Con perdón de mis hermanos venezolanos, pero fueron muchos los antichavistas que, como el avestruz, escondieron la cabeza el 12 de febrero, permitiendo los abusos y crímenes que se ejecutaron en las calles de varias ciudades.
No pueden seguir siendo espectadores de los malos actos de policías uniformados y bandas de matones del gobierno que se parapetan entre la fuerza pública, asaltando a transeúntes, matando estudiantes e hiriendo el corazón de una patria ya lacerada por la maldad y el odio de un grupo de bandoleros narcotraficantes que ahora pretende robarle la dignidad al pueblo.
No pueden seguir quedándose en casa y solo grabar con sus celulares a escondidas los crímenes del gobierno, porque el poder armado, el terrorismo de estado y la anarquía institucional establecida por el dúo Maduro-Cabello arrasará con lo poco que queda de la nación.
A pesar de esa ignominia de muchos, lo que se vivió en Venezuela es el comienzo de una verdadera rebelión de los indignados, pero sería más contundente si los ciudadanos temerosos se unieran a la protesta. Sé que es difícil, al estar amedrentados por fusiles y pistolas, pero ha llegado el momento para que ese pueblo, históricamente heroico, detenga a los dictadores.
Dos de los mártires de esa rebelión de los indignados son jóvenes que no quisieron quedarse en casa mirando por la televisión o por las ventanas la arbitrariedad y la injusticia. Ambos eran reporteros ciudadanos que, por las redes sociales, contaban desesperados, paso a paso, el abuso de poder: Bassil Alejandro Dacosta, de 24 años, y Roberto Redman Orozco, de 28, asesinado de un tiro horas después por haber auxiliado a Dacosta.
Además de la gente acobardada que se queda en casa, Venezuela padece un aislamiento de la comunidad internacional. Un silencio cómplice que ampara de cierta forma los actos canallas ordenados por Diosdado Cabello y Nicolás Maduro, un par de personajes incultos y codiciosos que se apoderaron de las riquezas de la nación.
El mundo y los que se encerraron en casa deben apoyar a los valientes que se sublevaron, a esos estudiantes que están dispuestos a continuar la lucha para la liberación. No esperemos nada de los miembros de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América –ALBA–, porque varios de esos gobernantes van por el mismo camino de los tiranos venezolanos, pero la ONU y la OEA tienen la obligación de pronunciarse.
Lo que se vio en ese país suramericano, hombres motorizados disparando selectivamente a estudiantes desarmados, es la prueba fehaciente de que el chavismo es una dictadura criminal y que, premeditadamente, formó grupos de sicarios entrenados por milicianos del comunismo castrista para proteger a los bandoleros de la revolución del siglo XXI. Una falsa revolución que trajo a Venezuela miseria, hambre e injusticia.
Venezuela ahora tiene la fortaleza para ir removiendo el régimen corrupto, como ha ocurrido en otras latitudes. Llegó el momento de parar al dúo Maduro-Cabello y la camarilla de militares compinches, que mostraron su miedo a perder el poder ante la fuerza de la sublevación.
Cuando termine esta revuelta popular, hay que encarcelarlos y juzgarlos. Es tiempo de apoyar la revolución de los indignados. ¡Que actúen los militares honestos!