Puesto que la ley asegura la convivencia en paz, un proceso de destrucción de la ley es un proceso de guerra civil. Lo cual no significa necesariamente que termine en guerra. Puede ocurrir que una de las facciones en pugna por o contra la ley, sea desbaratada o reducida a la impotencia antes de que pueda rebelarse. O que carezca de redaños para defender su postura. Y no toda paz es aceptable. También hay leyes despóticas, cuya destrucción resulta necesaria aun a costa de la violencia, baste pensar en la Constitución soviética.
Dos casos de libro. El Frente Popular demolió desde febrero de 1936 la Constitución republicana, emprendiendo un proceso revolucionario. Las izquierdas y los secesionistas estaban seguros de imponerse a una derecha asustada, o de aplastarla con facilidad si osaba rebelarse. Hitler, una vez logrado el poder legalmente, manipuló la legalidad para destruirla con rapidez, aplicando el poder del estado para desarticular cualquier conato de réplica. Logró la paz interna a costa de la libertad.
El proceso actual emprendido por socialistas, terroristas y separatistas en unión, no planea derogar una ley despótica, sino liquidar la Constitución más democrática y consensuada que haya tenido nunca el país. Liquidarla mediante el fraude y el hecho consumado. Por su propia naturaleza, esa alianza tiende a la guerra civil, convencida de que doblegará con facilidad cualquier resistencia, como lo creía su modelo, el Frente Popular de 1936. Cuenta con el poder del estado y con una potencia mediática que le permite mantener en la inopia a la mitad de la población mientras le habla de “paz”, al modo como Hitler empleaba sin cesar esa palabra.
Pero sus cálculos triunfalistas tienen pocas probabilidades de cumplirse. Incluso si lograran de momento su objetivo de disgregar la nación, anular su soberanía, silenciar a la oposición y dominar a los jueces, su triunfo acarreraía inevitablemente la descomposición social y política, y violencias crecientes.
La apuesta, hoy, consiste en frenar ese proceso demente, que recibe en todos los países del mundo el nombre de traición: a la patria y a la democracia. Todo ciudadano que realmente lo sea debe reaccionar. Estamos en la lucha por la opinión pública y contra sus poderosos medios de desinformación, y cada cual tiene en ella su tarea.