He aquí un libro perseguido escrito por un hombre que vive en el destierro. Su gestación estuvo llena de aventuras, incidentes y seguimientos policiales al autor. No es infrecuente. En Marruecos –es decir, en el entorno del rey Mohamed VI, Comendador de los Creyentes– se sigue muy de cerca lo que se publica sobre el reino y el monarca. Desde la publicación del célebre Nuestro amigo el rey, de Gilles Perrault, pasando por los más recientes Les officiers de Sa Majesté, del comandante del Ejército Real Mahyub Tubyi, y El rey predador, de Catherine Graciet y Eric Laurent, no hay libro sobre Hasán II, Mohamed VI o, en general, la política marroquí que no suscite el interés –y, en ocasiones, las presiones– de Rabat.
Mulay Hicham el Alauí (Rabat, 1964) es primo del rey. Apodado el Príncipe Rojo, este príncipe expulsado del entorno real es una de las figuras más sugestivas, interesantes y problemáticas del Marruecos contemporáneo. Hombre de negocios, presidente de la Fundación Mulay Hicham, opositor inquebrantable desde la lealtad institucional, ha escrito esta biografía de su país y su familia que es, a la vez, un repertorio de claves para comprender el entorno complejísimo –y, a menudo, secreto– del Majzén y el entorno del rey.
Quien busque aquí un libro-denuncia al estilo de La prisionera, de la hija del general Ufkir –en colaboración con Michèle Fitoussi–, tal vez quedará decepcionado. No es el catálogo de injusticias y atrocidades que uno podría esperar de alguien que padeció una relación tormentosa con su tío Hasán II y que viene sufriendo el rechazo de su primo Mohamed VI. Al contrario, a menudo Mulay Hicham contempla con una mirada dura pero humana el peso que su primo soporta sobre sus hombros. Sin perdonar los errores ni los fracasos, el príncipe nos desvela las contradicciones y las dificultades de vivir en el entorno del palacio y su inextricable red de intereses comerciales, económicos y familiares. Mulay Hicham describe no solo su asfixia personal sino la del propio rey, abrumado por el peso del trono y atrapado por sus colaboradores. Lejos de la imagen del joven moderno que conduce coches lujosos, Mohamed VI es el rey que en su primer discurso (30 de julio de 1999) en la Fiesta del Trono parece anunciar cierta apertura, para cambiar de postura veinte días más tarde y anunciar "la continuidad del Mazjén o, más en concreto, su restauración sobre nuevas bases". Mulay Hicham hace del rey un príncipe de la decepción.
Sin embargo, Diario de un príncipe desterrado es también es la carta de presentación de un programa político. El peor pecado que podría cometer aquí el lector es el de la ingenuidad, que a veces es una forma inadvertida de la ignorancia. Mulay Hicham tiene ideas para Marruecos que pasan por abandonar lo que él llama "un autoritarismo con rostro humano", consistente en que “el poder practica una amplia apertura del campo político combinada con una obstrucción de las élites”. Así, el Príncipe Rojo aboga por la reforma de la monarquía, que considera “inevitable”, pues “no hay ninguna institución inmune al cambio y las presiones sociales”. Al final, termina dando la razón a Jean-Pierre Tuquoi, que publicó en 2001 El último rey. Ni siquiera le cabe a Mohamed VI el honor de haber liderado la apertura económica del régimen, que su primo atribuye a Hasán II y a la influencia de Jacques Delors, André Azulay y Koch-Weser.
Poco a poco, vemos a Hasán II como una mezcla de visionario, oportunista y superviviente y a su hijo como una promesa frustrada de renovación y cambio. El lector juzgará que parte del relato corresponde al primo humillado y excluido del círculo de la realeza y otra al analista político que ve las cosas con la distancia del destierro.
El prólogo de la edición española reserva algunas esperanzas y alguna inquietud para sus lectores. Junto a una clara simpatía hacia España –podemos reconocer en alguna anécdota la famosa campechanía del rey Juan Carlos–, Hicham desgrana un catálogo de oportunidades perdidas y propuestas de futuro. España fue, a su juicio, un modelo de transición democrática para muchos marroquíes, y las posibilidades que abriría a nuestro país un Magreb "económicamente integrado y próspero" podrían ser fabulosas. Dice Mulay Hicham que la cuestión de la soberanía de Ceuta y Melilla debe resolverse, pero se pregunta si es decente que se convierta en una obsesión. En realidad, hasta ahora, ese tema solo ha obsesionado a Marruecos. Por desgracia, la actitud de España hacia las dos ciudades autónomas se parece más al olvido que a la atención desmesurada. Por muy renovador y progresista que sea, Mulay Hicham reivindica la soberanía marroquí de Ceuta y Melilla y parece equipararla a la del Sáhara Occidental cuando se declara convencido de que “nuestros dirigentes, así como los habitantes de nuestros dos países, pueden ponerse de acuerdo para sentar algunos principios básicos con el fin de resolver la situación de los antiguos presidios y del Sáhara Occidental”, para añadir: “Sin duda, la consulta de las poblaciones afectadas tiene que ocupar un lugar destacado en estas normas de equidad”.
El lector interesado en los asuntos marroquíes y, en general, del mundo islámico disfrutará con este libro de fácil lectura, traducción ágil y profusión de pequeños datos en apariencia anecdóticos pero sabrosos y significativos. Los símbolos que denotan el favor del rey o la caída en desgracia, la formación de un príncipe alauí, las relaciones entre el rey y los partidos políticos –en especial, el Istiqlal– y las profundas relaciones de la monarquía alauí con las casas reales del Golfo son algunos de los aspectos que se revelarán al lector a los largo de sus páginas.
No dejen de leerlo.
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