Apenas cabe imaginar un discurso más repulsivo en su hojarasca palabrera que el de Elorriaga. Constata el hombre que Rajoy está quedando para el arrastre, y propone "un liderazgo renovado, sólido e integrador", con "ambición de pelear y ganar cada uno de los próximos procesos electorales". Cuando oímos ese tipo de charlatanería podemos estar seguros de que están intentando estafarnos. ¿Qué oculta Elorriaga? Que él, precisamente, ha sido uno de los inspiradores de la orientación de Rajoy. Ante la mala situación de éste, él y los suyos ponen en marcha un repuesto, un "Plan B" en la misma línea, naturalmente. La alternativa "renovada, sólida e integradora" sería, al parecer... ¡Juan Costa!, alguien peor que Rajoy, si ello es posible.
He aquí la tenacidad, la audacia y la codicia de poder de unos personajes, y la pusilanimidad, el lloriqueante "no me resigno pero me aguanto" de quienes, representando lo mejor, no saben defenderlo.
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Los autoproclamados herederos del Frente Popular llevan mucho años pretendiendo que la Iglesia pida perdón a sus torturadores y asesinos y reniegue de quienes la salvaron en aquel trance mortal. Y casi lo consiguieron durante unos años, vamos, en realidad lo lograron poco antes de la muerte de Franco.
Ustedes recordarán que cuando unos periodistas demócratas sacaron a la luz una parte del abismo de corrupción y terrorismo en que el PSOE amenazaba hundir la democracia, El País llamó "el sindicato del crimen" a quienes exponían la verdad, y no vaciló en apoyar las más rufianescas maniobras contra ellos. No podía haberse definido mejor. Ahora, el sindicato del crimen PRISA-PSOE informa de que "los obispos radicales imponen la hostilidad al gobierno": así definen estos manipuladores fascistoides la legítima defensa de la Iglesia ante el continuo acoso que esta sufre por parte de Zapo el Rojo, autoproclamado heredero de la Cheka, y del sindicato. Ante una ofensiva no laicista, sino antirreligiosa y contraria a las libertades democráticas.
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"No obstante, dada la escasa envergadura de la oposición, las mayores preocupaciones para el régimen siguieron viniendo de la Iglesia, directamente o a través de su apoyo al antifranquismo. En septiembre de 1971 una magna y bien preparada asamblea de obispos y sacerdotes rechazaba el concordato de 1953 y cuestionaba el apoyo a Franco durante la guerra. Esta disociación tan tardía suponía un respaldo implícito a quienes decían heredar al bando perdedor de la guerra, y se anudaba con una interpretación de la realidad y de la historia poco alejada de la lucha de clases, muy difundida en ciertos medios clericales. Cada vez más católicos identificaban la causa perdedora en la contienda con "el pueblo", y simpatizaban con ella. El cardenal Tarancón, propulsor del viraje, apoyó la preparación de la asamblea en el dirigente jesuita Martín Patino, de tendencia pretenciosamente progresista".
"Ese mismo año (1969) asistía Tarancón a un simposio de obispos europeos en Suiza, y en él "me di cuenta de que el fenómeno contestatario que se había iniciado en España no era más que un eco y muy débil, por cierto de la corriente contestataria que de manera impetuosa irrumpía sobre Europa (...) En Europa se defendía la tesis de que los sacerdotes debían comprometerse en el cambio de las estructuras políticas y sociales en nombre del Evangelio y aun por procedimientos violentos, porque eran injustas. se hablaba ya abiertamente de la teología de la violencia y de la teología de la revolución".
Sin duda los democráticos líderes comunistas tenían bastantes razones para estar contentos de evolución semejante".
(De Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la España contemporánea)
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En Época
LOS CÓMPLICES DE LA ETA
Pío Moa
En un programa de Sánchez Dragó tuve ocasión de discutir con Fernando Jáuregui, autor de una disparatada Crónica del antifranquismo en la que los comunistas eran los demócratas. Comentaba Fernando que la oposición antifranquista había errado al apoyar a la ETA, por no entender la verdadera condición de ese grupo terrorista. "Ningún error –le contesté–: la ETA recibió ese apoyo en cuanto empezó a asesinar, no antes, y precisamente porque asesinaba". Debía haber añadido: "Y por su carácter separatista. La consigna era apoyar a los patriotas vascos". Ningún equívoco, por tanto.
Así fue la oposición antifranquista, sobre la que tanto habrá que hablar. Los "patriotas vascos" suscitaban admiración precisamente porque hacían lo que el resto de la oposición habría deseado hacer, pero no se atrevía. Solo hay que ver los colores radicalmente sombríos con que pintaba al franquismo, justificación implícita o explícita de cualquier acción violenta contra él. Pero la oposición, en lo fundamental los comunistas (ayudados a su vez por quienes giraban en torno a ellos en montajes tipo CCOO, Sindicato Democrático, Asamblea de Cataluña, Pacto para las Libertades, etc.), había intentado antaño los mismos métodos de la ETA, mediante el maquis y había sufrido una completa derrota.
La experiencia del maquis tiene pleno interés actual porque desde hace unos años, como respondiendo a una batuta oculta, presenciamos una campaña para enaltecer a sus protagonistas como luchadores por la libertad. De pronto empezaron a salir decenas de libros, miles de artículos, comentarios y declaraciones, congresos universitarios, intervenciones televisivas, "investigaciones" subvencionadas, actuaciones en las Cortes y, finalmente, el reconocimiento oficial de mártires de la democracia por la Ley de la Falsificación Histórica: la típica campaña, ya vista en los casos de las Brigadas Internacionales, el 18 de julio, Azaña y otras más. Pero en realidad el maquis fue un intento, dirigido por los comunistas, de reiniciar la guerra civil: a los jefes del siempre democrático PCE les pareció que esta vez podrían ganarla, dadas las inmejorables condiciones al terminar la guerra mundial, como he expuesto en Años de hierro. El maquis fue una ETA de envergadura mucho mayor, que terminó en total fracaso. Lo señalo porque su glorificación –glorificación implícita de la guerra civil– demuestra que nuestra izquierda, por desgracia, ni se ha democratizado ni se ha civilizado, pese a su abandono del marxismo. La glorificación del maquis por el actual gobierno rojo es también la glorificación de la ETA, y la ley mencionada así lo establece.
No hubo, pues, error alguno de la oposición antifranquista con respecto a la ETA, como no lo ha habido en el "proceso de paz", nombre grotesco para un programa de asalto conjunto etarra-gubernamental a la Constitución. Estos apoyos, simpatías y maniobras políticas nacen de una afinidad profunda, como ya señalé en otro artículo, y solo pueden entenderse a partir de ella. La cual no impide, claro, riñas entre los socios, como las afinidades entre los partidos del Frente Popular no impidieron los asesinatos a mansalva y dos guerras civiles entre ellos.
Pero no solo la oposición antifranquista respaldó a la ETA en cuanto empezó a practicar el tiro en la nuca. También lo hicieron gran parte del clero vasco y no vasco, de la prensa –sí, en el franquismo– y, sobre todo, algunos gobiernos extranjeros, el francés ante todo, que brindó a los pistoleros refugio seguro y justificaciones. Nunca unos cuantos asesinatos rindieron tanta renta política a sus autores. Desde la transición, ya con cientos de muertes, la complicidad con la ETA tomó la forma de la "solución política", las concesiones a los pistoleros a costa del estado de derecho. Para que luego digan que el crimen no paga: difícilmente podía pagar más, en este caso.