España tiene importantes carencias en materia educativa. Basta con observar los informes internacionales –referencias incuestionables a nivel mundial– para darse cuenta de la terrible desventaja en la que se encuentran los alumnos españoles en relación a los de otros países desarrollados. Según datos del último informe PISA, España ocupa el tercer puesto por la cola de un total de 19 países en Lectura. Nos superan países como Grecia, Portugal, Francia o Reino Unido.
También estamos por debajo de la media europea en Matemáticas y Ciencias. Ante estos resultados lo más recurrente, sobre todo por aquellos que siguen negando que el problema pueda estar en el modelo educativo, es dirigirse a comparar el esfuerzo económico que realizan los países de nuestro entorno y cuanta es la inversión en el nuestro en lo que a educación se refiere. Curiosamente no es este un terreno donde nuestro país se encuentre en desventaja. El gasto de España en educación es un 20% superior al de la media de la OCDE y de la Unión Europea. Tampoco nuestra situación es precaria en relación al profesorado. Nuestra ratio en relación al número de alumnos por profesor en educación secundaria se sitúa en 8,5 frente al 12,1 de la Unión Europea. Sin embargo tenemos un abandono educativo temprano, el 28,4%, que dobla la media europea.
En resumen, más inversión, más profesores, lo que en la práctica podría traducirse en una enseñanza más personalizada, y peores resultados. Invertimos cantidades importantes en educación y pese a todo nuestro resultados no son buenos, en algunos aspectos han empeorado en los últimos diez años.
Si dirigimos nuestra mirada hacia la universidad los datos son similares. Importante esfuerzo económico, el gasto por alumno entre 1995 y 2008 se incrementó un 38% frente al 14% de media de la OCDE y a pesar de la amplia oferta, 79 universidades, ninguna entre las 150 primeras del mundo.
Es evidente que algo falla en el sistema educativo español. Estamos destinando importantes recursos a un sistema fallido. Un sistema que desterró de las aulas la cultura del esfuerzo, el respeto por el profesorado, la búsqueda de la excelencia, la transparencia, la rendición de cuentas. Un sistema que se desarrolló en el conformismo y que justificó su existencia en la inversión sin límites.
Estamos a tiempo de cambiarlo. El peor enemigo de la educación española es el inmovilismo. Ninguna de las medidas adoptadas por el gobierno para la racionalización del gasto incidirá en la calidad del actual sistema. Son medidas similares a las que se aplican en el resto de Europa con mejores resultados. Lo único que puede incidir en la mejora de la calidad es la reforma del sistema. Comenzando por dotar al profesorado de un Estatuto que diseñe un verdadera carrera profesional, cambiando el sistema de acceso, reformando la Educación Secundaria, ampliando el Bachillerato a tres años –como existe en la mayoría de países europeos– fortaleciendo los contenidos comunes y las materias instrumentales, aplicando una política de evaluación y transparencia, en definitiva, olvidando el modelo educativo socialista para dirigirnos a la educación del futuro.
Sandra Moneo es secretaria sectorial de Educación e Igualdad del PP