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Rafael L. Bardají

Del CoronaSánchez y otros virus

Del Covid-19 (aunque nosotros debiéramos llamarlo Covid-8M), acabaremos saliendo; tocados, pero no hundidos. Del CoronaSánchez nos va a costar algo más.

Del Covid-19 (aunque nosotros debiéramos llamarlo Covid-8M), acabaremos saliendo; tocados, pero no hundidos. Del CoronaSánchez nos va a costar algo más.
Pedro Sánchez y el ministro de Sanidad, Salvador Illa | EFE

Como sociólogo, sé que no hay causa directa y efecto, pero como fotógrafo lo que veo es que ha sido llegar al poder el socialcomunismo y en España hemos pasado a tener colas ante los supermercados, se nos restringe la libertad y se nos promete enfermedad y muerte. Es como si hubiéramos importado Venezuela aceleradamente. Pero no, ni en sus mejores sueños Pedro (Sánchez) y Pablo (Iglesias) lo hubieran logrado por sí mismos. No son tan listos ni tan hábiles, a pesar de su maldad. De hecho, si España está donde está ahora mismo, encerrada en casa y muriendo en los hospitales, se debe más a su estupidez e irresponsabilidad que a un plan maestro. Pero no por ello son menos culpables. Y, desde luego, si la oposición no espabila, hará que esta crisis les beneficie y acaben culminando el cambio de régimen que tanto codician.

Doctores de la muerte

Libre de control parlamentario, con las llamadas a la unidad nacional y la condena de toda crítica, Pedro Sánchez ha convertido la televisión pública en la versión monclovita del vergonzoso Aló Presidente bolivariano. Pero antes de sus tediosas y vacuas comparecencias de este fin de semana el Gobierno, último responsable de la gestión política de una nación, se ha escudado en unos supuestos técnicos, en cuyos supuestos juicios ha basado su también supuesta estrategia, y en cuyas manos ha abandonado su responsabilidad de informar debidamente a los españoles. Fernando Simón y su afirmación del 31 de enero de que "España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado" pasarán al Guinness de los Récords de la estulticia, lo cual no tendría más relevancia si no fuera por la grave irresponsabilidad de que él era –y sigue siendo– el director del Centro de Coordinación y Alertas Sanitarias. Esto es, quien tenía que estar llamando la atención de los gobernantes y de la población en general. Quien quiera justificar su desconocimiento, debería chequear sus apariciones públicas, pues todavía el 23 de febrero afirmaba con rotundidad: "En España ni hay virus ni se está transmitiendo la enfermedad". No sólo era el mismo día en que Italia bloqueaba diez ciudades de la Lombardía, sino que ya había habido un fallecido en Valencia (13 de febrero). Pero el Gobierno y los máximos responsables de Sanidad no lo sabían.

Mientras en Italia avanzaban hacia el confinamiento de cada vez más zonas del norte del país, aquí Sanidad decía que las personas que hubieran estado en zonas de riesgo y no tuvieran síntomas siguieran con su vida normal. Y eso que ya se conocía que el virus tardaba en incubarse de 2 a 14 días y que los contagiados asintomáticos podían perfectamente infectar a los demás. Por eso no es de sorprender que Simón, el 28 de febrero, ya con 41 contagiados en España, dijera: "El riesgo está perfectamente delimitado, no es un riesgo poblacional". Claro que el ministro de Sanidad, Illa, había declarado a España zona libre de virus tras el alta, unos días antes, de dos positivos (un alemán en La Gomera y el miembro de una familia británica de vacaciones en Mallorca).

En fin, trágico fue ver a la subdirectora general de epidemiología reconocer que no tenía ni idea de que el Valencia había viajado a la zona de contagio en Italia… porque no le gusta el fútbol. Mientras, el 112 valenciano no dejaba de sonar con personas que presentaban síntomas del coronavirus.

Pero nuestros doctores de la muerte, esos que ostentan cargos que dependen del Gobierno, siguieron erre que erre. Mientras el confinamiento en China parecía ir dando resultados y en Italia se cerraban colegios, aquí nuestros especialistas gubernamentales decían cosas como que "cerrar colegios no reduciría riesgos, sino que los aumentaría" (Simón, 4 de marzo), en lo que se podía interpretar como una crítica a la Comunidad de Madrid, que ya había anunciado dicha medida.

El colmo llegaría el 7 de marzo, cuando Simón, preguntado sobre la asistencia a las concentraciones feministas del día siguiente, contestó impasible: "Si mi hijo me pregunta si puede ir a la manifestación del 8-M, le diré que haga lo que quiera". LA OMS, a la que tanto recurren ahora para justificar su inacción, ya estaba preparando la declaración de pandemia mundial y pedido que no se permitieran actos de masas. Como también lo había reclamado el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades una semana antes.

Políticos enterradores

Feministas como la ministra Carmen Calvo, quien decía el 7 de marzo que a las mujeres "les iba la vida" en la manifestaciones del 8-M, nunca se pudieron imaginar lo literal de sus palabras. Seguramente, para los miembros del Gobierno, cuya obsesión había pasado de la exhumación de Franco a la declaración del estado de emergencia climática (sí, hay que recordarlo: el Consejo de Ministros del Reino de España declaró el 21 de enero la emergencia climática y ambiental, muestra de sus preocupaciones y prioridades), el bichito ese del pangolín chino no era nada. Pero hay que ver hoy las fotos de la cabecera de aquella manifestación de Madrid y empezar a contar los contagiados, desde la pareja del vicepresidente Iglesias a la mujer del presidente, pasando por alguna otra ministra e incluso la propia madre de Sánchez…

Ahora que sus voceros dicen que Sánchez hizo lo que estaba haciendo Trump porque poco tienen donde agarrarse, cabe recordar que el presidente americano había cerrado las fronteras de EEUU a los chinos el 31 de enero, y el 11 de marzo, justo tres días después del 8-M, hacía lo propio con los países del Espacio Schengen. Lo sé bien porque tuve que improvisar una ruta alternativa para poder llegar a EEUU sin problema, por causa mayor y sabiendo que era negativo, eso sí. Israel, al que luego volveré, también había adoptado la misma medida. Pero aquí, a pesar de que Roma no permitía vuelos a Milán, se dejó que miles de italianos llegaran a nuestro territorio y que los españoles continuaran viajando a la Bota sin control alguno ni a la llegada ni a la salida. Aún peor: cuando por fin se interrumpieron los vuelos con el norte de Italia, no se hizo nada para frenar la picaresca, y soy testigo de cómo un grupo de mejicanos llegados a duras penas a París desde Italia embarcaban en un avión rumbo a Madrid sin que nadie dijera o hiciera nada. Supongo que a eso es a lo que se refiere Pedro Sánchez cuando canta eso de que "el virus no conoce de fronteras".

Paréntesis israelí

A comienzos de febrero, por razones profesionales, hube de desplazarme a Israel. Tuve que demostrar que no había estado en China en las dos semanas previas. Israel ya había prohibido los vuelos con China, para disgusto del Gobierno de Pekín y a pesar de la fuerte relación económica entre los dos países. Días después, Jerusalén impondría una cuarentena obligatoria para los españoles que llegaran a su territorio.

Pero no cuento esto por relatar mi vida viajera. Lo digo porque allí fui testigo del despliegue de varias iniciativas privadas, pero alentadas desde el Gobierno, para enfrentar una epidemia cuyo único imaginario parece la película World War Z. Lo que aprendí, algo muy básico, podría haber evitado muchos de los males que nos aquejan hoy, desde fallecimientos masivos a confinamientos nacionales.

Mientras que aquí se negaba el valor de los tests (en contra de las recomendaciones de la OMS y de la mera lógica), en Israel se veían como una pieza clave para cualquier estrategia de contención. El Gobierno español ha usado el concepto estrategia de contención como sustitutivo de política de información, y que ésta básicamente se ha reducido a decirle a la ciudadanía: "Vigílate". Pues bien, en Israel detectar a un portador, sintomático o asintomático, se veía como la primera pieza para poder rastrear el virus. Una vez conocidos los portadores, y con quiénes habían interaccionado, se podría aislar a las potenciales nuevas víctimas. Como bien dice el doctor Gregory House, todos los pacientes mienten, así que, en vez de recabar información sobre los movimientos de los portadores, los israelíes trabajaban para obtener una información totalmente fiable vía geolocalización, esto es, reconstruyendo los movimientos de los mismos a través de sus teléfonos móviles. Es más, con las tecnologías actuales, se podía localizar todos los teléfonos que hubieran estado a una determinada distancia de los infectados. Si se actuaba pronto y rápido, se podría aislar a los enfermos sin tener que poner en cuarentena a toda la población y poner en peligro la economía nacional.

El 26 de febrero, el Ministerio de Sanidad israelí empezó a probar del sistema. El mismo día, mis amigos me ofrecieron llevar el sistema a España. Al día siguiente lo comuniqué a responsables de Sanidad de distintas comunidades autónomas, pero aún estoy esperando contestación. Soy consciente de los problemas con la férrea ley de protección de datos que un sistema así conlleva, pero ¿se trata de una emergencia nacional o no?

Ahora que padecemos una pandemia absolutamente descontrolada, quizá ya no sea significativo, pero puede que un sistema así pueda prevenir repuntes una vez que, dentro de nadie sabe cuánto, reduzcamos las urgencias.

El virus antidemocrático

No conozco ningún otro país donde un vicepresidente se la salte a la torera una cuarentena para asistir a un Consejo de Ministros, con la idea de imponer medidas de corte comunista, como amplias nacionalizaciones y censura generalizada. Aún más grave: retrasó durante horas vitales la adopción de medidas que podrían haber paliado la arribada de enfermos a los hospitales. Podemos se ha lanzado en tromba a criticar lo privado para imponer su agenda estatalista, negando la evidencia: si no fuera por personas generosas como Amancio Ortega o Juan Roig (y muchos otros anónimos), España habría colapsado hace días. Ya lo ha escrito aquí Federico Jiménez Losantos sobre esa acción comunista por naturaleza que es la requisa: "Se queda con todo y no sabe qué hacer con nada". El ataque constante a la sanidad privada es inmoral y raya lo delictivo. Pero eso no les inmuta. Cierran el Parlamento arbitrariamente; aprovechan el decreto de emergencia para colocar a Iglesias en la comisión de control del CNI; y mientras la Agencia Tributaria nos recuerda que no podemos saltarnos los plazos del pago de impuestos so pena de multazo, son capaces de conceder a los separatistas condenados un indulto encubierto a causa del coronavirus.

Los adalides de la transparencia, falsos como en todo, son incapaces de mostrarnos los estudios científico-técnicos sobre los que dicen estar basando sus decisiones. Ni siquiera plagiados. Hasta para eso son inútiles. Si alguien quiere saber algo sobre la epidemia, tiene que recurrir a la información que sí ofrecen otros Gobiernos. De lo que solo sabe hablar este Gobierno irresponsable es de que no se le debe criticar. Mucho me temo que, si los partidos constitucionalistas que quedan no espabilan, pronto llegaremos al punto en que no podamos criticarlo.

El coronavirus es una desgracia, amplificada por la ineptitud, la irresponsabilidad y –sí, también– la maldad de quienes nos gobiernan. Del Covid-19 (aunque nosotros debiéramos llamarlo Covid-8M), acabaremos saliendo; tocados, pero no hundidos. Del CoronaSánchez nos va a costar algo más.

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