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Sabino Méndez

El país de las mentiras

Todo señala la ruptura del relato nacionalista; un relato inconsistente que necesitaba para mantenerse en pie que estuvieran siempre prietas las filas.

La pregunta que estos días se hace todo el mundo fuera de Cataluña es: ¿cómo ha sido posible que los empresarios perjudicados por la mafia de intereses que movía el nacionalismo institucional no lo denunciaran ni promovieran medidas judiciales, permitiendo que la omertá durara tantos años? La respuesta es sencilla pero sutil: la eficacia de la red clientelar del nacionalismo ha residido en la cuidadosa administración de los beneficios. El empresario ajeno a la red no estaba amordazado, sino que tan solo se le ponía un techo. Tú ganarás cincuenta (o veinte, o quince: la importancia fijaba tácitamente el techo de cada cual) si yo gano cien. Pero si denuncias mis cien, no ganarás nada y ya te puedes ir a trabajar a otro sitio. Y perderás para siempre la posibilidad de ser tú algún día el que esté en el ajo. La red clientelar del nacionalismo pujolista ha sido un enorme ejemplo de cómo manejar a beneficio propio la codicia humana. Porque casi todo el mundo aceptó ese juego, unos porque pensaron que menos era nada y otros porque no les quedaba otro remedio para sobrevivir en la zona. Tan solo aquellos cuyos ingresos dependían del exterior podían permitirse el lujo de levantar la voz, pero como eran pocos y viajaban mucho era tarea fácil para la propaganda institucional tildarlos de excéntricos.

Gozando de la excepción del excéntrico, decido estos días irme a dar un paseo por el núcleo de las conmemoraciones nacionalistas del 1714. En el Fossar de les Moreres a los catalanes que discreparon del carlismo se les llama todavía traidores en piedra institucional. Y a los otros, mártires. Aparte de un enorme ejemplo de maniqueísmo y de pedagogía del odio, la palabra mártir en ese contexto muestra a las claras que aquí las instituciones públicas siguen discurriendo por los terrenos de la religión, cual estado islámico en versión democrática. Paseando hasta un poco más allá, llego al ridículo del edificio del antiguo mercado de El Borne, otro ejemplo que enlaza al catalanismo con el despilfarro público del ladrillo español de los últimos años. Un ejemplo de cómo eliminar una gran biblioteca pública que en su proyecto original tenía que estar abierta las 24 horas, y de cómo hacerlo en aras de la cursilería ambiente. La biblioteca no se ha hecho. El espacio se ha dedicado finamente a sacralizar unos restos urbanos de la Barcelona de 1714, con un intento de darles, tal como hicieron los italianos con su foro en Roma, un aire clásico pero en versión cutre. Para rematar ese grotesco origen, han colgado estos días unas lamparitas y unas telas de bajo presupuesto (la crisis) que le dan cierto aire de teatrillo de títeres. El objetivo es conseguir un efecto menestral catalán, pero como está mal hecho el resultado es más de patio andaluz (en nivel parvulario de manualidades) que otra cosa. Por las paredes han colocado frases que, tosca y grotescamente, ensalzan a las patrias como maquinarias de sacrificio humano. Solo un cerebro lleno de materia fecal podría aceptar toda esa épica desbordada que niega lo mejor de la tolerancia, el pacifismo y la racionalidad de lo humano. El panel dedicado a Carrasco i Formiguera debe de haber sido concebido por un acérrimo enemigo inconsciente de los democristianos. Repite tantas veces la palabra Jesús que dan ganas de decir achís. O hachís, que es lo que se debía de haber tomado el autor en el momento de la inspiración. Uno sale con la perversa idea de usar a partir de entonces todas las banderas únicamente como papel higiénico.

Una última nota sobre la cursilería ambiente: compro unos tomates para la cena en el súper de al lado de El Borne. Es una marca ecológica. Miro la etiqueta para ver los ingredientes y pone (el ejemplo es literal, no lo invento): cultivados con mucha ternura. Hombre, yo necesitaría un poco más de información; esa información que nos ha sido tan escamoteada a los catalanes en las últimas décadas. El ingrediente principal: la ternura. Vaya. No hay criatura más insensible que un sentimental, ese ciudadano que confunde la sensibilidad con el sentimentalismo, que confunde la educación y las buenas maneras con los diminutivos.

Todo señala la ruptura del relato nacionalista, las grietas en ese relato cursi; un relato inconsistente que necesitaba para mantenerse en pie que estuvieran siempre prietas las filas. Por eso, los convergentes que salen estos días en TV3 parecen asustados y desencajados. No hacen más que insistir (muchas veces sin que venga demasiado a cuento) sobre el mensaje de la unión de los catalanistas. Pero esa unión ha saltado por los aires con la confesión de Pujol. El miedo de los convergentes, sean de viejo o nuevo cuño, se nota en el aire desesperado que tienen los noticiarios de TV3 estos días. El buque insignia del pujolismo navega a la deriva. Sus telediarios buscan abrir cada día con cualquier tema relacionable con la consulta, en bloques de dos o tres, incluso aunque sean traídos por los pelos, para intentar insistir en la unión imaginaria. Desfilan las Gispert, Forcadell, etc. con cara de plancha y desconcierto ante cualquier pregunta incisiva sobre la realidad y la legalidad. Forcadell aparece y dice en la entrevista estrella matinal que el referéndum será la votación más importante de nuestras vidas. Grandes risas en los núcleos urbanos porque, ocupados en cosas verdaderamente más importantes (los hijos, el amor de sus cónyuges, la pensión de sus abuelos), los catalanes detectan que lo que Forcadell reconoce es que esa simple votación va a ser lo más importante de su vida. Y qué vida más triste aquella cuyo momento cimero debe ser un referéndum. Hace pensar que confunde los asuntos públicos con sus aflicciones estrictamente personales.

Pero una gran parte de la calle está cansada de tanta farsa épica y sentimentaloide. Antes, por estas fechas, todas las librerías colocaban su pequeño rincón de aparador dedicado a los hechos de 1714. Unos lo hacían por convencimiento nacionalista y otros para no ponerse a malas con las instituciones y perjudicar las posibilidades de negocio. Este año, olfateando la debilidad de la bota nacionalista institucional, la gente ha hecho más lo que ha querido y los escaparates de 1714 han disminuido. Se ven menos en las ciudades y se conservan en las poblaciones rurales con un aire más disminuido, casi doméstico, un poco rancio. Los libros victimistas son de los autores habituales, que ya, de conocidos, tienen un poco cansada a la población. Hay que pensar que en la Cataluña actual los libros de Historia que se promocionan con medios no los escriben los historiadores con la preparación pertinente, sino los presentadores de televisión.

Este once de setiembre saldrán a manifestarse los seiscientos mil de siempre y TV3, también como siempre, dará a entender que han sido más de un millón. Será interesante ver cómo da cuenta TV3 de la diada, porque la emisora autonómica es el mejor termómetro sobre las peleas ocultas dentro de Convergencia. Sobre todo, desde que se rumorea por aquí que las subvenciones van a empezar a favorecer al grupo Godó para desmantelar la sobredimensionada maquinaria publicitaria (más de dos mil trabajadores de plantilla) del pujolismo. La primera señal de que hay agitaciones internas es que algunos presentadores se atreven a hacer a sus entrevistados preguntas comprometedoras que se salen del guión habitual del nacionalismo. En los próximos tiempos, se espera en Cataluña un festival de chaqueterismo. Mientras tanto, la facción talibana de la emisora pública sigue apretando el acelerador a fondo con el mismo desespero de Mas, propio de quien ha marrado la apuesta pero sueña con que un empujoncito final quizá pueda hacer sonar la flauta de que salga su número. Para estos días, la emisora pública programa un culebrón de época sobre la independencia americana. Se nota que es de segunda división, pero toscamente intentan convencer con anuncios de que es de gran presupuesto. TV3 ha coproducido también una película a favor de la independencia en la que la directora (que parece de clase alta y cuyo curriculum se desconoce), de entrada, cuando presenta su obra, descalifica cualquier opinión que esté en contra. En la película se hacen afirmaciones tan peregrinas como que Cataluña, si fuera independiente, sería la California de Europa. Un conocimiento mínimo de California, de la Costa Azul europea y de la costa italiana permite impugnar fácilmente ese delirio. Pero, lo que es peor, un conocimiento profundo de California hace pensar algo mucho más terrible: ¿es acaso ese modelo de desigualdades el que quiere esta gente para la dulce Cataluña del futuro?

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