La reivindicación del Frente Popular y de Negrín por el partido y el gobierno de Zapo, no es, pues, un hecho sin mayor significación: retrata un carácter y unos objetivos. Podría tratarse de una reivindicación sin mayor trascendencia retórica, como a veces ocurre, pero las similitudes entre una situación histórica y la otra resultan más que llamativas.
Como el Frente Popular, Zapo llegó al poder después de una campaña de creciente demagogia y violencia en las calles, bajo banderas anticonstitucionales y del Gulag, culminada en la matanza del 11-m, de inducción y autoría intelectual hoy por hoy desconocidas. Ello dio a las votaciones un carácter anómalo, por su tinte emocional y demagógico, inédito desde la transición. Cuando digo "culminada" no quiero decir que el PSOE estuviera implicado en la matanza –eso sigue sin saberse, porque realmente no se sabe casi nada de ella– sino que ese partido y los medios de masas afines la utilizaron deslealmente y sin reparar en embustes para aumentar al máximo aquella emocionalidad y beneficiarse de ella. El PSOE apareció entonces como lo que solo muy transitoriamente dejó de ser: un partido de extrema izquierda y un peligro para la convivencia en libertad.
Desde entonces no hubo corrección, sino acentuación de las características "rojas" de ese partido. La democracia española es tan frágil y deficitaria que precisó, ¡veintitrés años después de inaugurada!, un pacto entre los dos principales partidos para asegurar dos puntos básicos que en cualquier régimen estable se dan por supuestos: las libertades y la lucha contra el terrorismo, eliminando de esta última la llamada solución política, auténtica justificación del asesinato como modo de hacer política.
Pues bien, la política de Zapo ha consistido, desde entonces, en la destrucción del pacto democrático y su sustitución por otro con los terroristas y los separatistas, pacto de signo contrario, directamente contra la democracia. Esa política se ha completado con otra exterior de aliento al terrorismo islámico y de apoyo a regímenes y líderes populistas, amenaza permanente a las libertades en los países hispanoamericanos y musulmanes, y en algunos casos a España misma. Estos hechos, complicados con el socavamiento del poder judicial, acciones contrarias a la igualdad ante la ley, etc., definen la política de Zapo como contraria a los principios constitucionales, a la democracia. La definen como involucionista, como un golpe de estado desde el poder, al modo del Frente Popular y de Hitler, aun si más lento y con menos violencia explícita (y cuya progresión ha sido posible por carecer de oposición real, ya que la del PP de Rajoy en ningún momento lo ha sido).
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Sobre la formación de España:
Con Leovigildo la historia del reino godo iba a experimentar un giro drástico. Muerto Liuva en 572, quedó aquel como rey único, e iba a revelarse el líder más capaz y mejor político de los godos, hasta entonces o después. Los reyes anteriores, con excepciones relativas, habían aplicado políticas mediocres, sin horizonte más amplio que la conservación del poder y el ten-con-ten hacia el episcopado y la aristocracia hispanorromana, aun dentro de una hostilidad mutua. Pero Leovigildo concibió a Hispania como un todo no solo cultural, sino también político, y se empeñó en una tenaz y enérgica acción para convertirla en un reino unido. Había empezado en 570 expulsando a los bizantinos de casi toda la costa atlántica del sur; dos años después los alejaba del valle del Betis, ante todo de la rica y gloriosa Córdoba, reduciéndolos a una estrecha cinta costera desde el estrecho de Gibraltar a Alicante, más las Baleares. A continuación se aseguró la sumisión de bolsas rebeldes o independientes entre las actuales Cáceres y Zamora, y derrotó a las bagaudas de Asturias y Cantabria, a quienes arrebató en 574 la estratégica fortaleza de Amaya, su capital. Dos años después atacaba el reino suevo de Miro, aunque la acción terminó en pacto y no en conquista. Los suevos habían realizado campañas de expansión por la península, hasta el Tajo y adentrándose profundamente en la meseta. Pero su escasa población (suele estimársela en 30.000 individuos) les impedía sostener sus aspiraciones. Al año siguiente, Leovigildo venció una rebelión interna en la zona del nacimiento del Betis (Oróspeda) entre la Bética y la Cartaginense, y casi inmediatamente una sublevación campesina en el mismo lugar, quizá de carácter bagáudico. A partir de ahí estableció una línea de plazas fuertes en torno a la remanente franja bizantina.
Aún mayor alcance que estas campañas fueron las reformas institucionales. El designio unitarista implicaba romper con normas y tradiciones germanas, y así lo hizo el rey resueltamente. Por primera vez usó corona y manto, emitió moneda con su efigie (hasta entonces se usaba en la moneda la ficción de los emperadores bizantinos), impuso una mayor racionalidad en el manejo de las finanzas y acabó definitivamente con cualquier supeditación a los ostrogodos de Italia. Buscó con empeño el acrecentamiento de su poder, solo posible a costa de la nobleza. No sabemos cuántos individuos componían el elemento aristocrático visigodo, probablemente escasos centenares, pero disponían de séquitos armados, del poder territorial y de grandes privilegios y derechos asentados en la tradición, y sus querellas mantenían al estado en una inestabilidad casi permanente. Para superar tal situación, Leovigildo rodeó la función real de una pompa y simbología ajenas a la tradición germana, trató de institucionalizar la monarquía hereditaria, y persiguió e hizo ejecutar a los nobles más rebeldes, acrecentando el tesoro real con sus bienes. Asimismo asentó de forma definitiva la capital en Toledo. Esto también lo alejaba de la costumbre germana, un tanto nómada en cuanto a la capitalidad, y de los demás reinos bárbaros de la época. A fin de realzar la nueva sede, emprendió en ella edificaciones de prestigio, como una vasta residencia y una basílica para el obispo arriano, algo también muy por encima de cuanto estaba al alcance de los demás estados germánicos. El modelo de estas reformas era Constantinopla, sin que ello significase –bien al contrario– una renuncia a expulsar su presencia de España.
Otra decisión significativa fue la construcción, en 578, de una ciudad nueva, a la que llamó Recópolis, en honor de su hijo Recaredo. La ciudad se hallaba en la provincia actual de Guadalajara, unos cien kilómetros al este de Madrid, y manifestaba la decisión de robustecer el prestigio de la corona, pues la construcción de ciudades era un antiguo privilegio de los emperadores romanos. Como en el caso de los edificios toledanos, superaba las capacidades de las demás monarquías eurooccidentales: Recópolis fue casi la única ciudad fundada como tal en la Europa de aquellos siglos; una segunda la fundaría también Leovigildo, en la actual Álava. Tiene interés igualmente el nombre de la ciudad, única creada en España con el sufijo griego -polis, nuevo signo del modelo romano-bizantino y de alejamiento de la tradición goda.
La orientación del nuevo monarca se manifestó de modo especial en el Codex Revisus, el nuevo código legal que, entre otras cosas, abolía la prohibición de los matrimonios mixtos. La medida constituía una auténtica revolución a medio plazo, pues solo podía traer, como quedó indicado, la disolución del pueblo visigodo en el más numeroso y culto pueblo hispanorromano, incluso, más a la larga, de la nobleza, aunque esta mantuviese con más empeño el orgullo de su herencia de sangre (...)
El alzamiento de Hermenegildo entrañaba para su padre el máximo peligro, pues el catolicismo del rebelde podía atraerle a los hispanorromanos; y también podían simpatizar con él los oligarcas arrianos descontentos del fortalecimiento real a su costa. Si la rebelión se consolidaba podía venirse abajo toda la construcción política precedente. Pero no se produjo la polarización entre católicos y arrianos, Hermenegildo mostró poca actividad, y su padre reaccionó con suma prudencia tratando de acercar las posiciones de arrianos y católicos. Convocó un concilio arriano con el fin de suavizar las discrepancias, reconociendo, por ejemplo, la divinidad del Hijo, aunque no la del Espíritu Santo. Mientras contemporizaba, se dirigió contra las incursiones bagáudicas de los vascones. Tras vencerlos, fundó en 581 la ciudad de Vitoria, que pervive actualmente como capital de Álava y de la región vasca.
Solo tras solucionar este problema tomó el rey la iniciativa en el sur. En 582 tomó Mérida y sucesivamente las ciudades del Betis: Itálica, Sevilla y Córdoba. Hermenegildo, apresado en 583, fue enviado a prisión en Tarragona, donde murió decapitado, por negarse a comulgar con la fe arriana, según la leyenda. Diez siglos después sería canonizado en Roma, a instancias de Felipe II, como ejemplo y patrono de conversos. Su esposa Ingunda trató de huir a Constantinopla y pereció en el camino, habiendo dejado un niño lactante, cuyo rastro se perdió en la capital bizantina.
Salvada la difícil prueba, Leovigildo pudo ocuparse del problema suevo. Según parece, el rey suevo, Miro, había aprovechado la guerra entre padre e hijo para debilitar el poder godo, ayudando al rebelde; pero había sido vencido en Mérida y obligado a sumarse al vencedor. El malestar entre ambos aumentó tras la muerte de Miro en 582 u 83, situación que, sumada a una ofensiva franca sobre Septimania, obligaba a los godos pelear en dos frentes. Leovigildo se encargó en persona del reino suevo y envió a su hijo Recaredo a Septimania. La doble campaña finalizó con la victoria tanto sobre los francos como sobre los suevos. El reino de estos había durado 176 años, sin integrarse nunca en la población local, pese a su conversión al catolicismo, y finalmente quedaba anexionado al de Toledo que así se extendía sobre toda Hispania, exceptuando la franja bizantina al sureste y la franja cantábrico-vascona al norte.
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Hoy, en El economista:
NEGRÍN
Negrín participó en el asalto al poder republicano en octubre de 1934, organizado por el PSOE, textualmente, como una guerra civil. Después, con el Frente Popular, contribuyó a la destrucción de la legalidad republicana que causó la reanudación de la guerra civil en julio del 36. Ya en plena contienda fue ministro de Hacienda en el gobierno de Largo Caballero, principal impulsor de la guerra civil en 1934 y posteriormente. Como ministro, creó ilegalmente un ejército particular de carabineros, pero sus decisiones más graves fueron el envío del grueso del oro español a la URSS, un sistema sin la menor garantía diplomática ni financiera, perdiendo el gobierno de Madrid el control sobre sus reservas financieras y autonomía en la compra de armas. Otra decisión no menos delictiva fue el descerrajamiento de las cajas de seguridad de los bancos y montes de piedad, el robo de divisas y joyas a los particulares y la organización sistemática del expolio del tesoro artístico e histórico de la nación. De todo ello hay abundante prueba documental, que he resumido en Los mitos de la guerra civil.
En 1937, defenestrado Largo, Negrín ascendió a la jefatura del gobierno. Acogido al principio con simpatía por sus aliados, pronto estos, empezando por Azaña, empezaron a recelar de su excesiva identificación con la línea de Stalin. Y pronto, también, empezaron a temer que una victoria en tales circunstancias sería para ellos una desgracia mayor que el triunfo de Franco. Como es sabido, estos temores culminaron en una guerra civil entre las propias izquierdas, con la que terminó la contienda general.
Para redondear esta nota, recordemos que Negrín trató de prolongar la lucha para enlazarla con la guerra mundial, lo que habría multiplicado víctimas y pérdidas. Y que los suministros de armas estuvieron plagados por una inmensa corrupción.
Ahora el PSOE ha reivindicado a Negrín, se ha identificado con su figura. Qué menos.