en nombre del igualitarismo, la presunción de inocencia –en pro del linchamiento de género– y los mercados creadores de prosperidad, al tiempo que Zapatero, Bono et alii devienen casta extractiva? ¿Cómo subestimar a un partido que prepara el asalto a la Constitución para desespañolizarla como ya ha hecho con la historia, la lengua y las costumbres?
Decía que Marx ha vuelto a entrar en el PSOE. En este caso, un Marx pasado por el estructuralismo posmoderno pero fiel a su seña de identidad, la guerra entre colectivos, a los que se azuza unos contra otros para que haya, como susurró Rodríguez Zapatero a Gabilondo, crispación social.
Bienvenidos a la guerra civil posmoderna.