Veo un momento el desfile y a todos esos politicastros presidiéndolo, gente que no cree en nada de lo que podría representar lo que pasa ante ellos. Creo que en la mayor parte de las "comunidades" esos políticos son más sinceros y ni se molestan en celebrar nada. El Hedonista Futurista tiene razón: un coñazo. O más bien una burla, ellos lo convierten en una burla. Sin sentido alguno. Una cierta sensación de náusea, que diría Sartre.
(Siendo el 12 de octubre, bien podría doblarse el desfile de una fiesta cívica).
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Dentro del vagón, otro cliente de RENFE observa la mochila y va a sentarse al lado del viajero, con visible intención de charla. Intención no muy compartida al principio.
– Usted no será de por aquí.
– No. Soy del norte.
– La tierra de los conquistadores... –hace un ademán amplio, que el otro entiende mal.
– ¿Galicia?
– Ésta, ésta. Extremadura. Ahora no está de moda señalarlo. Dicen los chiquilicuatres que no conviene... Lo bueno será volvernos todos chiquilicuatres.
– Bueno, son modas. Ya pasarán.
– Eso no pasa, hombre, esas chorradas se asientan; llevamos años así. El otro día, en Cáceres, me quedo escuchando las explicaciones de un guía a unos turistas. Los conquistadores sólo querían oro y mujeres, eran unos analfabetos y unos tales y unos cuales. Me cabreó el tío. Le dije: si fueran así, usted mismo sería un conquistador. El tipo no lo cogió al principio, hasta se sintió halagado de que le llamase conquistador, pero enseguida cayó. Me miró con mala leche y estuvo por replicar, pero no debió de ocurrírsele nada y siguió hablando para los turistas, cambiando de tema.
Admira sin tapujos la conquista.
– Usted no puede felicitarse y beneficiarse de la cultura española por su extensión por el mundo, ¿no?, y condenar a los que lo hicieron. Sería el colmo del descaro... De acuerdo, no todo en la conquista estuvo bien, no hay nada humano que esté bien del todo, pero fíjese usted, los españoles no eran mejores ni peores que los indios, que siempre estaban en guerra entre ellos. Pero los españoles llevaban una civilización muy superior...
El viajero da otro giro a la charla:
– Usted la cree superior porque tiene un criterio eurocéntrico. Pero no es un criterio objetivo. Seguramente ellos pensarán que los bárbaros eran los nuestros y con la misma razón. Creo que el Parlamento mexicano tiene pensado instituir de nuevo los sacrificios humanos, para recuperar las auténticas raíces del país.
El otro mira al viajero algo perplejo, pero reacciona bien.
– Sí, eso está muy en razón: o se hacen las cosas bien y a fondo, o no se hacen. Una persona seria debe despreciar los prejuicios, y más los que vienen impuestos por la barbarie de los conquistadores. Tengo entendido que la carne humana es más tierna y sabrosa que las que comemos habitualmente. No lo he probado todavía, mis prejuicios me tienen atenazado. Además, las leyes que tenemos, leyes absurdas que no entienden al "otro", que no admiten la diferencia... Yo también he oído que se están recuperando o reinventando las lenguas indígenas, para declararlas oficiales y publicar todos los documentos en todas ellas. Son cientos de lenguas, tengo entendido.
– Hombre, eso es una enorme riqueza cultural inmensa, no puede dejarse perder, sería un crimen. Además, imagine la cantidad de puestos de trabajo que se crearían, traductores, fabricantes de papel, impresores... El paro se acabaría, probablemente. Podría ser una buena vía para salir definitivamente del subdesarrollo.
– ¿Y qué me dice de recuperar las religiones aquellas? El catolicismo, eso ya lo sabemos, fue nefasto. Es nefasto, quiero decir.
– Además tendríamos que devolverles el oro que les robamos, sería lo justo.
– Eso está muy puesto en razón. No sé por dónde andará hoy día ese oro, pero estoy seguro de que si se lo busca se lo encuentra, con lo avanzadas que están las técnicas detectivescas.
– Pero eso no puede hacerse de forma unilateral. Sería una injusticia. Quiero decir que nosotros también tenemos cuentas que saldar con los romanos, los tíos vinieron a llevarse el oro que había en la península, y la dejaron esquilmada.
– Ah, pues sí... Pero ahí no estoy yo muy seguro, porque el estado italiano actual podría no declararse heredero de la Roma antigua, ¿comprende?
– No había caído yo en eso. Pero, ahora que recuerdo, anda por ahí mucha gente afirmando que España no existía como nación hasta hace muy poco, no sé si hasta los Borbones, o la invasión francesa, o más tarde aún. Así que, en definitiva, no les deberíamos nada a los americanos. Incluso podríamos sostener que los que fueron allí ni siquiera eran españoles.
– Mire usted, me asombra su sutileza. Pero podemos ir más allá. He oído a intelectuales y políticos de mucho talento decir que España en realidad no existe, que sólo hay un estado español; por lo tanto, los españoles tampoco existimos, excepto, ya me entiende usted, como nombres en los registros del estado, para los impuestos y cosas de esas, y pare usted de contar...
La conversación sigue así un rato, con casi perfecta seriedad, sin una sonrisa. Al viajero, su interlocutor le cae bien.
– No será usted profesor o algo así.
– No, no... Soy vendedor. Vendo maquinaria agrícola.
– Pienso reproducir sus palabras, en lo que recuerde, para un trabajo de prensa que hago sobre la Vía de la Plata. Me gustaría poner su nombre.
– ¡Uff...! Periodista... Cualquiera se fía de los periodistas. Mire, apenas si leo de la prensa los titulares. Para no cabrearme, ¿sabe usted? Si quiere ponga que me llamo Jerónimo.
– Yo tampoco leo casi la prensa. No tendrá muchos contertulios para estos temas.
– Ninguno. Los amigos me llaman plasta cuando me pongo a ellos... Así que nada, son los tiempos.
La charla sigue en la cantina de la estación de Mérida en torno a unas cañas de cerveza. Viene el tren y se despiden. El caminante, con la decisión de dejar pasar el verano antes de volver a la carga sobre la calzada extremeña.
Ignora en ese momento que la interrupción durará un año largo.
(De Viaje por la Vía de la Plata. Saldrá en noviembre)
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"Ortega, quizá el principal pensador español del siglo XX, cuando descendía a la política y la historia, descendía. Por lo demás, Azaña coincidía con diagnósticos orteguianos como el referido a la Semana Trágica: “¿Por ventura necesitábamos estos hechos para averiguar que España no existe como nación?”. O el de que los españoles “ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor”, y su historia era la de una enfermedad: “Las clases gobernante han gobernado mal no por casualidad, sino porque España estaba tan enferma como ellas”. Por tanto, ¿No es cruel sarcasmo que luego de tres siglos y medio de descarriado vagar, se nos proponga seguir la tradición nacional?” Conclusión: “En un grande, doloroso incendio, habríamos de quemar la inerte apariencia tradicional, la España que ha sido, y luego, entre las cenizas bien cribadas, hallaremos como una gema iridiscente la España que pudo ser”. Nada distinto, en esencia, de las proclamas de Lerroux a sus jóvenes bárbaros, cuyo lenguaje, no tan fino, prescindía de “gemas iridiscentes” e iba al grano”.
“Casi nadie contestaba a estas tiradas. Uno de los pocos, el sólido investigador y ensayista Menéndez Pelayo, deploraba: “presenciamos el lento suicidio de un pueblo que, engañado por gárrulos sofistas, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la Historia hizo de grande, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía. Un pueblo viejo no puede renunciar a su cultura sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil”.
Alcalá-Zamora podía estas más de acuerdo con Menéndez Pelayo que con Ortega, pues su posición ante el supuesto problema de España, como ante la crisis del 98, fue mucho más pragmática y tradicional. Sin embargo, Ortega y los suyos irrumpían en el panorama español con verdadero empuje, y muy pocos osaban alzarles la voz.
"Para Ortega y Azaña, la historia de esos tres siglos parecía resumirse en la Inquisición y el supuesto genocidio de indios americanos. No obstante, en ese “descarriado vagar”, la enferma España había frenado la expansión de los turcos y de los protestantes, explorado gran parte del mundo, poniendo por primera vez en comunicación a los continentes y creado el primer circuito económico realmente mundial, había conquistado y poblado América de ciudades nuevas, muchas de ellas de gran belleza, fundado universidades –las primeras de América y la primera de Asia, entre otras– y centros de cultura, evangelizado a millones de personas (lo cual no tenía por qué interesar a Ortega, pero interesaba a los españoles del siglo XVI), desarrollado principios de derecho internacional y complejas instituciones políticas, creado un arte y literatura más que notables. Etcétera. Si tales hecho resultaban desdeñables para los apóstoles de la “España vital” y la “inteligencia”, ¡da vértigo pensar en las proezas que realizaría la nación, una vez ellos la refundasen y curasen de su “enfermedad”!
(En Los personajes de la república vistos por ellos mismos)