Como dice Lector, la alternativa hoy no es monarquía o república, sino democracia o despotismo demagógico. Nuestra monarquía, como las escandinavas, la inglesa, la holandesa o la belga, es democrática, mientras que la mayoría de las repúblicas del mundo son corruptas dictaduras.
Y, mirando a Europa, han sido las citadas monarquías las que mayor resistencia han opuesto a aberraciones como el comunismo o el nazismo, siendo la Europa republicana la más dada a convulsiones y tiranías. La propia República francesa, tan idealizada por muchos, generó las ideologías totalitarias, las guerras napoleónicas, de brutalidad desconocida hasta entonces; sangrientas convulsiones revolucionarias en Francia y en media Europa, rivalidades bélicas con Alemania, etc. En el siglo XX propició el “apaciguamiento” al nazismo, al cual apenas supo oponer resistencia; tras la guerra mundial, su proceso descolonizador derivó en conflictos y derrotas sanguinarios en extremo. Y si vamos a las repúblicas latinoamericanas, el historial de casi todas pone los pelos de punta
Seguramente todo ello es casualidad. Pero también tenemos nuestras dos experiencias republicanas, realmente demenciales, y no es casualidad, en cambio, que quienes las homenajean y desean imitarlas sean los mismos que se han situado fuera de la ley y al lado de los terroristas.
A mi juicio, la monarquía constitucional no quita nada a la democracia, y en cambio le añade algunas ventajas. En primer lugar, su valor simbólico (y sólo los tontos desprecian los símbolos): encarna, por así decir, la unidad del país y el lazo entre el presente y la historia. Por ello ejerce una presión moral equilibradora sobre nuestros políticos, tan incultos en su mayoría, tan dados a mesianismos y a creer que el mundo empieza con ellos. En segundo lugar, y por la misma razón, puede servir como lazo de acercamiento y democratización con respecto a los países de origen y cultura hispanos.
El rey se está portando bastante mal en la actual crisis, y de ahí podrían venir graves daños para la corona, y sobre todo para el país. Pero quienes cargan las tintas al respecto, esperando del rey la solución del problema, manifiestan sólo su propia ineptitud e irresponsabilidad. Son los ciudadanos quienes deben reaccionar, sin esperar el remedio de ningún salvador o mesías.