Mientras usted lee esta columna, las cosas en Ucrania siguen cambiando. Hace tres días los manifestantes de Maidán y las fueras especiales del Ministerio del Interior y la Policía intercambiaban disparos en torno a la acampada que se alzó la noche del 21 de noviembre. Después de tres meses, ni los manifestantes lograban expulsar a Yanukóvich ni el presidente podía disolverlos sin utilizar la fuerza. Al final, los sectores más duros del Ejército se impusieron a quienes buscaban una solución política negociando con los líderes de la oposición y representantes de la sociedad civil. Hasta la Iglesia ortodoxa trató de mediar entre el Gobierno y los opositores. Todo fue en vano.
Ahora, el Gobierno de Yanukóvich ha caído. El presidente ha escapado de Kiev y se niega a dimitir, mientras la opositora Yulia Timoshenko arenga a las masas en la que hoy es la plaza más importante de Europa. El Parlamento se ha hecho con el poder y lo controlan los opositores, que tratan de desmantelar a marchas forzadas el aparato de poder construido por el presidente fugado. Hemos visto las escenas habituales de las revoluciones triunfantes: fuegos artificiales, archivos abiertos, la residencia del jefe del Estado con su zoológico y sus lujos abierta al pueblo indignado. Las redes sociales han creado ya una narración de las protestas, la resistencia y la revolución de Ucrania.
Sin embargo, hay algunos elementos que deben movernos a la prudencia.
En primer lugar, Yanukóvich tenía la legitimidad formal del poder y se niega a dimitir. Tras él están los habitantes de la parte oriental del país y la República Autónoma de Crimea. Allí las manifestaciones han sido a favor de él y los muertos de las fuerzas de seguridad han gozado de homenajes y reconocimientos. El presidente ha huido pero no está solo. Además, quedan muchas preguntas por responder sobre cómo consiguió armas la oposición y quién la ha venido apoyando. Estos procesos no suelen ser tan románticos como se suele mostrarlos.
Además, el presidente ruso, Vladímir Putin, se juega el prestigio después del apoyo que ha brindado a Yanukóvich. Se acerca la primavera y algunas de las bazas más importantes del Gobierno ruso –por ejemplo, los precios del gas– pierden fuerza a medida que el invierno va pasando. Las guerras del gas se desatan cuando el General Invierno avanza, no cuando retrocede. Es cierto que le quedan los compromisos políticos asumidos por el presidente depuesto –15.000 millones de dólares–, pero si Moscú no ayuda lo harán Bruselas o Washington (o los dos). Ahora bien, Putin no puede arriesgarse a que cunda el ejemplo: la revuelta podría extenderse a Bielorrusia –que ya vivió una en 2010– y poner en peligro el poder del presidente Lukashenko.
Tampoco hay que dejarse llevar por la euforia. La oposición ucraniana está dividida, y ahora toca poner de acuerdo a los sectores que han estado en Maidán desde el comienzo. Yarseniuk, el líder de Patria; el boxeador y líder de UDAR Klitschko, que ha vivido en Alemania y regresado a su país para hacer política; Yarosh, jefe del Sector de Derechas, los más violentos defensores de Maidán, situados en la extrema derecha, y la histórica Yulia Timoshenko, que por lo pronto ha conseguido la elección de su mano derecha como nuevo presidente, tendrán que acordar el reparto del poder en la zona de Ucrania que ha reconocido la autoridad del Parlamento sobre la del presidente depuesto. Se trata de perfiles muy diferentes y la autoridad ganada por los extremistas que han empleado la fuerza para resistir les puede dar un peso mayor del que podría corresponderles por representación. Ellos construyeron el imaginario de la plaza en las últimas semanas –las banderas nacionalistas, los retratos de los militares que lucharon junto a los nazis, el antisemitismo, el odio a los rusos– y la revolución de Maidán hubiese sido imposible sin ellos.
Conviene recordar la experiencia de las primaveras árabes y la Revolución Rosa en Georgia. Después de la alegría y el entusiasmo de los primeros días, hay que gobernar, y eso requiere otras habilidades que la proclama, la propaganda y la resistencia frente al poder. En Kiev mandan el Parlamento y el nuevo presidente; en Ucrania Oriental y en Crimea se reconoce aún a Yanukóvich. Ahora hay que esperar la reacción del Kremlin –y puede tardar– y ver cómo se entienden los líderes de la oposición. Recordemos que Yanukóvich había acordado adelantar las elecciones, pero eso fue antes de que saliese corriendo de Kiev.
La cuestión de Ucrania aún no está resuelta.