La muy atípica guerra mal llamada después de Independencia (fue de liberación, ya que el país era independiente de siglos atrás), volvió a poner a España, pasajeramente, en el centro de la atención mundial. Resultaron llamativas, sobre todo, la capacidad espontánea de la población para reorganizarse con rapidez bajo unas juntas locales y provinciales formadas por funcionarios, militares, intelectuales y clérigos, una vez el estado y el gobierno quedaron descabezados en Bayona y José I rechazado por el pueblo; y la no menor destreza para compensar los fracasos del ejército regular con la movilización guerrillera. Con respecto a las juntas han solido resaltarse sus rivalidades y personalismos, pero estos no impidieron finalmente la coordinación y constitución de una Junta Suprema Central. El dato esencial es el propio hecho organizativo espontáneo, sin paralelo en Europa, revelador de una insospechada vitalidad popular. Recuerda la facilidad con que los conquistadores de América crearon organismos sin romper la lealtad a la metrópoli, herencia acaso de los siglos de reconquista.
La misma vitalidad se reveló en el fenómeno guerrillero. Después de mucho tiempo de ser ensalzado hasta las nubes y considerado una invención española (otros muchos pueblos han utilizado guerrillas, poco antes lo habían hecho los useños frente a los británicos), se ha tendido a desvalorizarlo como mero auxiliar no decisivo del ejército regular y de Wellington, o destacando el bandolerismo que a veces le acompañaba. Cierto que ningún golpe o pequeño conjunto de ellos por las partidas tiene carácter decisivo, pero en gran número desmoralizan, distraen y minan al mejor ejército, y en ese sentido pueden ser decisivos. Espoz y Mina, El Empecinado y muchos más, dañaron seriamente al enemigo y le impidieron controlar grandes extensiones. La lucha se volvió feroz por los dos lados, y cuando los franceses hablaban de l´enfer d´Espagne, se referían a las guerrillas, no a las tropas inglesas o españolas. Más de dos tercios del ejército napoleónico hubieron de proteger las comunicaciones, mermando drásticamente su capacidad operativa, prueba de la eficacia guerrillera. Sin esta es muy concebible que los franceses hubieran dado cuenta del ejército español y del angloportugués. El bandolerismo derivó de las circunstancias, como los saqueos por las tropas regulares; pero también fue combatido por los jefes guerrilleros y militares más conspicuos.
En cuanto a los ejércitos, los napoleónicos, además del aguijón infernal de las partidas (también las hubo en Portugal), sufrieron de su heterogénea procedencia nacional y de los celos entre sus jefes. Tuvo un papel más relevante del que suele reconocérsele la sufrida tropa portuguesa, recuerda el historiador Cuenca Toribio; y la mejor cualidad de la española fue aquella tenacidad para superar reveses y volver a la carga: no ocurrió como en el resto de Europa, donde Napoleón libraba pronto la batalla decisiva con rendición oficial; y queda en el haber hispano una victoria de tanto efecto estratégico y político como la de Bailén. Wellington, jefe prudente y muy preocupado de la logística, tenía mala opinión de los españoles, por su insuficiente disciplina y jefes descuidados, que resumió en un dicho: "España es el único país en que dos y dos no son cuatro". A su vez, los españoles reprochaban a Wellington su excesiva cautela, que posiblemente le impidió tomar Madrid en 1809. A los soldados ingleses los calificó de escoria y de borrachos. Estos padecían de sus oficiales un trato en extremo clasista y una disciplina brutal, pero contra su firmeza en el campo de batalla se estrellaban una y otra vez las embestidas francesas.
Los británicos resultaron unos aliados dudosos de los españoles. Deliberadamente se aplicaron a destruir las manufacturas que pudieran hacer competencia a las inglesas, y sometieron a varias ciudades, como Badajoz, Ciudad Rodrigo o San Sebastián, a saqueos salvajes, con profusión de asesinatos y violaciones. Conducta similar tuvieron los franceses, que además hicieron un daño incalculable al patrimonio artístico e histórico del país, destrozando monumentos, archivos, bibliotecas y obras artísticas, además de robar pinturas, esculturas, joyas etc. Dada la procedencia revolucionaria de muchos de ellos y de sus jefes, atacaron desde el primer momento a la religión, golpearon o fusilaron a clérigos, quemaron iglesias y profanaron imágenes, todo lo cual arruinó la simpatía que habría podido despertar José I con medidas más razonables.
La amplitud y empeño de la resistencia no deja duda del sentimiento antinapoleónico de la inmensa mayoría de los españoles. Aún así, prefirió colaborar con los invasores una minoría compuesta de simples acomodaticios en busca de alguna prebenda, más un grupo ilustrado que creyó el poderío francés invencible y se dejó seducir por los proyectos racionales y progresivos del invasor... y por la lógica recompensa esperada de su colaboración, que significaba la anexión a Francia de parte importante del país y la reducción de este a satélite de aquella. Acomodaticios e ilustrados erraron sus cálculos, como a menudo ocurre en los asuntos humanos, y todos ellos, conocidos como afrancesados, despertaron un odio popular no muy difícil de entender, máxime por el recuerdo de la Revolución francesa y por los ultrajes en España a la religión casi unánimemente profesada. De ahí la apasionada repulsa, antes inexistente o débil, hacia cualquier idea, moda o reforma sospechosa de origen francés. Sin que se superase la pobreza intelectual compartida en el siglo anterior por ilustrados y tradicionalistas. Hasta la experiencia guerrrillera española sería recogida y comentada... por prusianos como Gneisenau, indicio de la incapacidad para el pensamiento teórico que aquejaba al país desde principios del siglo XVII.
La invasión napoleónica rompió por completo el programa reconstructivo de la Ilustración. Los combates, las hambres asociadas y brotes de fiebre amarilla causaron cientos de miles de muertos, quizá hasta medio millón. La agricultura, la ganadería y las manufacturas quedaron devastadas y la marina casi destruida. España perdía condiciones para la revolución industrial y se convertía en una potencia europea muy secundaria. Además, otros sucesos iban a dificultar en extremo un resurgimiento que otros países experimentaron: la radical división interna del país.
Un efecto trascendental de la contienda fue la Constitución elaborada por las Cortes reunidas en la asediada Cádiz. La Junta Suprema Central asumió la autoridad regia y convocó por su cuenta, en 1809, elecciones a Cortes, que decidieron --otra medida radical-- una cámara única. La Junta Central se disolvió en enero de 1810, y se reunieron diputados de España, la mayor parte de la América hispana y Filipinas, a todas las cuales debía afectar la nueva ley fundamental. Entre los diputados, algunos querían volver al despotismo ilustrado, tarea ya imposible porque la propia guerra estaba socavando sus bases sociales e ideológicas. Otros, seguidores de Jovellanos, propugnaban cambios graduales, como su inspirador había preconizado a raíz de la Revolución francesa: "Dirá usted que estos remedios son lentos. Así es: pero no hay otros; y si alguno, no estaré yo por él (...) Jamás concurriré a sacrificar la generación presente por mejorar las futuras (...) Creo que una nación que se ilustra puede hacer grandes reformas sin sangre". Una tercera opinión, más concreta, propugnaba adoptar buena parte de las reformas napoleónicas sin romper con la monarquía ni la religión. Estos, llamados liberales, impusieron su sello a la Constitución, que recogía influencias francesas, inglesas y useñas, y al mismo tiempo trataba de recobrar la tradición del pensamiento español del siglo XVI.
En 1812 nació la Constitución. Establecía la soberanía de la nación, igualdad ante la ley, división de poderes, derechos personales, religión oficial católica, Cortes y monarca con facultad de proponer leyes, monarquía limitada, que gobernaría por ministros sujetos al control parlamentario, gobierno centralizado, supresión de aduanas interiores, libertad de prensa, de hecho ejercida masivamente al amparo de la contienda... La Constitución de Cádiz fue modelo de otras europeas y de los países hispanoamericanos que pronto se independizarían, y donde no tendría en ellos un futuro muy feliz.
Se ha criticado a esta ley su farragosidad, carácter ordenancista y excesiva longitud: 384 artículos, comparados con los simples y claros siete artículos de la Constitución useña concretados por entonces en 24 breves exposiciones y 12 enmiendas. También resultaba complicado el sistema de voto, con cuatro grados empezando por el más bajo, de sufragio universal, y con restricciones sucesivas; y la división de poderes apenas dejaba comunicación entre ellos, lo que la hacía poco funcional. Pero con todos sus defectos, sentó un precedente que serviría de orientación posterior.
El mayor fallo de la Constitución, se ha dicho, es que el país no estaba preparado para ella. Esto no deja de resultar extraño. Teniendo en cuenta la tradición pre liberal y ciertos hábitos ancestrales de libertad personal, la nueva ley debiera haber sido muy bien acogida. Pero, desafortunadamente, caía en un clima popular de rechazo a tales innovaciones, debido a las atrocidades revolucionarias y bélicas. Además, la legitimidad de la Cortes podía chocar con la del rey si este, cuando volviera a España, no las aceptaba, como así sería. El apasionado rechazo a las novedades "afrancesadas" se compensaba con un mal fundado entusiasmo por Fernando VII, "El deseado", que había traicionado a su padre y a sus propios cómplices y abdicado ante Napoleón. Cuando volvió, en medio de un fervor delirante, captó bien el ambiente popular, disolvió las Cortes de Cádiz y declaró nula su obra.
Comenzaba el drama del siglo XIX español. La anterior oposición pacífica de ilustrados y tradicionalistas se transformó en antagonismo sangriento entre tradicionalistas y liberales, unos y otros menos provistos de ideas que de emoción. De haber sido uno de los países internamente más pacíficos durante tres siglos, España se transformó en el de las guerras civiles y pronunciamientos. Su evolución posterior se pareció al castigo de Sísifo, con repetidos avances insuficientes y vueltas atrás.
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**** Blog. Veamos: la batalla decisiva de la guerra mundial fue probablemente la de Kursk. Alemania alineó 900.000 hombres, 2.700 tanques, 2.000 aviones y 10.000 cañones. Rusia: 1,300.000 hombres, 2.400 aviones, 3.300 tanques, 20.000 piezas artilleras.
El Alamein: (según Liddell Hart) Gran Bretaña: 230.000 hombres, 1.500 aviones, 1.400 tanques. Sus contrarios: 80.000 hombres (solo 27.000 alemanes), 350 aviones, 260 tanques alemanes y 280 italianos. Los italianos, todos anticuados, los alemanes, de menor potencia que los ingleses.
Normandía: Aliados: hasta 2.000.000 de hombres, 12.000 aviones, dominio absoluto del mar. Alemanes: hasta 400.000 hombres, 90 bombarderos y 70 cazas durante los primeros días, no muchos más después. Los soldados alemanes eran en general de más edad que los de Rusia, menos preparados y muchos no aptos para el servicio en el este. Los aliados recibieron constantemente una ingente masa de suministros, mientras a los alemanes, debido a los bombardeos, no les llegaba más que un tercio de sus necesidades.
Aun así, los Aliados tuvieron siempre grandes dificultades para vencer, y en muchos casos los alemanes les vencieron pese a su gran inferioridad material.
Que un ejército materialmente débil venza a otro más fuerte no es un caso aislado: se ha repetido muchas veces en la historia
**** Dice Durán y Lérida, en plan de elogio, que en el Frente Popular militaron católicos. Cierto, incluso curas. Se ve que les daba igual el sádico intento de exterminio de los otros religiosos y católicos, la destrucción de iglesias, monasterios, bibliotecas, etc. Buenos católicos, ya se ve, como los que apoyarían después a la ETA, a los comunistas y a los separatistas... Como Durán y Lérida.
**** La corrupción del PP. Una de las buenas cosas que hizo Aznar fue rebajar muy considerablemente la corrupción. La banda del PSOE, después de su propia marejada de escándalos, quiso vengarse con acusaciones constantes a los populares, la mayor parte de las cuales resultaron inventadas o insignificantes. Pero lo de ahora parece tener más fundamento. Y es que la corrupción ideológica de Rajoy, el futurista de la Nena Angloparlante, la economía lo es todo, el engaño sistemáticos a sus votantes, los estatutos a la catalufa, etc., dan lugar inevitablemente a otro tipo de corrupciones.