"A fin de cuentas, lo que importa de la leyenda de las Termópilas es otra lección, que tiene poco que ver con la Esparta histórica y con el Jerjes mejor documentado. Es un ejemplo moral: el de que la libertad de los muchos, perezosos o seducidos por la tiranía, se salva casi siempre por la determinación indomable de unos pocos que pelean contra lo que parece irremediable, contra lo verosímil predicado por los acomodaticios, contra lo que la prudencia sobornada por el dominio aconseja como más recomendable. Hay muchas Termópilas: tantas como ocasiones en que los derechos de las personas deben ser deben ser defendidos contra los pueblos unánimes y las masas aborregadas de los obedientes por naturaleza. Y la nobleza de estas empresas no depende de su éxito final, sino del empeño con que son acometidas. Lo dijo mejor que nadie Kavafis en sus versos conmemorativos:
"Honor a aquellos que en su vida
fijaron y defendieron unas Termópilas...
Y más honor aún se les debe
Cuando prevén (y muchos son los que prevén)
Que al fin llegará Efialtes
Y los medos por fin pasarán..."
¡Que nos lo digan a quienes en el País Vasco pusimos nuestras Termópilas en la defensa de la legalidad constitucional y de España como estado de derecho de todos y para todos!"
Fernando Savater
Hay, sin embargo, algo profundamente grotesco en la situación actual: no se trata del ataque de una fuerza inmensa contra trescientos héroes –que tampoco aparecen por ninguna parte, al menos en tal número– sino de unas cuantas pandillas de pistoleros chequistas protegidas por una turba de Efialtes encabezados por un niñato ilumineta. Eso basta para hacer temblar y llevar a la crisis a un país en principio democrático, de cuarenta millones de habitantes. La enfermedad de España.
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El significado de la literatura
El señor Robredo (http://bilbaopundit.blogsome.com/), no solo está demostrando ser un bizantino indómito, capaz de mezclar todos los temas y de aclarar en dos patadas los más complicados asuntos, sino que además, como ocurre con tantos otros en España, está convencido de hablar en nombre de la ciencia, lo que vuelve mucho más temibles sus dardos contra la experiencia histórica más elemental. Su mérito tiene. Las murallas de Bizancio se consideraban inasaltables, y aunque terminaron cayendo no fue a base de sutilezas, sino de la fuerza más elemental, más física, algo que no está en mi mano ni en mi intención.
De la última tirada del señor Robredo destacaría esta cita, sobre el nazismo: "ciencia que es una especie de imitación de la ciencia, filosofía que es una especie de imitación de la filosofía" (M.A. Rozov)". Exactamente: eso es el ciencismo nazi, como el comunista o el de Dawkins, Weinberg y tutti quanti. En eso se parecen como un huevo a otro. Y sus conclusiones siempre llevan sospechosamente hacia el totalitarismo. Lo cual no les impide hacer ciencia real, cuando se ponen a ello y se olvidan de sus "imitaciones": Weinberg es un físico de primera fila, y los nazis y los soviéticos consiguieron avances científicos y técnicos muy dignos de consideración.
No hay forma, además, de centrar la cuestión, porque, nos asegura nuestro bizantino honorario, "no se trata de cuestionar la crítica legítima del "cientificismo" (Gustavo Bueno, por ejemplo), sino los presupuestos irracionalistas y espiritualistas de una versión particular del anticiencismo". Muy bien, eso es lo que el señor Robredo quiere tratar. Pero esos presupuestos llevan siglos cuestionándose, en realidad ni nuestro pundit ni sus autoridades citables dicen nada nuevo al respecto; pero, por desgracia, la salida atea de esos cuestionamientos ha abocado una y otra vez a la barbarie. Esa es la cuestión que yo he planteado y de la que el señor Robredo huye como alma que lleva el diablo.
Pero, en fin, el fondo de la cuestión ha quedado suficientemente claro en las últimas intervenciones, de modo que prosigamos nuestra indagación alegremente, si bien procurando hacerlo con método, a ver adónde nos lleva.
Nos preguntábamos si la crítica ciencista de la religión, en especial del cristianismo, es correcta o comete un abuso que conduce en la práctica en las muy lamentables experiencias totalitarias. Tengo la impresión de que por ahí van los tiros: los ciencistas abordarían la religión con la incomprensión básica, perfectamente anticientífica de entrada, de aquel profesor de física cuando hablaba de la literatura y que expuse hace tiempo en un artículo, un poco en broma (dejaré ahí el asunto, por hoy):
"El significado de la Literatura"
Con los atascos de tráfico por la lluvia, la profesora de lengua y literatura avisó al instituto, por el móvil, de que llegaría tarde. El director encontró al profesor de física, que holgazaneaba en la sala de profesores, y le encargó sustituir un rato a la de literatura, para que los chicos no alborotasen.
El de física, muy contento, entró en el aula sonriendo lobunamente. Miró a los alumnos y entonó: "¿Nunca habéis pensado en que la literatura es una sarta de trolas? Si no, vamos a ver, el Quijote, una de las novelas mejores, y hasta la mejor, dicen muchos. Por ejemplo, ¿quién, con un mínimo de criterio científico, puede tragarse que después de los estacazos que recibía el hombre, no le hubieran roto un montón de huesos? Con la medicina de entonces, habría quedado baldado por meses, o para el resto de su vida Pero en la novela, ¡hay que joderse!, a los cuatro días ya lo tenemos tan campante, en busca de nuevas palizas. ¡Y todo lo demás es lo mismo! Así que, si esa novela es de las mejores, ya podéis imaginar las restantes. Y mira que hacen esfuerzos los autores modernos por darles aire de realidad. ¡Venga hombre, hasta el más tonto se da cuenta del truco, si se fija un poco! ¡Puro cuento! ¡Embustes que insultan a la razón y a la experiencia! Los jetas de los autores nos toman por feacios... ya sabéis, los de Ulises, que les contó no sé cuántos rollos de cíclopes, sirenas, magas y qué sé yo, y se lo tragaron todo. ¡Nos toman por feacios, así, literalmente! ¡Es indignante, tíos y tías! ¡Pero si todo son clarísimas invenciones, falseamientos de la realidad! La literatura se parece mucho a la religión, un montón de disparates y rollos tártaros. ¡Coño, como que viene de ella! ¿De dónde viene la literatura, sino de los mitos? ¡De ahí viene todo el camelo! Los mitos aquellos, que como dice... ¿cómo se llama? ¡Maldita memoria!, sí hombre, el de los genes... ¡Dawkins, eso es!... Los mitos son una cosa pobrísima, dice, extravagante, al lado de la ciencia, tíos ... y tías. Esto tiene que cambiar, porque ya lo dijo el sabio... Bueno, el del Jarama creo, que ya dejó aquel timo de la novela. Pues dijo: mientras los dioses no cambien, nada habrá cambiado. Y si desaparecieran todos los dioses de una tacada, digo yo, pues tanto mejor. El mundo sería más como es debido, y habría menos caraduras viviendo del cuento y tomándonos el pelo.
"Por eso, ahora que estáis formando vuestro intelecto, yo os haría un llamamiento ¡No os dejéis tratar como feacios! ¡Coged esas pretendidas obras maestras, engendros de la superstición y del engaño, y tiradlas a la basura!..."
No pudo decir más. Al final, la profesora había salido del atasco y llegado casi a tiempo. Desde el pasillo oyó buena parte de la perorata del de física, y entró en el aula blandiendo amenazadora el paraguas, salpicando copiosamente de agua al sorprendido orador. Éste, entre cuyas virtudes no se contaba un valor excepcional, esquivó a la furia y salió corriendo por la puerta.
"¡No te jode el tío cabrito! ¡Quiere dejarme sin trabajo! ¡Mandar al paro a miles de modestas y honradas profesoras y profesores de literatura! ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Ni puto caso, ¿eh chavalas y chavales?! ¡Ni puto caso!"
Cosas así pueden ocurrir en cualquier momento. Y aún peores"
Vamos a suponer que hay una semejanza considerable entre la literatura y la religión (después de todo parece bastante claro que la literatura viene de la religión). Bien, recuerden el caso del profesor de física. ¿Puede la ciencia tratar la literatura? Sin duda puede, en principio, aunque hasta la fecha no haya dicho nada relevante al respecto. Pero ¿puede hacerlo con los criterios de la física? Suena ridículo: la única conclusión que podría sacar esa "ciencia" es que la literatura consiste en una sarta de disparates, frecuentemente contrarios a las más elementales leyes físicas.