No voy a decir aquello de que quien ignora la historia está condenado a repetirla, porque creo que el castigo para el ignorante es mucho peor: quien ignora la historia acaba siendo cómplice de su viejo enemigo. Me viene esto a la cabeza a cuenta del presidente Rajoy, que, como si quisiera culminar una hoja de servicios contra la Nación, acaba de aprobar una ley que remueve los fundamentos de nuestra libertad y de nuestra cultura: sin que aúllen los altavoces del laicismo radical, que se descubre otra vez como anticristiano, el Estado español permite que la comunidad musulmana predique en las escuelas proponiendo a Mahoma como "modelo de vida". No sabemos si se incluirá la recomendación de casarse con niñas de seis años.
Esta ley, según expertos, ha sido redactada en su totalidad por los responsables de la comunidad musulmana en España, sin apenas revisión alguna por parte del ministerio competente. La ley sorprende por su carácter marcadamente confesional en cada uno de sus artículos, y desarrolla una vocación proselitista, revistiendo de tolerancia los aspectos más polémicos de un estricto sistema teocrático. De todos son conocidas las polémicas predicaciones de los imanes en nuestras mezquitas, muchas veces rayanas en el delito. Y todos sabemos de la falta de libertad, cuando no persecución directa, que padecen las mujeres y los cristianos en los países islámicos, mientras que aquí disfrutan de la generosidad características de la libertad y la democracia, reciprocidad, por cierto, a la que se niegan sistemáticamente. No contento con esto, el gobierno de Rajoy, que con la Ley Wert ha vulnerado acuerdos básicos con la Iglesia, concede sin embargo un peligroso privilegio al islam.
Hay españoles combatiendo en las filas del Estado Islámico, hay movimientos ciudadanos para entregar la catedral de Córdoba al islam y en la mezquita de la M-30 se captan yihadistas. En Irak, algunos periodistas han sido decapitados por musulmanes nacidos y educados en el Reino Unido. En Francia crece el apoyo a la yihad en un número –para que nos hagamos una idea– superior al apoyo que tenía ETA en el País Vasco. No podemos confundirnos: la tolerancia y la libertad tienen límites. Claro que no todos los que profesan el islam comparten ni apoyan el terrorismo, pero también es cierto que el multiculturalismo ha fracasado y que, por supuesto, existen civilizaciones mejores y peores. Ponerlas todas al mismo nivel sólo es allanar el camino a la barbarie.
No nos sorprende el silencio de la izquierda ante los crímenes del Estado Islámico porque algunos siempre han buscado aliados para destruir el mundo de la libertad. Sobre este punto, me comentó un periodista venezolano cómo el chavismo promueve la predicación del islam a los indígenas debido a sus acuerdos con Irán. Tampoco resulta chocante que el separatismo permita que agentes marroquíes adoctrinen en el nacionalismo a los musulmanes afincados en Cataluña, a la vez que los islamistas logran privilegios legales para expandirse. Nada nuevo, porque ya sabemos que una parte del mundo occidental está empeñada en suicidarse y muchos gobiernos saben que, para lograrlo, deben destruir sus propios cimientos. La preciosa multiculturalidad del mito progresista, reflejada en disparates como la Alianza de Civilizaciones o la falsa convivencia de las tres culturas, se alimenta sobre todo del desprecio a lo propio. El mejor aliado de la intolerancia es el relativismo de quienes no tienen principios.
En mi reciente viaje a Irak he podido conocer a personas como nosotros que, por ser vecinos de la amenaza, saben que tiene que dejar a sus familias para combatir contra el enemigo. En esas regiones, no tan lejanas, hubo prósperas sociedades cristianas que fueron aniquiladas por la barbarie. De la mayoría de ellas apenas queda el recuerdo.
Mientras escribo no dejo de reflexionar sobre las duras palabras del arzobispo de Mosul: "Nuestro sufrimiento es el preludio del que los europeos y occidentales sufrirán en un futuro próximo". Así, el cardenal Casaroli afirmó, con gran sabiduría, que hoy tenemos que enfrentarnos a dos fundamentalismos que, como estamos viendo, son aliados: el islamismo y el laicismo radical.
Que cada día parecen menos opuestos por más complementarios.