La Cabrera –predestinado apellido–, con su concepto fascistoide de la política, ha amenazado con la pérdida del título a los niños y jóvenes que no sigan su "Educación para la Corrupción", a la que, tan absurda y perversamente, bautiza "para la ciudadanía". No en vano es ministra del partido-GAL y del partido-Filesa, nunca regenerado.
Dado el ambiente boyuno predominante en nuestra sociedad, en gran parte dominada por la ideología CFC, y con tantas familias despreocupadas de sus hijos, cabe suponer que la amenaza surtirá efecto. Con el PP, por supuesto, no debe contarse, y los pocos que empezaban a manifestar su indignación –con muy escaso ímpetu, hay que decirlo–, se echarán atrás.
Si no conociera el percal, haría un llamamiento a formar una asociación ad hoc, que elaborase un manifiesto conciso, claro y contundente, lo difundiese de forma masiva, preparase conferencias, comparecencias ante los medios y otras acciones para llamar la atención sobre la gravedad del caso, y organizase la desobediencia cívica, de la que tanto se viene hablando sin llegar a nada.
Pero dado que las cosas están como están, no hago ningún llamamiento. Simplemente expongo la sugerencia por si da la casualidad de que algunos quieran recogerla.
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La contradictoria fe del ciencista
Normalmente las discusiones son buenas, porque permiten afinar los argumentos y a menudo llegar a conclusiones razonables. Pero a veces se prolongan indefinidamente, bien porque el asunto sea de por sí demasiado opinable y faltan datos para concluir con claridad, o porque los discutientes se van por las ramas, o porque dan significados distintos a los mismos conceptos, o porque la vanidad personal se mezcla demasiado. Esto último ocurre mucho en España.
Así, la llamada "existencia" de Dios se discute a lo largo de siglos (ya la Biblia constata el ateísmo), pero la propia naturaleza del asunto impide aportar datos concluyentes y solo razonamientos más o menos aceptables. No obstante, algunos pensadores y menos pensadores aseguraron y aseguran que el desarrollo de la razón, y luego el de la ciencia, zanja, por fin, la disputa en contra de los religiosos. El debate lleva también varios siglos. Primero fue la concepción del mundo partiendo de las leyes de Newton, que volvería innecesaria la "hipótesis" de Dios; luego, la teoría de la evolución de Darwin volvía a demostrar la inexistencia divina; después, los descubrimientos de Einstein y los del grupo de Copenhague, en direcciones divergentes; igualmente el freudismo (menos científico, aunque durante decenios pasó por serlo); actualmente, son los avances en el conocimiento del cerebro humano. En ningún caso los ateo-ciencistas llegaban a conclusiones determinantes, pero nunca desistieron: con motivo de cualquier nuevo descubrimiento fundamental o teorización científica, volvían a la carga: "¡Ahora sí, ahora queda definitivamente claro: Dios no existe!". Para ello lo mismo servía la concepción determinista del mundo que la indeterminista, siempre lograban extraer la conclusión adecuada a su deseo.
Es claro que nos encontramos ante un abuso. La ciencia no se ocupa del problema de Dios, como tampoco se ocupa de él la albañilería, ni siquiera la actividad comercial de pompas fúnebres. De estas actividades, y de tantas otras, no se deduce nada preciso al respecto, o al menos nada concluyente. La preocupación sobre Dios atañe a un plano distinto, y así, un científico, un empresario de pompas fúnebres o un albañil, pueden ser creyentes o no, pero por razones ajenas a su tarea. Cuando un científico extrae de su tarea consecuencias en torno a la existencia de Dios, ya no obra como científico, sino como "ciencista", desvirtuando la ciencia al extraer de ella conclusiones exageradas o, más propiamente, no justificables científicamente. La mayoría de los ciencistas, desde luego, no son científicos, como veíamos hace un par de días, y ni siquiera tienen espíritu razonable: trasladan a la ciencia, o lo que ellos toman por tal, el fervor creyente (o crédulo) que otros aplican a la divinidad.
Insistiré ahora en un tema ya aludido: el ciencismo, obrando a favor de su prejuicio, ha identificado la creencia religiosa como el producto de la debilidad y la ignorancia humanas. En realidad este es un razonamiento circular: dado que la ciencia nos proporciona el conocimiento y el poder, lo que se aleje de ella, o sea simplemente distinto a ella, ha de proceder de la debilidad y la ignorancia. Perogrullo descansaría satisfecho. Tienen fe en que algún día la ciencia reduzca a la nada la religión, y se cumpla el bíblico "Seréis como dioses". Es la fe, no la ciencia, lo que ha movido a los comunistas y mueve hoy a otros… en una dirección bastante similar, según vamos observando.
Pero la religión ¿procede de la ignorancia y la impotencia? En realidad el hombre siempre ha dispuesto de los saberes y los poderes suficientes para vivir y sostenerse, como es obvio. La religión no tiene que ver, o solo de modo derivado, con el poder y el conocimiento en general. Mi impresión es que su verdadera raíz está en la exigencia psicológica de sentido: sentido del mundo, de la vida, de nuestra vida en particular.
Pero la noción de sentido, de finalidad, está ausente en el método científico: los fenómenos no se producen "para" algo, sino solo "por" algo. Las plantas crecen porque llueve, pero no llueve "para" que las plantas crezcan, por ejemplo. La ciencia rechaza el finalismo por cuestión de método. Lo cual no significa que lo rechace como asunto general, simplemente se desentiende de él, de modo similar a como el empresario de pompas fúnebres, en cuanto tal, se preocupa de conseguir ganancias, sin pensar mayormente en si hay algo después de la muerte o si sus clientes irán al cielo o al infierno. La ciencia supone, y en gran parte demuestra, que el mundo funciona de modos discernibles, y a discernir esos modos se aplica. Pero no trata de distinguir en ese funcionamiento ninguna finalidad, no porque niegue la existencia de ella, sino porque no es su asunto (aunque, claro está, la ciencia misma tiene una clara finalidad: si las sociedades actuales dedican tantos recursos a ella es con un sentido fácil de entender).
El ciencista va más allá. Concluye precipitadamente que, puesto que la ciencia tiene tales éxitos, en constante aumento, la ausencia de sentido no es simplemente una cuestión de método, sino una concepción filosófica: la ciencia no discierne un sentido en el mundo, la vida en general o la vida personal, y "por tanto" no puede existir tal sentido. Siendo así, lo mismo daría creer que no creer, y uno se pregunta por qué los ciencistas se toman tan a pecho su fe. ¿Porque así llegaríamos a ser "como dioses", según esperan? Pero si ello llegara a ser posible, cabría preguntarse: "total, ¿para qué?".
También es verdad que los ciencistas no son del todo conscientes del falso mensaje que extraen de la ciencia, y, como digo, se comportan respecto a ella con el mismo espíritu de fe que los creyentes con relación a la divinidad.