La crisis española actual puede presentarse como una pugna entre nacionalismos: el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos. Siendo el nacionalismo un mal, según diversas doctrinas, la salida resultaría siempre insatisfactoria.
Aunque las naciones, propiamente hablando, se formen en Europa y como resultado de la caída del imperio romano, y vayan adquiriendo forma precisa en la edad moderna, podemos definir el nacionalismo en dos sentidos. En primer lugar como el sentimiento natural de patria, de identificación con un grupo social amplio y su territorio --sentimiento que puede ser incluso más fuerte que el de identificación con la propia familia, el grupo más elemental—. Y en segundo lugar como el concepto de que la soberanía reside en la nación (el "pueblo"), y no en el rey u otra autoridad no elegida directamente por la nación, idea mucho más moderna, con poco más de dos siglos de existencia.
No es difícil ver por qué la unión de ese sentimiento y ese concepto ha permitido extender el nacionalismo por todo el mundo en el último siglo, a grupos humanos que nunca habían sido naciones, excepto en el sentido primitivo usado por los romanos.
Sin embargo no todos los nacionalismos son lo mismo, como no son lo mismo todos los estados (excepto para los anarquistas) o todas las formas de hacer negocio. Para empezar, hay naciones con profundas raíces históricas y culturales, y las hay que son más bien invención de oligarquías locales ambiciosas de poder; y hay nacionalismos ligados a la democracia y los hay ligados a la tiranía.