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Ricardo Ruiz de la Serna

¿Puede la sequía en Marruecos desencadenar una gran oleada migratoria?

Esta crisis ambiental y social puede tener consecuencias para el sur de Europa si impulsa flujos migratorios descontrolados.

En Marruecos han muerto quince mujeres y ha habido más de treinta heridos –entre ellos, ancianos y niños– durante un reparto de comida. Las han denominado "las muertas de la harina".

Sucedió en Sidi Bulalam, un pueblo ganadero de la región de Esauira. Se repartían cestas básicas de alimento durante el zoco semanal. Un hombre acaudalado quería ayudar a los más pobres de una región muy castigada por la sequía. Los repartidores se vieron desbordados por una multitud de unas 800 personas. Hubo una avalancha. Se pisotearon unos a otros. El desenlace fue trágico y ha conmocionado al reino.

Para comprender esta tragedia hay que considerar tres factores.

En primer lugar, Marruecos es un país agrario y ganadero. El sector agrícola representa aproximadamente el 15% del PIB y el 40% del mercado de trabajo. En el campo, el 75% de los trabajadores vive de las explotaciones agrícolas y ganaderas.

Por eso las consecuencias de la sequía que asuela el norte de África y el sur de Europa están resultando devastadoras en el reino alauí. Hay cortes de agua frecuentemente y, debido a la sobreexplotación, comienza a escasear la que se puede emplear para las explotaciones agrarias. Esta falta de agua produce un éxodo a las ciudades y el abandono del campo, donde solo quedan los ancianos.

Por fin, hay que advertir que esto está agravando el deterioro generalizado de la actividad económica del Marruecos rural. Hace más de diez años, Mojtar Mohatar y J. A. López publicaron un pequeño libro de fotografías y textos acerca del Rif en el que levantaban acta del declive de los zocos como lugares de intercambio económico y encuentro social. Verdaderos pulmones de la economía de la zona, por todo el norte del país los zocos rurales iban sufriendo ese éxodo a la ciudad, protagonizado especialmente por los más jóvenes. Las industrias artesanales entraban en declive, mientras los vendedores y los pequeños agricultores y artesanos se iban empobreciendo. Los oficios ya no daban para vivir.

Esto se está extendiendo ahora al sur, que ha sido históricamente más rico que el norte y ahora está sufriendo la falta de agua.

Desde hace más de un año, el reino sufre un ciclo de protestas y movilizaciones en el Rif que se han reprimido con creciente dureza. Ahora se abre un nuevo foco de problemas en el sur, donde el poder del Rey y el Majzén nunca ha tenido tanta contestación. A diferencia del norte levantisco y rebelde, el sur no sufrió medidas punitivas como las empleadas para sofocar la revuelta de 1958-1959.

Sin embargo, ahora cunde el descontento también en el sur, por la falta de agua, la carestía de alimentos y el mal gobierno. El Rey sigue manteniendo su prestigio, pero de los políticos no se puede decir lo mismo. Mohamed VI se ha apresurado a garantizar ayudas para las familias de los fallecidos y los heridos en Sidi Bulalam, pero es evidente que la sobreexplotación de los acuíferos y la falta de previsión para un tiempo de sequía amenazan la paz social en el sur.

En la provincia meridional de Zagora, próxima al desierto, se vienen produciendo desde hace tiempo protestas por la falta de agua. En la prensa marroquí ya se habla de "las manifestaciones de la sed". El Gobierno las reprime y detiene a manifestantes. Son protestas que tienen una dimensión política innegable: por todo el sur, el cultivo de sandías, que requiere mucha agua, ha producido una sobreexplotación que agrava los efectos de la sequía. Las críticas se dirigen contra el Ministerio de Agricultura y las grandes explotaciones agrícolas que producen para la exportación. Tampoco se salva de las críticas la Oficina Nacional del Agua Potable (ONEP), a la que se acusa de pasividad ante la explotación excesiva de las capas freáticas.

Esta crisis ambiental y social puede tener consecuencias para el sur de Europa si impulsa flujos migratorios descontrolados. Por lo pronto, las grandes ciudades marroquíes –Rabat y Casablanca en el sur y Tánger en el norte– no tienen capacidad para generar empleo suficiente para todos los que emigran desde el campo. De la pobreza rural, muchos pasan a la pobreza urbana. Para muchos, piénsese en los jóvenes del norte, la alternativa es emigrar a la otra orilla del Mediterráneo.

Mientras tanto, por orden del Rey, por todo el país se eleva el Salat al Istiqá, la oración para que el Clemente, el Misericordioso, envíe la lluvia.

© Revista El Medio

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