Parece claro, observando con realismo el panorama político, que la mayoría absoluta de uno u otro partido es muy improbable, aun si no descartable (siempre hemos de movernos en el terreno de las probabilidades y no en el de las profecías, y sin olvidar el aviso de Keynes: “suele suceder lo inesperado, y no lo ineluctable”). Pero en ningún caso una mayoría absoluta despejaría los nubarrones tormentosos que oscurecen nuestro horizonte, formados por la conversión del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo en su contrario y por la insuficiente denuncia de esa involución antidemocrática del gobierno por parte de Rajoy (insuficiencia, cuando no colaboración). Ganase de ese modo uno u otro partido, la situación tendería casi seguramente a empeorar.
En estas circunstancias, muchos conservadores adoptan una actitud meramente negativa: lo único importante es que Zapo y su banda salgan del poder. No prestan atención a cómo convencer a la mayoría de los votantes y, sobre todo, al hecho de que la alternativa rajoyana no es tal. Actitud típica de las “democracias” a la latinoamericana, favorecedora de los bandazos y la demagogia: solo cuenta echar al contrario.
La colaboración (no rendición) del gobierno con la ETA y los separatistas no viene impuesta por una desgraciada necesidad ni nace de ingenuidades, sino de tópicos ideológicos muy arraigados en nuestra izquierda. De modo similar, la política de Rajoy y los suyos tampoco viene de complejos o ingenuidades. Estos políticos del PP se consideran muy “modernos” y opinan que la modernidad consiste en la primacía de la gestión económica. Sobre ella gira lo esencial de su discurso, olvidando que es precisamente lo único que ha hecho bastante bien el PSOE. Los demás problemas le estarían subordinados y, a decir verdad, los jefes del PP no creen mucho en ellos. Nadie ha podido ver en su partido a un defensor enérgico y claro de las libertades, de la independencia judicial, de la AVT, de la integridad de España… En la práctica han mezclado asuntos importantes y baladíes, han replicado con sordina a las iniciativas anticonstitucionales de Zapo y, finalmente, las han imitado.
Inmediatamente después de las elecciones de 2004 escribí el siguiente artículo. Puede apreciarse que entonces atribuía ingenuamente a ingenuidad la política de Rajoy (otra cosa es que a veces el líder de la derecha parezca vivir en la nubes).
CONTRIBUCIONES A LA DERROTA (15-III-2004)
Pío Moa
En estos momentos me gustaría poder decir que todo lo que he escrito sobre el PSOE estaba dictado por la pasión y era más o menos falso. Pero no. El PSOE no sólo tiene una historia nefasta, sino que lleva tiempo empeorado en la mala vía. Casi hubiera sido preferible que ganara por mayoría absoluta para que, al menos, mermase su dependencia de los partidos nacionalistas. Pero no va a ser así. Las tendencias antidemocráticas y antiespañolas, siempre presentes en el PSOE, difícilmente dejarán de acentuarse, a no ser que una sensación del peligro le lleve a apoyarse en el PP para las cuestiones importantes. Aun así, Cataluña se va a presentar como el gran problema, sumado al de Vascongadas. Porque, no debe olvidarse, el partido de Maragall no es realmente el PSOE. Es otro partido, de corte nacionalista. Y aunque Zapatero ha empezado con palabras conciliadoras, el socialismo español está más radicalizado que en los últimos años, y también más dividido internamente.
Se dice que al resultado de una batalla contribuyen tanto el vencedor como el vencido. Sobre los méritos del vencedor no hace falta hablar: se han basado en la demagogia más agresiva y desvergonzada, confirmando que en España la izquierda sigue siendo extrema. Pero ésta no tendría por qué haber triunfado si no le hubiera ayudado tanto el PP. Ya señalamos algunos en diversos artículos anteriores la increíble estupidez de negarse al debate cara a cara, de presentarse en el mismo plano que el PSOE, el plano de las promesas sin apenas referencias a los logros del pasado. El PSOE sólo podía prometer, porque su pasado es nefasto, y al PP le habría bastado comparar insistentemente ambos pasados para abrir los ojos a muchos, en especial a los jóvenes. Pero no. ZP ha sabido tomar la iniciativa y atraerse a buena parte de los nuevos votantes, frente a la inane respuesta de su contrincante.
El golpe decisivo tiene que ver con la guerra de Iraq. El PP creía que la guerra apenas tendría influencia y que el PSOE cometía un error al recordarla. También aquí ha sido insuficiente, a lo largo de estos meses, la explicación del PP, que, con la excepción de Aznar y pocos más, mostró una cobardía excepcional en su momento y después intentó simplemente olvidar el asunto. La guerra podría haber tenido, de todas formas, una incidencia secundaria si no hubiera sido por el salvaje atentado, tan bien aprovechado por la izquierda contra un PP que se ha defendido tan mal, perdiendo lamentablemente, una vez más, la iniciativa. Le hubiera bastado, en vez de lamentarse de las calumnias y agresiones, con haber señalado con claridad y firmeza que el atentado se dirigía contra España y contra la democracia, causa común de la ETA y Al Qaida, y que quienes pretendían exculpar a la ETA y presentar a Al Qaida como víctima y al PP como asesino, actuaban como cómplices del terrorismo, recordando de paso los métodos de los gobiernos del PSOE al respecto.
Pero los dirigentes derechistas, al margen de su mala explicación previa de la guerra de Iraq, han tenido miedo a “crispar” la situación replicando con la dureza necesaria y poniendo a la defensiva a los acusadores. No se han percatado aún de que, por mucha mansedumbre que mostrasen y mucha información que suministrasen, iban a ser tachados igualmente de asesinos, franquistas, autoritarios, mentirosos y crispadores. Han ignorado la capacidad de la demagogia para enturbiar la percepción de millones de personas. Le conviene a esta gente repasar la historia de la CEDA, que conserva cierta actualidad, como estamos viendo.
El PP representaba en estas elecciones los intereses de la democracia y de la unidad de España. Los representaba, pero no ha sabido defenderlos bien. ¿Vale la pena recordar ahora estas cosas? No se trata de caer en recriminaciones, sino de señalar errores, quizá corregibles. Entender el pasado ayuda a afrontar el futuro.
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“Ha triunfado la cuaresma, del gesto agrio y la estricta conducta”. Gallardón, como sus amigos del PSOE, prefiere el carnaval, con sus disfraces y conducta nada estricta. Muy bien, pero con sus medios particulares, no con los públicos.
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¿Capitalismo? ¿Heterosexuales?
"Los publicistas no anuncian la sociedad del futuro; están encargados de imponerla a golpe de propaganda. Se les paga muy bien por ello. Han juzgado que todos los hombres, homosexuales y heterosexuales debían adoptar los valores lúdicos y festivos de los "gays": homosexual es además una palabra de otro tiempo, que no era más que un intento científico de catalogarlos, encuadrarlos, contenerlos, en beneficio de una visión familiar, heterosexual, de la sociedad. Para representar a la nueva sociedad, en la que los homosexuales no solamente han dejado de ser discriminados, sino que por el contrario encarnan el futuro de la humanidad, era necesaria una nueva palabra: gay. a asociar con "macho". Las dos caras de una misma moneda. Gay es la luz, macho es la sombra. Gay es el bien, macho el mal. Gay es el hombre feminizado llevado hasta la exaltación, macho es el hombre idiotamente viril, denigrado, despreciado. Condenado al ostracismo.
Este anuncio demuestra, como lo hicieron los de Benetton hace diez años, que el capitalismo –o al menos las grandes empresas mundiales, que son su quintaesencia–, tras haber optado por la sociedad multirracial y multicultural, ha vuelto a elegir su campo, el de la feminización de los hombres. El último retoque a un proyecto auténticamente revolucionario de fabricación frankensteiniana de un hombre sin raíces ni razas, sin fronteras ni país, sin sexo ni identidad. Un ciudadano de un mundo mestizo y asexual. Un hombre de otro mundo.
Es una simple historia de coherencia. Y de rentabilidad. Veamos algunas cifras. Un hombre de cada cinco se depila, un 32% utiliza ceras, un 53% piensa que es bueno que existan institutos de belleza reservados a clientes masculinos. "Con unas ventas en Francia de 679 millones de euros, el mercado de cosméticos para hombres representan el 10,74% de la cifra de negocio de la Federación de la perfumería". En todo caso las cifras de venta en este sector se han duplicado en diez años y en la actualidad progresan a un ritmo del 30% anual, lo que sin duda agudiza el apetito de las marcas. Tras la explosión en 2003 de los productos de cuidado facial para hombre (incremento de las ventas en un 87% en un solo año), 2005 se anuncia como un plebiscito de productos "contorno de ojos" y de cuidados antienvejecimiento", subraya Fabien Petitcolin, comercial de belleza de Printemps, la primera gran tienda en haber albergado a un instituto de belleza para hombre en 1999.
"En dos años, el mercado de cosméticos masculinos se ha duplicado y el de joyas parece llevar el mismo camino. Como prueba de que la demanda existe, la superficie de ventas que se les consagra en las grandes tiendas ha aumentado notablemente (...) Collares, pulseras, anillos, destacan en la silueta masculina... Si los homos fueron los primeros, en la actualidad los heteros se atreven cada vez más... David Beckham, cuyas enjoyadas orejas hacen palidecer de envidia a las ávidas consumidoras de diamantes..."
(Éric Zemmour, Perdón, soy hombre, Ed. Áltera)
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Hoy, en "El economista":
LOS AFRANCESADOS
Es ya vieja, y certera, la constatación de que los afrancesados constituían una élite quizá no muy brillante, pero sí preparada y capaz, cuya contribución a la reconstrucción de España habría sido muy deseable. Menos aceptable resulta pintarlos, según algunos pretenden ahora, como los españoles más ilustrados y lúcidos, víctimas del fanatismo y la incomprensión. Si de algo fueron víctimas fue de sí mismos.
Los afrancesados, recuerda Cuenca Toribio, optaron por apoyar un régimen impuesto por las bayonetas de los invasores, aceptando incluso, aun si a regañadientes, la desmembración del país en beneficio de Francia. No lo hacían por nada, claro está, sino por dos razones esenciales: creían que los ejércitos franceses eran invencibles, lo cual haría inútil la resistencia; y esperaban, lógicamente, que los –a su juicio– inevitables triunfadores les pagasen la colaboración otorgándoles posición, riqueza y poder sobre los demás españoles. De otro modo está claro que no habrían colaborado con el invasor. Practicaban lo que en todos los idiomas se llama traición.
Bastante a menudo tiene su recompensa la cínica lucidez de este tipo de personas, pero en este caso, como sabemos, no ocurrió así. España se convirtió en un infierno para Napoleón, cuyas tropas terminaron batidas por las fuerzas combinadas del resto de Europa. En consecuencia, los colaboracionistas españoles encontraron, en lugar de las ventajas que esperaban, el destierro y la persecución: el destino reservado a los patriotas si hubieran ganado los afrancesados y sus patronos.
Fue el antepenúltimo episodio de un ancestral donjulianismo (no exclusivo de nuestro país, desde luego: basta ver lo sucedido en más de media Europa durante la II Guerra mundial). Y hoy, lo advertía César Alonso de los Ríos, vivimos en plena reivindicación de los donjulianes y denigración de España. Desde el propio gobierno.