En 1946, por aquellas peleas sectarias dentro del PSOE, cuya raíz estaba en el doble y enorme robo del tesoro del Vita , el sector prietista del partido expulsó a Negrín y a otros socialistas históricos, entre ellos Ramón González Peña. Ahora Zapo, Mienmano y compañía han reparado aquella injusticia y el eminente historiador Ángel Viñas se ha congratulado, cómo no. De Negrín y el entusiasmo de Viñas por él ya he explicado algo. El caso de González Peña me trae a la cabeza la campaña de la izquierda en su favor, después de la insurrección del 34. Campaña modélica en su estilo, por reunir todos los ingredientes y técnicas propagandísticas de lo que he llamado aquí, con expresión popular, la trola y el choriceo socialistas.
Reproduzco de un viejo artículo:
"González había sido reconocido como el máximo líder de los insurrectos asturianos -a veces se le aplicaba el título de "generalísimo" de ellos-, aunque en el curso de la revuelta había tenido constantes roces con muchos de sus teóricos subordinados, que le obedecían muy a medias y finalmente hicieron caso omiso de sus instrucciones de parar la lucha* tras el asalto a la caja fuerte del Banco de España y a otros bancos en Oviedo.
(* Ver primera parte de Los orígenes de la guerra civil española)
De entre los detenidos por la insurrección de octubre González era, quizás, la figura principal, tras Largo Caballero y Companys, pero su proceso superaba incluso en interés a los de éstos, como símbolo de la lucha revolucionaria más peligrosa para la república, y la más sangrienta.
Nuevamente la realidad difiere de la historia de Vidarte, según se desprende de las declaraciones del propio detenido ante el tribunal y ante la comisión de suplicatorios del Parlamento. González había sido uno de los primeros en proponer la huida, ya el 10 de octubre*, bastantes días antes de la capitulación real, y no es creíble que a última hora se tornara tan absurdamente belicoso.
(*Ver capítulo 9 de Los orígenes de la guerra civil española)
Al día siguiente de su propuesta de rendición, González estaba, junto con otros, "entre las diez y las once de la noche en el cruce de carreteras de Langreo y Mieres, en San Esteban de las Cruces, Oviedo (...) Llegó en un coche el compañero Bahíllo (...) el cual era portador de un saco conteniendo dinero", procedente del asalto al Banco de España. El dinero fue repartido, sin contarlo, entre los presentes, para facilitarles la fuga. Según la declaración del propio González al Congreso, él y otros trataron de escapar en dirección a Portugal, pero se lo impidió el hostigamiento de sus correligionarios, que les averiaron un coche a tiros. Se dispersaron y "quedó solo el declarante con Cornelio Fernández, el que me aconsejó no diese la vuelta, pues había oído decir poco antes, en Trubia, que por haber abandonado el movimiento habían dado orden de perseguirme los mismos compañeros y podía peligrar mi vida". La realidad de este peligro pudo comprobarla cuando, cerca de Grado le arrebataron "1.600 pts, junto con el reloj y una pluma estilográfica,(...) unos individuos que decían ser revolucionarios, que no sólo me quitaron esa cantidad, sino que me han dicho que he tenido gran suerte en caer en manos de ellos, pues de lo contrario me fusilarían, ya que estaba considerado como traidor, por haberles abandonado". Vagó por los montes de Quirós y de Teverga, durmiendo en casas de amigos y recaló por fin en la de una viuda muy religiosa, amiga de su familia, en el pueblo de Ablaña. Allí fue prendido, que no se entregó, y por guardias civiles, no de asalto. Su caso fue de mala suerte, porque tenía ya a punto su fuga por mar. El gobierno posiblemente lo hubiera preferido en el extranjero, y no sintió alborozo por su detención, que le auguraba nuevas campañas de descrédito.
La mitificación del caudillo insurrecto alcanzó cotas muy elevadas. En un libro colectivo sobre él, Araquistáin ponderaba su heroísmo y su clara inteligencia como "técnico, si así puede decirse, de la guerra civil". González era "el hombre simbólico de la revolución, cuya cabeza pide a gritos una burguesía aterrada y vengadora (...) Desde los tiempos de la Inquisición, jamás el fanatismo católico, doblado esta vez de sevicia capitalista, había dado en España un espectáculo tan repulsivo de barbarie sanguinaria". Prieto destacaba su entereza, contagiada también a su mujer e hijas. Un llamado José Vidosa se tenía a sí mismo por "el hombre más bueno del mundo", pero reconocía que "la bondad de Peña es algo sencillamente sublime, imposible de superar (...) Con razón dicen sus íntimos que es (...) el genio que conducirá a la clase trabajadora a la total emancipación".
En el mismo libro Álvarez del Vayo da noticia de la solidaridad internacional en su favor: "Fue un movimiento de inusitadas proporciones, sostenido durante semanas y semanas en la primera página de los diarios obreros, y que incluso logró retener la atención de la gran Prensa liberal extranjera más allá de lo ordinario (...) El nombre de González Peña quería decir para el proletariado mundial "Octubre", y octubre era, a la vez, para la opinión antifascista de fuera, sin distinción de partido, gesta popular española contra el enemigo común (...) "Salvad a Peña" devino la consigna fija en los manifiestos más diversos, en las conclusiones de las asambleas, en los editoriales y pasquines. Era un grito unánime, reproducido sin desmayo (...) Fue, además, particularmente en Francia, una poderosa manifestación de frente único. Socialistas y comunistas lucharon con idéntico empeño".
Pero la declaración del caudillo asturiano ante el tribunal demuestra que había perdido (momentáneamente) la ilusión por la revuelta y por su protagonismo en ella: "Aunque no soy católico (...) no se postró ninguno de esos católicos ante su confesor con la sinceridad con que yo lo hago ante vosotros", dijo a los jueces. Observó que la Guardia Civil había cumplido con su deber, y admitió atrocidades de los revolucionarios, al alegar que él, en persona, había impedido el asesinato de cien prisioneros. Su papel de jefe lo atribuyó a las circunstancias, y afirmó: "la labor principal de los dirigentes (...) no fue obligar a participar en el movimiento, sino contenerlo". Tampoco denunció torturas ni malos tratos, ni la supuesta redada de mujeres de mineros para ser violadas por los soldados de África.
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"Zapatero, sobre la negociación: "No me ha dejado heridas, salvo el dolor de las víctimas"
En verdad, ¿qué insulto puede corresponder a la infamia del fulano? Solo ha olvidado agradecer su ausencia de heridas a Rajoy, el emplasto.
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