La ETA apenas ha realizado atentados mortales en los últimos tiempos. Quizá ello tenga que ver con su obvia conveniencia de facilitar a Zapo la victoria electoral y responda incluso a algún acuerdo entre ella y el gobierno. Pero, en fin, ha asestado el golpe como advertencia a los socialistas, a fin de que continúe el proceso “de paz” en cuanto gane las elecciones, como desean todos. Recordemos que durante todo el proceso de liquidación de la Constitución, la ETA no ha dejado de golpear en momentos oportunos, con o sin víctimas, como “recordatorios” al gobierno. Para los etarras, el PSOE es un grupo de “gorrinos”, y como tal los ha tratado, con notable éxito.
Y nuevamente la gallinácea (PP) o porcina (PSOE) “clase política” ha respondido de la mejor manera que la ETA hubiera podido desear. Zapo y Rajoy se han apresurado a dar el máximo eco al atentado, como si fuera el primero y no uno más de los cientos de asesinatos cometidos por la banda; han suspendido, alborotadísimos, la campaña electoral, y han repetido las mismas sandeces, la misma letanía vacua que llevan repitiendo como orates desde hace cosa de treinta años, la prueba más palpable de su incapacidad política: “La ETA va contra la democracia” (qué novedad: también el PSOE, eso lo olvidan siempre, recuérdense sus continuos negocios con los asesinos, complicados con la corrupción y el GAL); pero “está derrotada”, “dando coletazos”, “cada vez más débil”, “merece la condena de todos”, “venceremos” y todo el indecente bla-bla-bla acostumbrado.
¡Ah, y “todos unidos”! Derrotar a una banda de facinerosos exige que todo el pueblo español, todos los políticos y todos los partidos se unan como una piña. No que se aplique la ley a los delincuentes, sino que toda la sociedad española “se una”, aseguran los mismos políticos que no han cesado de dar oxígeno a la ETA con sus negocios conjuntos, y los que, diciendo que se oponen a esa política, les ayudan. Qué sensación de triunfo debe de invadir a los etarras: ¡tienen a España en un puño!
El Futurista ha vuelto a dar muestra de su absoluta falta de talla política al hablar de que los únicos culpables son los pistoleros. Una clave, señor Rajoy: el 11-M los culpables fueron los terroristas, pues el gobierno de Aznar jamás colaboró con ellos, y sin embargo las bandas de Zapo llamaron asesinos a Aznar y al PP, sitiaron y asediaron sus sedes, vulneraron el día de reflexión, les humillaron y atacaron de todas las formas posibles. Era injusto, peor que injusto, era una actitud guerracivilista, pero también ustedes manifestaron tal dosis de estupidez, tal ineptitud para aclarar nada, que millones de personas se quedaron con la convicción de que, efectivamente, ustedes eran los responsables del crimen.
Ahora, la situación es totalmente distinta. Los culpables no son solo los asesinos, como usted dice, sino también sus colaboradores. No tiene nada de injusto, nada de inoportuno políticamente, sino todo lo contrario, lo exige la justicia y la política, recordar que el gobierno ha estado durante cuatro años inmerso en un proceso de liquidación de la Constitución en compañía de los etarras y los separatistas. Usted, con una virtud de pandereta, se finge incapaz de distinguir los dos casos, quiere demostrar que usted no es como los que les llamaban a ustedes asesinos, y con esa ñoñería miente a los españoles y contribuye al progreso de la farsa. Ni más ni menos.
Pachi López, uno de los más bajunos promotores de la política de Zapo, se ha permitido humillarle a usted en el funeral por la última víctima. Usted, con sus oficiosidades y claudicaciones, se lo ha merecido.
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Un viejo artículo:
El feminista
Rodríguez ha explicado a Time: "Lo que despierta mi vena rebelde son 20 siglos de un sexo dominando a otro. Hablamos de esclavitud, feudalismo, explotación, pero la dominación más injusta es la de una mitad de la raza humana sobre la otra mitad". Se comprende que el buen Rodríguez esté afligido y furioso por tanta injusticia de las generaciones anteriores durante veinte siglos. ¿Y quién no? Así que vamos a darle una mala noticia primero, y una buena noticia final que quizá calmen su atribulado ánimo, tan rebelde que da miedo.
Cuando él habla de 20 siglos se refiere, claro está, al cristianismo. En el catecismo progre, el cristianismo tiene la culpa casi todos los males. Pues he aquí la mala noticia: lo que él considera desigualdad y opresión de la mujer por el hombre no ha durado veinte siglos, sino, probablemente, toda la historia humana. Incluso cabría decir sin injusticia que el cristianismo ha ayudado poderosamente a suavizar las relaciones entre ambos sexos: desde el "todos (y todas, claro) somos hijos de Dios" al "compañera te doy y no sierva", pasando, en el catolicismo, por la relevancia de la Virgen y de una multitud de santas, puede decirse que, en cuanto a esas opresiones, el cristianismo ha sido mucho más positivo que, por ejemplo, el islamismo, cuyas virtudes y necesidad de ser comprendido y apreciado por los malos cristianos no cesa Rodríguez de encomiar. Y sólo tiene que consultar Rodríguez los más antiguos documentos históricos (puede empezar por La Ilíada en relación con nuestra civilización) para ver que en las relaciones humanas, comprendidas las existentes entre mujeres y varones, siempre ha existido una veta muy dura y dolorosa.
En este sentido puede Rodríguez revolverse, y quizá deprimirse todavía más: "¡Progreso mío!, así que ahora resulta que la opresión de la mujer dura ya mucho más de veinte siglos. ¡Oh, no sé si tendré fuerzas para corregir tan extendido y duradero mal! ¡Acude a mí, Progreso, confórtame y ayúdame!". Pero puede también experimentar un cierto alivio: "Por lo menos algo se ha progresado en veinte siglos. ¿Y gracias al cristianismo, por lo menos en parte? Increíble, realmente. Tendré que consultar de nuevo el manual. Bueno, eso permite albergar alguna esperanza, de todas formas".
Y la buena noticia. A pesar de esa veta dura y dolorosa, veta inmensamente ancha y profunda en ocasiones, en general han predominado en la historia aspectos más soportables, incluso agradables, pues de otro modo la humanidad habría desaparecido mucho tiempo ha. Es más, y aquí viene la gran noticia que liberará a Rodríguez de sus cuitas y rebeldías, tan perturbadoras para la serenidad que siempre buscan las personas equilibradas: ¡nunca ha existido esa opresión de la mujer por el hombre! Asombroso, ¿verdad? Pero indudable. A lo largo de los siglos, y ahora mismo, muchas mujeres (y muchos hombres) han sufrido y sufren opresión. Hasta podemos afirmar que todos sufrimos opresión de algún tipo, en mayor o menor grado y en unos u otros momentos. La vida de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres ha sido muy similar: oscura (muy pocas personas han "pasado a la historia", y así será siempre, por lógica, aunque, para un cristiano, todas estén presentes ante Dios), trabajosa, sometida a ignorancias y aciertos, a costumbres mejores o peores, a mil azares… y, dentro de ello, todos y todas han experimentado alegrías y sinsabores en mezcla muy desigual según las personas. Esto es importante: según las personas, no según las clases ni según los sexos.
Naturalmente, entre varones y mujeres siempre ha habido y siempre habrá diferencias físicas y anímicas muy considerables. Esto puede parecer muy triste a personajes de mentalidad mesiánica y estereotipada, pero la vida resultaría invivible sin esas diferencias. En todas las sociedades ha existido una especie de división del trabajo basada en esas diferencias naturales. Por ejemplo, el cuidado del hogar y la educación de los niños suele ser tarea fundamental, aunque no exclusivamente, femenina (la raíz del feminismo está en la aversión a esa tarea, tan opresiva en comparación con las divertidas y gratificantes actividades de que, según parece, siempre ha disfrutado el varón). Otras diferencias tienen rasgos más crudamente naturales. Otro ejemplo: mientras se ignoraron algunas normas de higiene y la existencia de los microbios, el parto fue un riesgo muy grave, además de doloroso, y el tiempo medio de vida era menor en las mujeres. Los avances en el conocimiento y la técnica, debidos a la actividad del varón –no siempre ha sido éste tan malvado con sus pobres compañeras–, ha cambiado bastante las cosas, y hoy en casi todas partes las mujeres viven más que los hombres.
La mesiánica ideología feminista no cesa de ponderar la superioridad de la mujer actual sobre sus humilladas predecesoras, tanto más despreciables cuanto que no solían mostrar descontento con su intolerable posición; ni cesa de ensalzar la "conquista de actividades y puestos sociales antes reservados al varón" y otros logros parecidos. Con ello pasan por alto dos cosas: en primer lugar, que en la historia real esas actividades y puestos sociales han sido el fruto, no siempre agradable, de la actividad masculina dentro del reparto tradicional de papeles. Es decir, han sido creaciones masculinas, y no, como sobreentiende la ideología, acaparamiento masculino de algo previamente existente (ocurre lo que con ciertas teorías de la explotación tercermundista: dan por supuesto que la riqueza cae del cielo, pero que unos cuantos sinvergüenzas se la apropian, despojando a los demás). La entrada masiva de la mujer en ese mundo masculino ha tenido muchas causas, entre ellas las propia exigencias del desarrollo económico; o las guerras mundiales que obligaron a una movilización masiva de los hombres y a su sustitución por mujeres en el aparato productivo.
Y la otra cosa que ignoran alegremente esas ideologías es el precio de esa "conquista". La parte femenina aunque menos ostentosa que la masculina, daba estabilidad y continuidad cultural a la sociedad, y permitía encajar los conflictos creados por la mayor agresividad del macho. Todo eso peligra ahora. La incorporación de las mujeres a ese mundo creado por el varón tiene aspectos atractivos, pero sólo los tontos creen que todo el monte es orégano. Los mesiánicos siempre creen haber descubierto la fuente del mal (la opresión de la mujer, viene a decir Rodríguez) y, queriendo secarla, han provocado, por lo común, inundaciones.
Así que si nuestro buen presidente repasa la historia en general y la de las ideologías mesiánicas en particular, acaso termine viendo las cosas de otra manera. En resumen: las mujeres no tienen la menor necesidad de la hiperactividad salvífica de nuestro presidente. Esto quizá desilusione un poco a Rodríguez, dada su natural tendencia a las misiones esforzadas, pero tiene la ventaja de que le permitirá descansar. Y, algo casi tan importante, también dejará descansar un poco a la atribulada sociedad española.
