Las confusiones y disputas a que han dado lugar los términos nación y nacionalismos son interminables, así que conviene explicar en qué sentido los toma cada cual. Aquí entendemos que las naciones –algunas naciones-- son, desde luego, anteriores a los nacionalismos. Éstos surgen básicamente en el siglo XIX, con la idea de que la nación, el pueblo, asume y ejerce la soberanía, excluyendo a cualquier otro soberano. Doctrina democrática en principio, aunque susceptible de tornarse en lo contrario.
Armados con esa doctrina, numerosas minorías políticas e intelectuales han reconstruido, o incluso inventado, naciones antes inexistentes, a fin de alcanzar un poder que de otro modo no tendrían. Las naciones vasca o catalana son un invento tardío de los nacionalismos de finales del siglo XIX. Fundados ambos, sobre todo el vasco, en sorprendentes exaltaciones racistas, en idealizaciones típicamente románticas del feudalismo medieval, y en la pretensión de que España o no existía o era enemiga de los vascos y los catalanes –que tanto habían ayudado a formar la nación española--. En buena medida constituyen una reacción al éxito creciente del liberalismo en España.
El balance histórico de ambos movimientos en su siglo largo de existencia no puede ser más revelador: contribuyeron, junto a otros grupos mesiánicos, revolucionarios y terroristas, a hundir los sistemas de libertades de la Restauración y la República; y cayeron en una nada honrosa pasividad durante las dos dictaduras. Con una sola excepción real, ya a última hora del franquismo, la ETA: un grupo declaradamente totalitario, con el asesinato por la espalda como marca de fábrica.
Y desde la Transición, la complicidad política entre los secesionismos y el terrorismo ha sido el factor principal de corrosión del sistema de democrático, aniquilando casi las libertades en las Vascongadas y socavándolas en Cataluña. Asombrosamente, a última hora se les ha unido el gobierno del PSOE. O quizá no tan asombrosamente. Se trata del partido más corrupto de la historia reciente de España, adverso a Montesquieu, con su propio historial terrorista nunca autocriticado y sin ningún Besteiro entre sus líderes. Así ha nacido la Alianza contra la Constitución, esto es, contra la unidad y la democracia españolas. Con este toro hemos de lidiar los ciudadanos.