Dice el filósofo Jesús Mosterín:
"Las cosas que más excitan a la gente poco reflexiva son las que no existen, como Dios, la nación y todas estas cosas. Las naciones no existen. Existen los territorios y las poblaciones de distintas especies que viven en ellos, incluida la especie humana, pero los humanos que viven en cualquier territorio son siempre de distinta raza, de distinta lengua y demás. Los nacionalistas invierten los términos y piensan que lo que existe es una entidad metafísica, la nación, que es el resultado de la unión mística entre determinado territorio y determinada cultura, y luego, claro, a la población la tienen que meter con calzador para que encaje en esa nación inexistente. Pero ni encaja ahora ni encajó hace un siglo, ni en la Edad Media ni en la antigüedad, porque la gente que ha vivido en cualquier territorio siempre ha estado mezclada”.
¿Son estas apreciaciones muy científicas? Veamos, ¿existe el Quijote? Tomemos un ejemplar: por muchas vueltas que le demos solo encontraremos en él papel y tinta. Ni rastro de Don Quijote. Lo demás es una fantasmagoría de Cervantes, que nosotros entendemos o creemos entender interpretando la disposición de la tinta, transmitiendo así aquella fantasmagoría a nuestra mente. ¿Existe la evolución? Por mucho que indaguemos y diseccionemos animales y plantas, nunca encontraremos en ellos ni rastro de doña Evolución. Se trata solo de una composición mental con la que tratamos de explicar una serie de hechos observables, pero que no existe fuera de nuestra mente. ¿Y la ciencia? ¿Algún físico ha visto, tocado u oído a doña Ciencia? No deja de ser también una composición mental o fantasmagoría, por así llamarla. También podría decir el filósofo que un idioma es solo un conjunto de sonidos que además varían con el tiempo, y no una entidad metafísica.
Pero tiene razón el señor Mosterín en eso de que las cosas que más excitan a la gente son las que no existen. Él mismo parece excitarse mucho con la ciencia, o lo que él interprete como tal. Ahora bien, entre las cosas inexistentes –las llamaremos composiciones mentales o fantasmagorías, por improvisar algún nombre– las hay de muchas clases o grados: algunas, como la ciencia, resultan bastante adecuadas para explicar hechos reales, y al efecto se han ideado numerosos experimentos prácticos; otras son tan improbables o absurdas como la de los fantasmas. Otras, que llamamos artísticas, tienen su carácter propio: el mentado Quijote apela a otro tipo de realidad que el propuesto por la ciencia, pero que consideramos auténtica de algún modo, aprehensible más bien con el sentimiento que con la razón.
Mosterín quiere decir, supongo, que la nación corresponde al género de las “fantasmagorías” absurdas. No diría yo tanto. Solo hay un idioma en el que Mosterín puede desenvolverse comúnmente en toda España, y aunque hubiera más de uno, ello no alteraría necesariamente la realidad de la nación. Y por más que hable otros idiomas, probablemente Mosterín hablará el español materno mejor que los restantes. Él paga sus impuestos dentro de esa nación y recibe una serie de beneficios como miembro de ella. Vota a los políticos de aquí y no a los de Guatemala o Bangla Desh. Hizo la mili en España y no en cualquier otro territorio. Estudió aquí como no podría haberlo hecho quizá en Nigeria o China. Ni el idioma ni muchos otros hechos culturales son de ayer… Estas observaciones y muchas más debieran hacerle notar que la “realidad nacional”, que diría Arenas, esa unidad entre territorio y cultura, tiene cierta entidad no metafísica. Otra cosa es que esa entidad le disguste. Por supuesto, hay nacionalistas “místicos” y otros que no lo son tanto, y no conviene generalizar como él hace, poco científicamente. Y hay también antinacionalistas (y ateos) igualmente místicos, los vemos a diario.
A efectos prácticos, el nacionalismo es la doctrina que aparta la soberanía de los tradicionales "soberanos", reyes o similares, y la deposita en la nación o pueblo. Las naciones, claro está, son previas al nacionalismo. Este, a menudo, se identifica con una patriotería agresiva y mística, como la de los nacionalismos vasco, catalán y gallego, que, propiamente hablando, son más bien meros antiespañolismos. Pero el señor Mosterín no entiende o no quiere entender lo que son naciones y nacionalismos, ni sus variantes, generaliza en exceso y hace de su ignorancia un argumento.
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Cuestión de memoria.
Con una periodista rusa:
– Sí, Franco sería muy popular en muchas partes de España, pero en Cataluña y el País Vasco no, claro.
– Pues cuando iba por Cataluña o el País Vasco le recibían casi con más entusiasmo que en cualquier otra región.
– Cómo podía ser, si Franco prohibió sus idiomas.
– Franco no prohibió ningún idioma regional, solo los excluyó de la vida oficial y de la enseñanza pública, como ha ocurrido en Francia y en muchas democracias. Pero se podían hablar y se hablaban esas lenguas, se podían estudiar, se montaron cátedras universitarias, entre ellas las primeras de vascuence, y diversos organismos oficiales procuraron mantener el folclore y las costumbres regionales.
– Yo tenía entendido que no era así.
– Pues así era, y están los documentales y documentos gráficos para probarlo. ¿Por qué era Franco tan popular allí? Pues porque Cataluña y el País Vasco habían tenido la experiencia de gobiernos nacionalistas-izquierdistas, y la mayoría de la gente estaba muy contenta de haberse librado de ellos. Por entonces se mantenía una memoria muy viva de aquellos sucesos. Esa memoria se ha ido perdiendo, y ahora hay mucha gente que recuerda los hechos al revés de lo que fueron, porque la propaganda izquierdista y separatista no ha sido contrarrestada. Además, la izquierda y los separatismos, en España, nunca fueron democráticos. Franco tampoco, pero mucha gente lo veía como un mal menor, y otros le estaban muy agradecidos por haber librado a España de la revolución.