A un comentario mío en este blog sobre la aceptación del evolucionismo en 34 países, contesta Miguel Prol en su blog vigués Radicales libres.
Comentario: Muy bien, pero ¿se trata de aceptación o de creencia? Habría que pedir a esos aceptantes que explicaran la teoría darviniana con alguna claridad y rebatieran las objeciones a ella. No digo si la teoría puede considerarse científica o no, sino si sus creyentes la defienden con fe (una parodia de fe religiosa) o con verdadero conocimiento de causa.
Contestación: "¿Se imagina alguien una reflexión parecida pero, en lugar de sobre la "teoría darviniana", sobre la ley de la gravedad o sobre la relatividad? ¿Por qué no atisba también Moa una "parodia de fe religiosa" en la aceptación popular del electromagnetismo o la circulación de la sangre?"
http://radikaleslibres.blogspot.com/2008/12/aceptacin-pblica-de-la-evolucin-en-34.html
Dos cosas: la mayoría de la gente "acepta" la ciencia con una parodia de fe religiosa, tanto en sentido de que ignora lo que dice creer como, sobre todo, porque imagina que esa creencia le da algo así como más verdad y más sentido a su vida. Su rechazo de la religión no es una actitud científica, sino moral y, más aún, religiosa, e implica una sustitución: lo que me da la religión me lo da mucho mejor la ciencia. Lo cual significa una perfecta incomprensión de la ciencia.
En cuanto al darvinismo, no es lo mismo que la ley de la gravedad. Ni es tan segura, ni tan comprobable, ni hay tanta probabilidad de que el tiempo, los azares genéticos y la presión del medio causen la evolución y diversidad que encontramos a la vista. Todo eso está sujeto a discusión, al contrario que la ley de la gravedad, cuyo concepto Einstein amplió, pero no negó, aunque ¡quién sabe qué nos deparará el futuro!
Yo dudo de que la única alternativa posible esté entre el creacionismo y el evolucionismo, incluso de que haya alternativa entre ambos, una vez el creacionismo deje de interpretarse de modo literal.
Por otra parte desde mi ignorancia propongo a mis amables ciencistas un par de problemas: ¿qué clave genética o cerebral hace que muchos aceptan el evolucionismo y otros lo rechacen? ¡Porque esas actitudes han de tener una base material! Y en cuanto a la ley de la gravedad, ¿por qué las masas se atraen? Newton replicó aquello de que no fingía hipótesis, pero la pregunta es perfectamente científica y de hecho Newton se esforzó mucho, un poco a escondidas, por contestarla. ¿Por qué no os animáis?
Dice también: "La confianza que se pueda tener hacia una religión en particular, si se tiene, es de otro tipo (que la científica), no porque estemos habituados a ver convertir el agua en vino o resucitar a los muertos (en tal caso, aunque no lo viéramos, tal vez podríamos confiar con mayor fundamento en la existencia de Dios)". No tiene que ver una cosa con la otra. La religión no propone confianza, sino fe. En mi opinión provisional, fe en que la vida tiene sentido, por misterioso que nos resulte, y que viene forzosamente de algo ajeno a ella. Los relatos que hablan de esa fe producen una especie de sugestión psicológica, pero racionalmente deben ser interpretados de manera simbólica, como propone P. Diel. El mito de Adán y Eva, mencionado aquí el 20-XII: parece claro que dicha pareja y el paraíso no existieron nunca; y sin embargo Adán y Eva están presentes en cada ser humano.
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No es cierto que los españoles se hayan vuelto irreligiosos. Una gran parte de ellos cree en la non sancta trinidad: Trola, Choriceo y Puterío. Y creen con fervor.
Sobre el regeneracionismo (II) (ver la parte anterior el 18 de diciembre):
Sobre estas concepciones y programa cabe hacer al menos tres observaciones. En primer lugar, la realidad observable de la Restauración dista mucho de justificar las descalificaciones con que la obsequiaban los regeneracionistas, pues, con todos sus defectos, había logrado algunas mejoras que, vistas desde el convulso siglo XIX, eran auténticas proezas. Para empezar, una relativa paz y estabilidad internas, acabando con la era de los pronunciamientos y la epilepsia anterior. También, gracias a esa estabilidad, el país experimentaba, por primera vez desde la guerra de la Independencia, un progreso económico no muy fuerte, pero sí continuado y en aceleración, manifiesto, entre otras cosas, en un aumento sostenido de la renta por habitante, en contraste con el estancamiento de los 60 años precedentes. Además, el sistema garantizaba una gran libertad de expresión, a cuyo calor se desarrollaba el mayor florecimiento cultural e intelectual del país desde el Siglo de oro. Añádase que las leyes liberales, con todos sus defectos de aplicación, permitían a cualquier grupo político organizarse, hacer campañas y presentarse a las elecciones.
Ante estos logros, la crítica de Azaña, Ortega, Costa, etc., suena por lo menos arbitraria y un tanto obsesiva. En realidad, la Restauración propulsaba, aunque fuera con lentitud, la regeneración y europeización exigida por ellos tan abruptamente. Si ellos creían tener el medio para acelerarla, nadie les impedía explicarlo y propagarlo para llevarlo a la práctica, si convencían a suficiente gente. En tales condiciones, el radicalismo de sus ataques y la pretensión de derribar a aquel régimen sólo pueden resultar chocantes, al igual que la pobreza de sus planteamientos prácticos y las virtudes casi mágicas atribuidas a la mera demolición del sistema, o su radical negación de "la única España conocida", en palabras de Menéndez Pelayo, negación respaldada con muchos más calificativos que datos y argumentos.
Una segunda observación es que, si España era una fantasmagoría, una nulidad como nación o en todo caso el producto de una historia siniestra, ¿por qué empeñarse en regenerarla o refundarla, tarea sumamente fatigosa, quizá imposible por mucho que quisieran apoyarse en las virtudes lejanas y brumosas atribuidas al movimiento comunero, o en la apropiación un tanto arbitraria del espíritu de Cervantes, o en la imitación deslumbrada y retórica de Europa? Una conclusión por lo menos tan lógica como la propuesta por Azaña, primer firmante de la Liga para la Educación Política Española fundada por Ortega, era la de que cada cual tirase por su lado y tratase de zafarse del abrumador fracaso histórico. Y así lo hacían otros. El nacionalismo catalán surge negando la realidad de España, como, de hecho, hacen los regeneracionistas; el nacionalismo vasco acepta esa realidad (de España), pero precisamente con los tintes con que la adorna Azaña: un país torvo, opresor, inferior y envilecido, corruptor de los vascos, "la raza más libre y más noble del mundo", según aseguraba Sabino Arana. Para los marxistas y anarquistas, la enfermedad llamada España no tenía mejor salida que su disolución en el mundo nuevo y feliz del internacionalismo. Todos ellos coinciden en el diagnóstico, y son probablemente más coherentes que los regeneracionistas en sus recetas, tan distintas y aun opuestas, como había de verse con especial dramatismo durante la guerra civil.