Siempre me sorprendió la facilidad con que personajes políticamente abyectos como los Pachi López desplazaron en las Vascongadas a los Redondo Terreros: la escasa combatividad de estos. Cabe esperar que no ocurra ahora lo mismo con María San Gil y esta no escenifique una retirada, todo lo digna que se quiera, pero retirada ("Tome la decisión que tome la seguiré apoyando", dice golfamente Rajoy en la tónica de Zapo: "¡Hay que ver cómo aprenden lo malo!", decían de los niños las madres, antaño).
En contra de lo que se dice, el Futurista Solemne y Económico de la Nena Angloparlante no es un cadáver político, y son él y los suyos quienes llevan la iniciativa en el PP. Quienes se exponen a convertirse definitivamente en cadáveres políticos, si se limitan a expresar malestar y no saben dar la batalla con ánimo de ganar, son Vidal Quadras, Mayor Oreja, Arístegui (le dicen en negociaciones con... ¡Costa!, para buscar una alternativa), Aguirre, Aznar, San Gil y otros cuantos más. La iniciativa solo se gana con un programa claro que exponga, a) la deriva involucionista de Zapo; b) la política seguidista de Rajoy; c) unos breves puntos programáticos para afrontar el reto. Sin eso no hay nada, salvo lloriqueos. Sin eso la gente común no entenderá por qué tanta queja. ¡Y ni a dar un paso tan elemental se atreven! Según se cuenta, les paraliza el miedo a dividir al partido. Los futuristas no tienen en absoluto ese temor y por eso llevan las de ganar, aunque pasen serios apuros. Tienen, además, el respaldo de PRISA.
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Rajoy, la oposición chikilicuatre, ve a Rosa Díez como enemigo e intenta silenciarla en el Parlamento. Igual que Zapo, a quien hace ese trabajo sucio. Van juntos.
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La señora Manjón, insisto, es comunista. Por una enfermedad moral de nuestra sociedad, ser nazi la incapacitaría, pero ser comunista no, cuando ambas cosas vienen a ser lo mismo, histórica y prácticamente: la tiranía y el genocidio.
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"Los hechos de aquellos hombres bien pueden suscitar cierto asombro. Desde Transilvania hasta Laos, desde Manila hasta Sajonia y desde la actual California hasta el canal de Magallanes, grupos de unos cientos o unos pocos miles de españoles llevaron a cabo hazañas muy dignas de mención contra otros hombres armados y contra los elementos, obstáculos naturales y distancias aparentemente insalvables para la técnica de la época. Podrían considerarse tales proezas, hoy tan olvidadas y menospreciadas por los torpes, como simples leyendas, porque en verdad no resultan fácilmente creíbles y, como hacía notar Pericles de otras gestas, "quien las ignora puede, por envidia, creer exagerada la exposición, al oír cosas que superan sus propias capacidades". Pero quedan de aquellos esfuerzos ciclópeos huellas bien tangibles, pese a otros grandes esfuerzos empeñados por borrarlas.
Aún resultan más notables dichas acciones si –ciñéndonos a Europa– pensamos que cada uno de los principales rivales de España no le era inferior en poder material, y mucho menos cuando concertaban sus fuerzas, como solían. España sumaba menos de la mitad de la población francesa, quizá menos aún en riqueza. Lo mismo, pero más acentuado, ocurría con respecto al Imperio Otomano, el único que durante los dos primeros tercios del siglo XVI infligió a España reveses muy dolorosos. Cierto que Carlos I y Felipe II extraían recursos humanos de Alemania y Países Bajos y Flandes, y también económicos de Italia. Pero los dos primeros países se convirtieron también en trampas para España, e Italia no dejó de suministrar a Francia buenas tropas y mejores generales. En conjunto, y como señala Lucien Febvre en su prólogo a Seville et l´Atlantique, citando a P. Chaunu, la escasez de hombres obligaba a España a suplir "con una asombrosa movilidad una no menos asombrosa inferioridad numérica", con lo cual los hispanos "estaban por todas partes". (Del prólogo a Bravuconadas de los españoles, de Brantôme, Ediciones Altera)
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Ayer, presentación de Sofismas de la izquierda, silencios de la derecha, en el CEU. Muy pocos estudiantes entre el público: "Es que no se ha puesto ningún cartel, ninguna publicidad en los centros, ni en este mismo local –me aclara uno de ellos–, y así estamos vencidos desde el principio". Un fallo, qué se le va a hacer, que la izquierda nunca habría tenido, pero hay que aprender de la experiencia. Por lo demás, muy bien, a pesar del fútbol.
Da alegría ver cómo mucha gente va perdiendo el miedo o el complejo, porque decir algunas verdades como las que expusieron José Luis Orella, Raúl Mayoral o Alex Rosal (o invitarme a actos académicos) se estaba convirtiendo en un tabú en esta España con tanto déficits democráticos. El libro vendió en tres semanas los quince mil ejemplares de la primera edición, y está agotando ya la segunda. Parece mucho, pero si pensamos en un país de cuarenta millones de habitantes sometidos en su mayoría al machaqueo embrutecedor de los medios progres, resulta una insignificancia. Hay mucho que hacer. Varias intervenciones incidieron en la urgencia de crear asociaciones, entre ellas una por la verdad histórica, que preconizo desde hace algún tiempo.
Otra intervención: "He visto que en ABC y en La razón le han dado mucho espacio y comentario al último libro de Preston, y en cambio a Años de hierro ni lo mencionan. Parece lógico que esto lo haga El País, pero en la prensa conservadora... ¿A qué puede deberse esto?" "No lo sé, pero el hecho es que estoy tan censurado allí como en El País". Una explicación: "Conozco el caso de La Razón: su equipo de Cultura es prácticamente de ultraizquierda. La derecha siempre deja la cultura a la izquierda".