El odio a Franco es tan intenso y duradero en nuestra izquierda –hasta ha conseguido contagiarlo en buena medida a una derecha deseosa de hacerse la moderna– que no duda en utilizar contra él, como una referencia fiable, a Queipo de Llano, a quien por lo demás presentan como un borracho embustero y sanguinario. En Años de hierro examiné las causas y circunstancias de este enfrentamiento entre los dos generales, y me ha alegrado comprobar, por estas memorias publicadas por Fernández-Coppel, que acerté en lo esencial. Queipo detestaba a Franco por motivos personales: se consideraba superior a él militarmente, le dolía obedecerle cuando lo había tenido a sus órdenes, se sentía postergado cuando, a su juicio, si el alzamiento había triunfado se debía fundamentalmente a la toma de Sevilla. Estos agravios se doblan de críticas políticas no muy convincentes: Queipo no era ningún político, y sus argumentos pertenecen al género de los esgrimidos en las tertulias de café.
Le dolía especialmente la supresión de sus charlas radiofónicas. Él las consideraba, con razón, como una innovación bélica de efectos trascendentales: habían elevado la moral de los nacionales en los primeros y cruciales tiempos del alzamiento, hasta disuadir a Mola de dar por perdida la rebelión y huir al extranjero; y habían deprimido el espíritu de lucha de los rojos, quienes bien lo habían sentido y le replicaban en tono equivalente, aunque menos eficaz. Pero, llegado un momento, Franco parece haber juzgado perjudicial el estilo de aquellas charlas, y ordenó cesarlas, para frustración del interesado (y de muchos miles de oyentes).
La actitud independiente de Queipo, su prestigio, su aversión a la Falange y menosprecio del Caudillo, que no ocultaba, alentaban, por lo menos, la división y la insubordinación en Andalucía, donde él gobernaba de hecho como un "virrey", aun si no conspirara directamente. Si Franco lo toleraba, se exponía a serios problemas apenas terminada la guerra y comenzada la reconstrucción, en medio de fuertes tensiones potenciales dentro del régimen. La maniobra con que se libró de Queipo estuvo urdida para evitar el choque abierto e impedir que se abriera una peligrosa grieta en el régimen. Queipo explica en su relato, tras comunicarle Franco su decisión de alejarlo de España: "De modo que... ¿esto no tiene arreglo?". "Como amigo te puedo perdonar, como jefe de Estado, no".
Dato importante de aquellos años, a menudo negligido, fue la escasa lealtad de bastantes generales (y políticos) hacia su Caudillo, y los continuos complots de varios de ellos. En este caso, Franco cortó la amenaza en sus inicios, pero con otros opositores internos –que casi seguramente habrían introducido a España en la guerra mundial–, hubo de lidiar con sumo cuidado, atento siempre a evitar un resquebrajamiento político. Lo consiguió siempre y sin sangre: conspiradores como Aranda habrían sido fusilados por casi cualquier otro gobernante.
El castigo de Queipo, de todas formas, resultó poco trágico: "destierro" a Roma con un cargo en el cual podía hacer algo o nada, y bien vigilado. Él mismo lo explica: "Sueldo de príncipes, vida espléndida... ¡Corpo di tal, qué destino....! Y toda mi obligación es bien sencilla: cobrar y estarme quieto".
¿Sentía Franco amistad por Queipo? Es muy posible: le concedió los máximos honores y reconocimientos...cuando dejó de ser un peligro para él y no tenía, por tanto, interés político o necesidad de ganarse a su díscolo compañero de armas. Según el agraciado, el Caudillo "nunca supo olvidar ni, menos, perdonar"; pero en su caso, desde luego, fue al revés.
Franco, debe reconocerse, supo mantener la disciplina con notable destreza. Durante la guerra había tenido el mismo problema que el Frente Popular: asegurar la unidad de sus filas, tradicionalmente propensas a la disgregación. Él lo había logrado sin apenas derramamiento de sangre, mientras que en el bando contrario costó una pequeña guerra civil interna y ni aun así se consolidó bien.
--------------------
Cuatro frases, cuatro embustes:
"Los caídos del bando franquista han sido dignificados. Ahora les toca a los del otro bando".
"Somos o representamos a los familiares de las víctimas de la guerra".
"Las víctimas del franquismo defendían la democracia y un régimen legal".
"Esta ley quiere cerrar las heridas de la guerra".
--------------------
http://blogs.periodistadigital.com/bokabulario.php/2008/10/01/destroy-spanish-invaders-and-drink-a-sid?blog=16&c=1&page=1&more=1&title=destroy-spanish-invaders-and-drink-a-sid&tb=1&pb=1&disp=single
http://blogs.periodistadigital.com/bokabulario.php/2008/09/30/ialguien-recuerda-que-el-gobierno-parita
http://www.laopinioncoruna.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008093000_2_225196__A-Coruna--Metro-Mesa-expedienta-comerciantes
www.foroermua.com
**** Hay que ver, la Maleni, tan bravucona, ¿no estaría ella mejor de ministra de la guerra?
--------------------
El siglo V en Europa fue, pues, desusadamente confuso, violento e inestable. Pueblos enteros se ponían en marcha, se sucedían las invasiones y las luchas entre los invasores. En 476, casi al tiempo de hundirse el reino huno, un jefe germano (hérulo) llamado Odoacro, depuso al chico de quince años Rómulo Augusto o Augústulo, que hacía de césar, y allí terminó oficialmente el imperio de occidente, subsistente a duras penas tras Teodosio I. No obstante, permaneció algo de la atracción y prestigio de aquella civilización, y los jefes germanos, empezando por Odoacro, justificaran su poder como delegación de Roma o de Constantinopla, ficticia a cualquier efecto práctico.
Concluía así la asombrosa historia de aquella Roma desde sus orígenes legendarios en el siglo VII antes de Cristo como una mínima ciudad estado del Lacio hasta la creación, a partir de la II Guerra Púnica, de un inmenso estado centrado en el Mediterráneo, cambiando por completo su entorno cultural: primer y único poder en la historia capaz de tal cosa. Los habitantes del imperio sintieron este final como una pavorosa revolución entre una orgía de asaltos, matanzas, violaciones, incendios y saqueos. Historiadores actuales suelen minimizar o ridiculizar los relatos de la época pero no hay motivo para dudar de lo esencial de ellos: todo un mundo perecía a sangre y fuego. Numerosas ciudades, obras de arte, bibliotecas, habían ardido. Numidia y las Mauritanias, granero del imperio gracias a sus canalizaciones y virtuosa utilización del agua, comenzaron una progresiva desertización bajo el poder vándalo y las incursiones de los montañeses beréberes. El comercio padeció interrupciones como nunca antes, y la economía bajó al nivel de subsistencia en gran parte de las provincias. La alfabetización quedó reducida a núcleos eclesiales. Roma volvió a sufrir la conquista y el saqueo en 445, esta vez por lo vándalos. Sobre el difunto imperio occidental se afanaban inestables reinos germánicos, en guerra casi permanente entre ellos. Por Britania penetraban anglos y sajones, los francos se repartían las Galias con los visigodos, que también ocupaban parte de Hispania. Vándalos y alanos, después de atravesar y devastar Hispania, instalaron un reino propio en el actual Magreb, más Córcega y Cerdeña, mientras los suevos hacían lo propio en Gallaecia. Los ostrogodos, liberados de los hunos en 453, ocupaban Italia cuarenta años después, al mando de Teodorico, echaban a Odoacro y construían un nuevo reino.
Naturalmente, para los germanos fue otra cosa: en su memoria quedaría, de modo nebuloso, como una era de gloriosas empresas y aventuras fantásticas bajo jefes legendarios, choque del valor y la voluntad sobre la arrogancia de un poder por tantos siglos triunfante. Victoria sobre una civilización decadente, con sus masas de súbditos miserables, de esclavos, de ciudadanos indolentes y viciosos. ¿Qué valían todos los artificios civilizados frente al ímpetu vital de unos pueblos en pleno disfrute de su fuerza y su libertad? Ahora ellos se adueñaban de unas riquezas que los vencidos no habían sabido merecer ni defender. Aún así, jefes bárbaros como Ataúlfo entendieron pronto que sobre las ruinas debía construirse algo, y que los usos y costumbres de sus pueblos, buenos para tribus no muy numerosas ni urbanizadas ni radicadas con firmeza en un territorio, valían poco para gobernar reinos extensos, civilizados y sedentarios.
En todo caso se produjo un retroceso general de la civilización, solo paliado por el aparato eclesiástico. Y así terminaba la llamada convencionalmente Edad Antigua.
------------------
Acto de presentación del Diario YA
El Diario YA se vuelve a editar, y por ese motivo os invitamos a la presentación que vamos a realizar en la sede de la Asociación de la Prensa (C/ Juan Bravo, 6) el viernes 3 de Octubre a las 12.00 horas. Nos acompañarán varios miembros del Consejo Asesor.
De momento ya nos puedes leer en digital, en www.diarioya.es, pero esperamos contar con tu presencia para informarte de qué pretendemos lanzando esta histórica marca, con qué apoyos contamos y las posibilidades de volver a editarlo en papel.