Desde un punto de vista convencional, la seguridad de Israel nunca ha sido tan robusta como ahora. Tomando como base la metodología tradicional de los balances de fuerzas, ejercicios que comparan las ventajas, desventajas, fortalezas y debilidades de las fuerzas armadas de un país contra otro, Israel nunca se ha encontrado en una situación más envidiable: no sólo su ejército está mejor equipado y preparado sino -y sobre todo- sus enemigos se han ido desvaneciendo o han desaparecido por completo bajo la forma de ejércitos convencionales. El caso más evidente es el de Siria. Israel ya venció a los ejércitos de sus vecinos, y les volvería a ganar si tuviera que enfrentarse a ellos nuevamente.
Sin embargo, que el balance de fuerzas convencionales sea claramente favorable a Israel no justifica ninguna complacencia, habida cuenta de que en el Medio Oriente hay otras fuerzas distintas a las fuerzas armadas tan letales, si no más, que ellas mismas. Quizá el caso más paradigmático sea Hezbolá, un grupo chií fundamentalista, creado a comienzos de los años 80 en el Líbano por el Irán revolucionario del imán Jomeini.
Hezbolá no es una organización armada tradicional pues aúna la letalidad de un verdadero ejército y las tácticas de un grupo terrorista, la inspiración divina y la política mundana, el juego político y la intimidación y el asesinato, el tablero nacional y la total falta de respeto a las fronteras y la legalidad internacional. En 2006 ya se enfrentó directa y abiertamente a Israel y aunque tuvo que encajar un severo castigo, en estos últimos años, gracias a la ayuda directa de Irán, no sólo ha logrado reconstituir su arsenal, sino que ha adquirido misiles de largo alcance de creciente precisión. Así, de los más de cien mil cohetes a su disposición, la mayoría dispersos y ocultos en casas de pequeñas aldeas en el sur del Líbano, varios centenares podrían alcanzar cualquier punto en Israel con la precisión requerida para atacar instalaciones críticas.
Además, aunque es verdad que el uso iraní de Hezbolá para luchar en el sostenimiento del régimen de Basher el Assad en Siria le ha supuesto al grupo numerosas bajas, también le ha dado una inestimable experiencia en combate. Si tenemos en cuenta que su misión principal es acabar con el estado judío de Israel, celo antisemita en el que se regodean sus dirigentes, la situación de seguridad de Israel ya no puede pintarse tan boyante. Particularmente si los europeos se mantienen en la ficción de que una cosa es el Estado del Líbano y otra muy distintas la organización Hezbolá, algo cada vez más complicado de argumentar, particularmente tras la aplastante victoria parlamentaria de Hezbolá y sus acólitos en las recientes elecciones de comienzos de este mismo mes.
En segundo lugar, Israel se enfrenta a una amenaza a la que desde la revolución islamista de 1979 califica de existencial: Irán. Es verdad que una guerra convencional, con tanques y todo a lo que estamos acostumbrados, ha sido imposible de manera directa, habida cuenta de la separación geográfica de ambos potenciales contendientes. Pero en la actualidad esa separación física se ha evaporado en buena parte: Irán no sólo cuenta con organizaciones a las que utiliza para sus propósitos estratégicos, sino que ha ido aprovechando el caos político de la región para expandir su presencia más allá de sus fronteras. Así, desde 2014, bajo el paraguas de estar luchando contra el Estado Islámico se ha instalado militarmente en Iraq -donde, dicho sea de paso, el actual gobierno no puede ser más amigable hacia Teherán-, ha movilizado a milicias tanto en Iraq como en Siria -se calcula que algunas de ellas con una fuerza de 50 mil combatientes-, ha enviado asesores militares de primer nivel y la Guardia Revolucionaria cuenta con una presencia permanente y muy influyente sobre el ejército sirio y grupos afines al régimen de Damasco. El general Qasem Soleimani, jefe de las fuerzas Qods iraníes, ha sido fotografiado en numerosas ocasiones pasando revista de la situación de sus combatientes tanto en Iraq como en Siria.
Irán ha perseguido una estrategia de cerco de Israel por el Norte, Sur y Este que empieza a ser bien visible. La semana pasada fuimos testigos del riesgo que supone para Israel que Irán se haya acercado a sus fronteras como nunca antes. Desde que comenzó la guerra en Siria, Israel dejó claras sus líneas a rojas. Una de ellas era la no aceptación de una presencia permanente iraní en el sur de Siria. De ahí que el pasado día 4 destruyera unas instalaciones controladas por Irán al sur de Damasco y que estaban destinadas a servir de centros de mando para un eventual ataque contra Israel y para negar su capacidad de ataque aéreo. Desde ese día se sabía que los mandos del la Guardia Revolucionaria estaban preparando una represalia, incluso por encima de algunas voces más pragmáticas en Teherán. Esa acción de represalia fue el lanzamiento de 20 cohetes y misiles contra los altos del Golán del pasado jueves día 10. Muchos han visto en este ataque una reacción ante la decisión del Presidente Trump de abandonar el acuerdo nuclear con Irán, el conocido por sus siglas anglosajonas JCPOA. Pero no parece haber sido el caso. Todo lo contrario. El destinatario era Israel. Y por eso también la contraofensiva inmediata de Israel, quien no dudó en castigar significativamente a los elementos de las fuerzas Qods desplegados en el sur de Siria.
Yerran quienes vieron en este intercambio bélico el arranque de la Tercera Guerra Mundial, pero no cabe duda de que el acercamiento físico de las fuerzas iraníes y, más en concreto, de sus elementos más radicales, supone un riesgo altísimo. Aunque no esté en el ánimo de ninguno continuar con una escalada de la que no se puede saber su final a ciencia cierta, en el terreno militar todos conocemos que los planes a duras penas resisten la realidad y que las decisiones estratégicas normalmente se complican rápidamente. De ahí que quienes tienen la capacidad de influir en la situación en Siria, directa o indirectamente, se deban plantear cómo llevar a la salida de Irán de ese país. Y cuanto antes mejor.
De la misma forma, las factorías de misiles que Irán está construyendo en Líbano para Hezbolá, no sólo tienen que ser desmanteladas de inmediato, sino que las naciones que participan en la misión de la ONU, UNIFIL II, desde 2006 -incluida España-, tendrían que aplicarse para hacer cumplir el mandato impuesto por la propia ONU: el desarme de Hezbolá al sur de río Letani, algo, obviamente, que no se ha hecho por falta de voluntad política.
La buena nueva para Israel en lo que respecta a Irán es que, tras la decisión del presidente americano de repudiar el acuerdo nuclear, no sólo nuevas sanciones serán posibles, justo en un momento donde la economía iraní presenta un pésimo resultado, sino que una estrategia hacia Irán es posible por primera vez en muchos años. El sueño de Obama de ofrecer más y más concesiones a Teherán con el objetivo de volver a Irán un país normal ha sido en realidad una pesadilla para toda la zona, de Yemen a Gaza. Lejos de presentar una cara más moderada, Irán, al amparo y con el dinero del JCPOA, ha sido más osada en estos últimos años. Sin los Estados Unidos en el acuerdo nuclear se puede comenzar a cambiar esa situación y penalizar a Irán por sus acciones desestabilizadoras.
Con todo, hay un terreno donde Israel está en clara desventaja: en la defensa de su legitimidad. Baste con observar las múltiples reacciones internacionales a las acciones defensivas tomadas por las fuerzas israelíes en la defensa de su territorio, amenazado por sucesivas marchas desde la Franja de Gaza. "Marchas pacíficas", "bajas civiles", "desproporcionada reacción de Israel…", cuando en realidad todo no es más que una nueva forma de conducir el conflicto contra Israel por parte de Hamas, el grupo terrorista que controla Gaza. Las marchas, lejos de ser pacíficas, han estado orquestadas y perfectamente dirigidas. De la cincuentena de víctimas casi 40 han sido identificadas como militantes de Hamas o de otros grupos radicales; el uso de civiles por parte de los instigadores es ampliamente probado, al igual que la difusión de imágenes manipuladas o creadas ad hoc como parte de una campaña de propaganda... Pero nada de esto tiene repercusión pública alguna: en lugar de condenar a Hamas por empujar a sus ciudadanos a un riesgo innecesario e inútil se condena a los soldados que evitan que sus fronteras sean violadas.
Israel siempre ha creído que bastaría dar a conocer la verdad para que ésta triunfara, pero no calculó bien el peso de la maldad de sus enemigos y adversarios, ni el alcance del antisemitismo, latente o abierto, en nuestras sociedades.
Y no se trata solamente de aquello que afecta a la legitimidad de un Estado maduro como ya es Israel, quien ahora celebra su 70 aniversario, con el doble triunfo de Eurovisión y el traslado de la embajada americana a su capital, Jerusalén. Si los europeos hubiesen tratado a Israel como un socio normal, con sus virtudes y defectos, pero plenamente capacitado para tomar sus propias decisiones, hace años que se habría puesto punto y final al conflicto con los palestinos. Pero creando falsas esperanzas, regalando miles de millones y dándole siempre más tiempo a los palestinos, lejos de acercar posiciones y convencerles de negociar sobre términos realistas, lo que se alimentó fue todo lo contrario: intransigencia, maximalismo y corrupción. Pero eso es otra historia que sólo se superará cuando ambas partes estén maduras para sentarse honestamente en una mesa de negociación.