"Puede que no te interese la guerra, pero la guerra sí se interesa por ti". Es una célebre frase atribuida a León Trotski en algún momento de la guerra civil rusa que siguió a la revolución bolchevique. Casi cien años más tarde, el presidente del Gobierno español debería habérsela aprendido ya. Pero no.
Mariano Rajoy estuvo a punto de alcanzar el Gobierno en 2004, pero un atentado islamista, el mayor ataque terrorista perpetrado contra España hasta el momento, se lo impidió. La histeria social del momento parece haberle infundido la idea de que aquel ascenso truncado fue consecuencia del activismo internacional de su jefe de Gobierno y líder de su partido, José María Aznar.
¿Por qué creo eso? Miremos algunas reacciones recientes: en verano de 2014, cuando el presidente americano Barack Hussein Obama convocó una cumbre especial para formar una coalición internacional contra el Estado Islámico, el Gobierno español se abstuvo de participar y tardó tres semanas en decidir unirse al esfuerzo colectivo, fraguado en plena cumbre de la OTAN. Irak le debía de parecer al Gobierno un lío morrocotudo y Siria un avispero en el que no se nos había perdido nada.
Hace un mes, tras el trágico ataque yihadista de París, Rajoy se apresuró a manifestar nuestra solidaridad verbal, a la vez que posponía cualquier decisión sobre una contribución militar para luchar contra el Estado Islámico. Las elecciones generales del 20-D ya habían sido fijadas y, bajo el síndrome de Irak, lo que menos podía desear el líder del PP era reavivar los eslóganes del "No a la guerra" y enturbiar aún más un debate electoral que se le auguraba poco favorable.
Bajo la presión de un entorno internacional cada vez más involucrado contra el Estado Islámico, el ministro de Exteriores dio a entender que España estaría dispuesta a liderar la misión en Mali con el objeto de liberar tropas francesas y que éstas se pudieran dedicar a luchar contra el Estado Islámico directamente. Más allá de la bravuconería de querer reemplazar a un millar de efectivos desde el avión de transporte y las dos docenas de militares españoles desplegados en misión de entrenamiento en aquel país, el anuncio se convertiría en aguas de borrajas al conocerse el asalto con rehenes al hotel Radisson Blue de Bamako. Lo que se planteaba como una misión rutinaria pasaba a ser primera línea de fuego.
A continuación, el presidente, al igual que el ministro de Exteriores y el de Defensa, se refería a la misión española en Turquía como el núcleo de nuestra contribución contra a la lucha contra el Estado Islámico. Daba igual que la batería de misiles antiaéreos Patriot y el contingente de artillería de un centenar de hombres realmente estuviera en suelo turco desde comienzos del 2015 como parte de la rotación acordada por la OTAN en su misión Active Fence, en marcha desde 2013 y cuyo objetivo era proteger el espacio aéreo turco de posibles amenazas derivadas de la guerra civil siria. De hecho, la OTAN solicitó a España que sustituyera a Holanda en verano de 2014. Da igual, otra misión rutinaria que se le complicaría al Gobierno una vez que los cazas turcos derribasen al avión ruso SU-24, el pasado 24 de noviembre. Se acabó volver a sacar pecho de nuestra contribución a la seguridad de Turquía, sumida en una escalada de honor con Rusia que poco bueno promete.
Finalmente, en la noche española del viernes, el presidente del Gobierno se apresuró en medio de un mitin electoral a negar que el asalto contra la embajada española en Kabul fuera realmente un ataque directo contra nuestra legación diplomática. Sorprendente la rapidez en negar que España también sufría ataques terroristas cuando todavía proseguían los disparos en Kabul.
Creo que debemos perdonar la falta de información y algunos de los errores que se pueden derivar de la misma. Pero de un líder político se espera algo más de calma ante una situación inesperada de crisis. Correr a negar algo aún en marcha no responde al debido principio de transparencia para con los ciudadanos, sino al miedo a verse desbordado. Al temor a revivir el 13-M y sus fatídicas consecuencias electorales. Los elogios a la heroicidad de nuestros policías nacionales no pueden ocultar ese miedo en el que está instalado el Gobierno en lo tocante al yihadismo. Miedo que raya en la cobardía.
El presidente del Gobierno decidió no presentar sus medidas de recortes hasta pasadas las elecciones andaluzas de marzo de 2012, en la vana esperanza de que ocultando unas medidas necesarias la suerte electoral le favoreciera. Pero no fue así y el PP se dio un sonoro batacazo en las urnas.
Con el yihadismo puede ocurrirle otro tanto. Seguimos en ese limbo extraño que es el nivel de amenaza 4 plus, que no es ni 5 ni el máximo de 5. España sale en negro en todos los mapas del yihadismo; y nuestros vecinos o se han deshecho como azucarillos en un baño de sangre –el caso de Libia– o son cada vez más frágiles frente a la amenaza islamista. Nadie puede descartar que se pueda producir otro ataque contra España en los días que vienen. Ningún servicio de inteligencia, por bueno y eficaz que sea, puede garantizar un cien por cien de fiabilidad. Se ha visto en París y en San Bernardino. Y en Kabul ahora.
Tener como estrategia la esperanza es, sinceramente, una irresponsabilidad. Claro que, como nación, España no ha tenido una estrategia desde Felipe II. Aznar la tuvo en su cabeza, pero el país no le siguió. La de Mariano Rajoy, entre el miedo, la negación y la inacción, no promete más que desgracias.