Con motivo del día de la Constitución el rey hizo un buen discurso y, como ustedes recordarán, todos los partidos lo silenciaron cuidadosamente. Sin excluir al PP. Algo muy revelador de la situación en que nos hallamos. Y ahora, de repente, los liberticidas que han invertido el Pacto por las libertades y contra el terrorismo transformándolo en un pacto con los terroristas, los separatistas y contra las libertades, alzan su voz en defensa la monarquía… frente las críticas, muy fundadas, de Jiménez Losantos en la COPE. Como corresponde a su carácter, se rasgan las vestiduras farisaicamente, redoblando sus presiones sobre los obispos para que acallen de una vez al periodista. A uno de los poquísimos periodistas que dignifican la profesión informando y poniendo al descubierto las maniobras de los “ministros ladrones” que intentan acabar con España, como en el drama de Víctor Hugo. El verdadero interés de esa gente es liquidar la Constitución, la integridad nacional y, con ellas, la monarquía. A su vez, la monarquía sirve y se sostendrá si funciona como un sostén de la unidad y la democracia españolas. En otro caso perderá su apoyo social y se verá arrastrada, como ya ocurrió en el pasado.
El rey ha cometido clamorosos errores y omisiones. Tan dispuesto a hablar y entenderse con quienes le atacan frontalmente y sin remilgos, con quienes le insultan, le amenazan y queman en efigie, con quienes desde la Moncloa maniobran con escaso disimulo para socavar la monarquía, ha caído en la tentación de sumarse, bajo cuerda, a quienes intentan hacer enmudecer una voz imprescindible en España. La tentación antidemocrática que bajo ningún pretexto puede permitirse. Hay una experiencia histórica, y es preciso tenerla en cuenta.
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Una gran desgracia de este país es la chusma política que lo mangonea. Y otra desgracia, que el único partido que se opone a la disgregación de España lo haga con tanta flojera que de hecho contribuye a ella. ¿Qué significan, si no, sus estatutos de autonomía?
Es preciso un movimiento ciudadano, que estaba en marcha y de momento ha sido desactivado por el PP con la expectativa de las elecciones. Ese partido quiere hacer creer al país que todo se arreglará si él sube al poder. Lamentablemente, no es verdad. La situación podría, incluso, empeorar.
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En la revista "Chesterton" de octubre:
EL PSOE ANTE LA TRANSICIÓN
Pio Moa
Desde el accidentado congreso de 1970 en Toulouse, los socialistas venían reorganizándose en el interior de España con permiso evidente del régimen, pese a permanecer oficialmente en la ilegalidad. Aun así, progresaban muy despacio, y en 1975, año de la muerte de Franco, seguían formando grupos insignificantes, siendo los principales el de Tierno Galván, el de Llopis, y el de González y Guerra, que se había hecho con el reconocimiento internacional y los fondos correspondientes.
¿Qué llevó entonces a este partido sin historial de lucha antifranquista, con escasas centenas de afiliados muy poco militantes, plagado de rivalidades y confidentes, a protagonizar en buena medida la transición y la democracia –no siempre, ni mucho menos a favor de la democracia–? Se lo planteaban José Luis Gutiérrez y Amando de Miguel en su clásico ensayo La ambición del César: “¿Qué situaciones históricas y personales han tenido que concatenarse para que un puñado de sevillanos avispados, desconectados de los profundos movimientos de la oposición democrática al franquismo, se llevaran el santo y la limosna de la transición democrática española tras ver reducido a cenizas al que fuera poderosísimo partido, el Comunista?”. Los autores aluden a “maquiavélicas astucias, ausencia de escrúpulos ideológicos o de cualquier otro tipo, maniobras audaces, mezclas armónicas de prudencia y osadía a veces suicida, mucha suerte e incesante búsqueda de un bien obsesivo y supremo: el poder”. Esas fueron condiciones necesarias, pero no suficientes. Personas de ese carácter no escasean en ningún partido, y en la mayoría de los casos se quedan en la cuneta.
A mi juicio, y como indicaba en el artículo anterior, el PSOE se convirtió en el eje de la izquierda gracias, precisamente, a su debilidad. Esa debilidad preocupaba a fuerzas decisivas, dentro y fuera de España, temerosas del PCE e interesadas en un partido de izquierda manejable. Su temor se había acrecentado con la experiencia del golpe militar portugués de abril de 1974, conocido por “revolución de los claveles”. El golpe había creado una situación caótica y radicalizada, en la que el Partido Comunista de Alvaro Cunhal hacía su agosto y dominaba parte de las fuerzas armadas; situación que costaría grandes esfuerzos reencauzar. Deriva semejante en España sería harto más peligrosa para Europa, y casi nadie quería correr el albur. Carrillo exhibía actitudes más moderadas que Cunhal, pero pocos confiaban en su eurocomunismo, dada la tradición comunista y su vieja táctica de balar para ocultar los colmillos. Pero este era el partido que sí había luchado contra la dictadura de Franco, había dirigido manifestaciones, huelgas y protestas, disponía de miles de militantes disciplinados y de una probada organización clandestina capaz de multiplicar su efectividad si se la legalizaba. Por lo tanto, se imponía instrumentar contra él un gran partido de izquierda de tipo socialista, y en ese objetivo coincidían los sectores evolucionistas del régimen –que facilitaban la reorganización del PSOE–, los partidos, sindicatos y gobiernos socialdemócratas europeos, e importantes sectores políticos en Usa e Hispanoamérica.
La preocupación se extendió hasta la extrema derecha alemana, según expone Carrillo en sus Memorias. ...