Ya expliqué en otra ocasión un concepto de gimnasia diseñada para la enseñanza, pública o privada, a fin de mejorar la buena forma física y mental mediante ejercicios físicos que no llevaran más de 10-15 minutos y pudieran realizarse en espacios reducidos, en grupo o particularmente, requirieran poco espacio y sin aparatos. Les seguirían ejercicios mentales de observación, lógica, etc., similares a los tests de inteligencia, durante un tiempo parecido.
Otro aspecto relacionado es la necesidad de mejorar la comprensión de la lectura. La mala comprensión es una plaga extendidísima en España y, por poner un caso particular, nunca me quedó claro si algunas críticas a mis libros hechas por ¡universitarios! procedían de la mala fe o de no haber entendido lo que leían.
La capacidad de comprensión podría mejorar mediante el análisis de textos breves, graduados desde la infancia hasta la universidad. Algo así se hacía antaño con las Lecturas graduadas de Edelvives, método pedagógico excelente y abandonado, aunque los textos fueran a menudo algo pobres y no solieran ser tratados adecuadamente en las clases. Un ejemplo de lo que quiero decir:
“Del hecho de que el poder no haya sido conferido por Dios a la monarquía o la aristocracia se concluye por necesidad que fue conferida a toda la comunidad… ¿La democracia tendría su origen en una institución divina? Si por eso se entiende como una institución positiva, hay que negar la conclusión. Pero si se entiende como una institución en cierto modo natural, puede y debe admitirse sin ningún inconveniente. Se sigue, finalmente, que ningún rey o monarca recibe o ha recibido el poder político directamente de Dios o por institución divina, sino solo mediante la voluntad del pueblo”.
Es un trozo, ligeramente abreviado, del Principatus politicus, o La soberanía popular, de Suárez. Sobre él los alumnos –de cursos avanzados, obviamente– pueden hacer algunos ejercicios: definir dos o tres conceptos empleados en el texto (la definición es un ejercicio intelectual bastante duro, pero muy fructífero, y al comparar las definiciones propias con las de un diccionario, el alumno irá adquiriendo la destreza y la disciplina mental necesarias para sintetizar y exponer una idea); resumir el texto con palabras propias, sin tenerlo delante; plantear alguna pregunta, duda u objeción al texto.
Estos tres ejercicios (puede haber más, claro está, como eliminar palabras innecesarias, cambiar expresiones, etc.,) practicados de modo gradual a lo largo de los años de la enseñanza mejorarían mucho –al menos parece razonable esperarlo– la capacidad intelectiva y expresiva de los estudiantes, además de familiarizarlos con centenares de textos de todo tipo, ampliando su horizonte cultural. Estas cosas solo se desarrollan con la práctica. A mi juicio, la selección debería hacerse sobre todo con textos clásicos españoles y griegos.
Llamo la atención especialmente sobre el tercer ejercicio: la insignificancia de la ciencia española nace de una aparente incapacidad para plantearse cuestiones. Tenemos buenos especialistas en muchas cosas, que han aprendido bien lo que otros han descubierto, pero hay en España muy poca gente capaz de inventar o abrir nuevas sendas intelectuales. La ciencia requiere una peculiar mezcla de libertad y disciplina intelectual, y para ambas cosas la enseñanza española ha resultado tradicionalmente inadecuada. Generalmente los estudiantes ni siquiera saben plantear preguntas sobre una lección cualquiera: el objetivo de la gran mayoría es tragarse la lección y regurgitarla en el examen para obtener el título, sin preocupaciones más elevadas; y quienes tienen otras inquietudes no suelen encontrar vías abiertas.
Así como la gimnasia española propiamente dicha no debería ocupar más de media hora diaria, esta que llamo derivación de ella exigiría una hora u hora y media (llevaría a menudo a debates) y no podría ser diaria. Pero sí dos o tres veces por semana. Aunque quitara algún espacio a otras asignaturas tendría buen efecto sobre todos los estudios (es de esperar).
Grave injusticia del PSOE con Isabel Teruel. La chica no hizo más que repetir el estilo pueril y demagógico de Zapo, la basura retórica habitual del gobierno. Cierto que el estilo no era lo firme y claro que debiera, pero son cosas que mejoran con la práctica.