¿Existe una comunidad cultural que pueda llamarse Hispanidad? Sin duda existe, aunque en crisis, y resulta de todas formas difícil apreciar sus rasgos, aparte del idioma, ciertas tradiciones y un sentimiento de apego histórico, contrapesado por una demagogia estrafalaria sobre una América pre hispánica que nunca existió al margen del aspecto geográfico. Cuando no echada a perder por un deseo suicida de que la colonización no hubiera existido, o no hubiera sido como fue, o que la hubieran realizado otros pueblos europeos --cuyas empresas ultramarinas por entonces apenas sobrepasaban el nivel de la piratería--. España descubrió América geográficamente y la construyó culturalmente. El gran vicio que pone en permanente crisis esa enorme construcción cultural es el empeño de negar la evidencia e inventar arbitrariamente motivos de rivalidad y distanciamiento. Quienes se empeñan en secar sus propias raíces cavan su tumba. En Nueva historia de España termino: “Hoy por hoy, España carece de ímpetu cultural para orientar una evolución creativa, y tampoco se perciben otros países de Hispanoamérica capaces de hacerlo. La potencia espiritual demostrada por España en otros tiempos podría servir de acicate para un renacimiento en los actuales. Los indicios no son muy alentadores, pero todavía más catastrófica parecía la situación previa a los Reyes Católicos. Todo reto puede encontrar su respuesta, toda crisis encierra los factores de superación, y el futuro nunca está escrito”. Pero, hay que insistir, de momento, los indicios son poco alentadores.
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****Blog: Coincido con Manuelp en que la anglomanía parece tener efectos alucinógenos. Pregunta indignado nuestro buen Gaditano cuándo invadió Inglaterra a Irlanda a sangre y fuego. Podría preguntar más bien cuándo dejó de invadirla. Afirma que cuando Cromwell, Irlanda llevaba siglos como parte del Reino Unido. Como parte dominada, desde luego. Y los normandos, aunque hablaran francés y despreciaran el inglés, son los verdaderos fundadores de Inglaterra, no de Irlanda. Afirma que los irlandeses proingleses eran los mejores: depende del punto de vista, claro. Joyce fue un gran escritor, bastante neurótico por otra parte, pero políticamente no fue nada; en España hubo algunos buenos intelectuales que se pusieron a las órdenes de Napoleón, ¿y qué demuestra eso, en relación al asunto? Todo invasor encuentra colaboradores en el país invadido, es una especie de ley histórica. Dice que los católicos también mataron a protestantes: a protestantes que se habían apoderado de las tierras de los irlandeses, reduciendo a estos a la mendicidad, lo que, aunque extrañe a los anglómanos, difícilmente podía crear sentimientos de gratitud y amistad entre los despojados. Los irlandeses sabían bien, igualmente, cómo se impuso el protestantismo en Inglaterra, mediante una represión despiadada, más breve pero bastante más intensa y menos preocupada de formalidades jurídicas que la de la Inquisición en España. Y las masacres de Cromwell no las ha inventado el "romanticismo irlandés". Están generalmente admitidas, aunque algunos intenten refutarlo como en el caso de la llegada a la Luna. No tienen nada que ver con la fantasías propagandística de, por ejemplo, la matanza de Badajoz.
Más reciente, y sobre la conducta típica de invasores ante la Gran Hambruna, léase, por ejemplo, Hambre en Irlanda: la elegía de Paddy, de Thomas Gallagher, edit. Langre: entre uno y dos millones de muertos, aparte de los emigrantes. Una catástrofe inimaginable en la Europa occidental de la segunda mitad del siglo XIX y en el "Reino Unido", el país más desarrollado y próspero del mundo por entonces. Se la ha definido como un genocidio por negligencia, y bastante de eso tiene: para la mentalidad del invasor, solo se trataba de católicos irlandeses, y apenas se hizo nada práctico por remediar lo que algunos protestantes interpretaron como una especie de castigo divino, mientras se seguían exportando alimentos de Irlanda a Inglaterra. Quizá se podría decir --en peculiar descargo, si se quiere-- que las oligarquías inglesas han tratado a menudo a los propios ingleses de las clases bajas con una crueldad que nunca se dio en España, casi como una guerra civil soterrada contra su propia población, similar, aun si a menor escala, a la de la colectivización soviética. He hablado un poco de todo eso en Nueva historia de España.
Cita nuestro anglómano algunos atentados del IRA --ciertamente repugnantes-- como definitorios, aunque considera simples excesos más o menos disculpables las acciones brutales y nada lejanas de las tropas inglesas o de la policía a su sueldo. En fin, por ese camino podríamos definir la lucha de Gran Bretaña y Usa contra la Alemania nazi como básicamente criminal: los bombardeos con las bombas más sofisticadas y calculadas para asegurar el mayor número de víctimas civiles y el mayor sufrimiento, fueron algo incomparablemente más tremendo que el atentado del IRA en que murieron varias familias.
En fin, el dato esencial en lo que hablamos es que el IRA, con sus pros y sus contras, luchó por la independencia y reunificación de su patria, tal como los españoles lo hicieron contra Napoleón o los anglouseños contra la tiranía nazi (aunque fueran en alianza con la tiranía soviética). Ninguna organización ni acción humana es “perfecta”, y por eso debemos tener en cuenta las circunstancias y sacar siempre el balance.
En cuanto a comparar la conquista de Irlanda con la guerra de Sucesión en Cataluña o incluso con la victoria de Franco, o afirmar que el problema de las Vascongadas se parece al del Ulster, puede pasar como broma, aunque un nacionalista catalán o un anglómano quieran que se les tome en serio. Por cierto que los ingleses, casualmente, han tratado de meter baza en los asuntos internos españoles basándose en su apoyo y luego falta de él “a los catalanes” en aquella guerra de la que se llevaron Gibraltar hasta hoy (dejemos el caso de Portugal); como sus “informaciones” sobre las Vascongadas y la ETA tienen también algo de intromisión en nuestros asuntos. Cosa que a un anglómano siempre le agradará, claro. La cuestión de Irlanda nunca la vieron los irlandeses como un “asunto interno” del Reino Unido, y durante siglos oscilaron entre la rebeldía abierta y la sumisión resignada, mientras que los catalanes se consideraron españoles prácticamente desde que aparecen en la historia, y así fueron considerados por los extranjeros. Por cierto, ni De Valera era nazi ni lo era Collins u otros, aunque simpatizaran con Alemania, cuya opresión no conocían, por librarse de la humillante opresión inglesa, que conocían bien. Y el “racismo” irlandés es más bien folklórico, mientras que el inglés nunca lo ha sido. Por otra parte creo que el pueblo inglés es uno de los más nacionalistas del mundo, lo que en principio no dice nada a favor ni en contra de él.
Recordar estos hechos a un anglómano le pone furioso, tacha de “anglófobo” a quien los trae a colación y procura enredar y confundirlo todo. De Inglaterra hay otras cosas importantes que aprender, de los anglómanos nada, salvo que pasemos a considerar una virtud su oficioso servilismo.
** En cuanto a hacer un balance de los aspectos positivos y negativos, algo que en España no suele hacerse, sino que tiende a juzgarse lo general en función de aspectos parciales, es parecido a cuando algunos críticos superficiales, de izquierda y de derecha, condenan a Franco por ser “un dictador”, algo que les parece definitivo para juzgarle. A menudo les digo: mire usted, ese dictador nos salvó de una revolución totalitaria, de la guerra mundial, de un nuevo intento de guerra civil, y dejó un país próspero, unido y reconciliado, con numerosas libertades personales y bastante libertad de expresión. Gracias a lo cual tenemos el período de paz más prolongado que ha vivido España en dos siglos, y una democracia que los antifranquistas de ahora procuran arruinar. No había demócratas en las cárceles de Franco, ni había una verdadera oposición democrática, y seguramente los críticos de ahora procurarían hacer carrera en aquel régimen, como lo hicieron la mayoría de los que son lo bastante mayores para ello y ahora se han vuelto antifranquistas feroces y retrospectivos. Claro que aquel régimen tenía serios defectos, todos los tienen, pero en el balance pesan incomparablemente más los aspectos positivos. Y, por cierto, Franco fue muchísimo menos cruel que Churchill, Roosevelt o Truman –para no mencionar a Hitler o Stalin--. Pero la propaganda de origen marxista le ha cargado el sambenito de una especial crueldad. Porque a menudo el que grita más es el más escuchado, y esa propaganda, copiada por muchos “demócratas" de izquierda y de derecha, ha sabido gritar muchísimo.
Con este tipo de manías o piranoias pasa lo mismo que con las conspiranoias: los hechos reales no les dicen nada.
** Sobre las matanzas atribuidas a César en las Galias, debe tenerse en cuenta que los datos ofrecidos por los historiadores de entonces son muy efectistas y a ojo de mal cubero. No había estadísticas de población, y los testigos son a veces los más impresionables u ofrecen versiones distintas. Las exageraciones en el número de víctimas son a menudo enormes, tomadas unas veces como signo de una peculiar gloria, y otras de crimen y execración. Un historiador serio no puede darlas por válidas sin más, y no es de recibo hacerlas circular sin, al menos, una prudente advertencia sobre su incertidumbre. Pero esos abusos ocurren ahora mismo. A nuestra guerra civil, desarrollada con medios, amplitud y número de tropas muy superiores a los que pudo lograr César, y en un país mucho más poblado, se le ha atribuido tradicionalmente un millón de muertos. Gracias en gran medida a las estadísticas de población, hoy sabemos que no llegaron a la tercera parte. Y mucha gente sigue empeñada, a despecho de todas las evidencias, en adjudicar a la represión de posguerra cifras próximas a los 200.000 fusilamientos, cuando la cifra real no pasará, probablemente de la décima parte, y aun así está muy por investigar en detalle (descartando, naturalmente, las “investigaciones” subvencionadas por los golfos en el poder). Los trabajos de los hermanos Salas Larrazábal sobre estas cuestiones fueron para mí una lección esencial, muy recomendable para todo historiador.
Por supuesto, las cifras de un perturbado como Las Casas y sus seguidores sobre la conquista de América son eso, chifladuras, como he analizado en Nueva historia de España. Pero los piranoicos nunca lo entenderán: les encanta sentirse justicieros y progresistas imaginando a unos españoles sanguinarios hasta lo inaudito, y no van a renunciar a esa imagen y autosatisfacción por mucho que se les demuestre su imposibilidad material. El hombre es también un animal de manías. Al menos muchos hombres.
****No es lo mismo “nación política” que “soberanía de la nación”. La soberanía de la nación es el nacionalismo, y la nación política es la nación cultural con estado, muy anterior al nacionalismo. La nación, política o cultural, precede al nacionalismo, pero este puede crear nuevas naciones. Fue el nacionalismo lo que hizo de Usa una nación, antes inexistente salvo en el terreno cultural, como grupo de colonias inglesas. Las teorizaciones más o menos complicadas sobre este asunto suelen perder de vista ese dato elemental y culminar en embrollos. Como olvidan que la soberanía del monarca representaba a su vez a la nación, no significaba que el monarca fuera el dueño de cuanto había en ella, si exceptuamos ciertas autocracias. No existe la “nación histórica” como una categoría especial: todas lo son, necesariamente: es una redundancia, como decir “persona humana”.
El estado precede en unos casos a la nación política (los estados imperiales, aunque siempre tienen un fundamento nacional-cultural), y otras veces ocurre al revés. En el caso español, el estado visigótico, en la medida en que podía llamarse estado, era un poder ajeno a Hispania, que podía haber emigrado a otros países, como había venido haciendo durante siglos; solo desde Leovigildo se identifica definitivamente con España, acepta la cultura dominante hispanolatina y va integrándose en ella, proceso completado por su hijo Recaredo. Sin esa nación política resultaría muy difícil concebir la Reconquista.