Se ha dicho que los españoles de hoy son como los nietos ineptos de un abuelo ilustre, a quien se permiten despreciar y cuya herencia dilapidan. Lo mismo los hispanoamericanos; “latinoamericanos”, para el caso.
No cambia ese paisaje el hecho de que vivamos materialmente mejor que nunca. Las cosas que permiten ese bienestar material, desde los ordenadores a los métodos de organización económica, nada deben a nuestra inventiva o a nuestra iniciativa. Moralmente, el botellón, la telebasura y la corrupción en todas sus facetas ocupan un inmenso espacio, y la resistencia a ellos se mira como algo vergonzoso. El ambiente intelectual combina una tradicional pobreza de análisis, de crítica y de imaginación, con un snobismo acre y sin ingenio, consolándose en vano con referencias al imaginario “páramo cultural” franquista, otra afrenta a la memoria.
Existe un inmenso ámbito de cultura hispana, legado por nuestros antepasados, pero no sabemos qué hacer con él. El franquismo cultivó una política bien orientada, aun si lastrada por su carácter dictatorial, de atraer a nuestras universidades a gran número de estudiantes hispanoamericanos, que fortalecerían los lazos entre las élites políticas y culturales a ambos lados del Atlántico. Los nuevos mandarines decretaron que aquello era “pura retórica”, y hoy el antiespañolismo cunde con nueva fuerza en América, realimentado por una presencia empresarial española que las ideologías al uso llaman explotadora e imperialista…
Feo panorama pues. Pero, naturalmente, no desesperado.