Y no sólo en cuestiones de dinero. La oleada de robos y abusos del erario que caracterizó su etapa anterior fue suficientemente grave, pero más todavía lo fue su ofensiva mediática, a través de Prisa, para intimidar al “sindicato del crimen”, como llamaban a los periodistas que denunciaban los hechos. Y peor todavía su intento de blindar la corrupción mediante normas protectoras como la Ley Anti Difamación. De haber prosperado el plan, la democracia española habría degenerado en una podrida seudodemocracia modelada sobre la mejicana del PRI.
Se trata de una corrupción radical, intelectual, que pretende hacer a los ciudadanos felices a costa de la fastidiosa libertad. Tocqueville la describió proféticamente: “Un poder inmenso y tutelar que se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue otra cosa que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Este poder quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar; se esfuerza con gusto en hacerlos felices, pero en esa tarea quiere ser el único agente y juez exclusivo…” “Siempre he pensado que esta clase de servidumbre, reglamentada, benigna y apacible, podría combinarse mejor de lo que se piensa comúnmente con algunas formas exteriores de la libertad”. “Si semejante gobierno llegara a implantarse, no sólo oprimiría a los hombres, sino que a la larga los despojaría de los principales atributos de la humanidad”.
No entenderemos bien los desmanes de Zapo y su ilegal gobierno si no los referimos a las raíces profundas de su pensamiento: un despotismo manipulador, con pretensiones de ilustrado.