Uno de los argumentos más pasmosos con que la izquierda justifica su incesante algarabía en torno a sus muertos por la guerra civil y la represión franquista, es que han estado “olvidados”: ¡llevan treinta años recordándolos sin tregua, y tratando de reducir al olvido y al menosprecio a las víctimas del otro lado! Con la canallería que tan indignado denunció Marañón, pretenden dejar sentado por ley –totalitaria, esto es, antidemocrática– que los muertos del Frente Popular lucharon por la libertad: los stalinistas, marxistas, anarquistas, racistas peneúvicos, golpistas de la Esquerra y compañía, luchando por la libertad y la democracia bajo la sabia protección de Stalin!
Son otros los verdaderos olvidados: los miles de víctimas de las peleas entre las propias izquierdas, de quienes nadie quiere hablar. Las izquierdas coincidían sólo en un punto negativo: el deseo de aplastar a la España de derechas –la mitad de la población, por lo menos– y a la Iglesia. Por lo demás, se odiaban entre sí con tal fiereza que ni siquiera el temor al enemigo común les privó de apresarse, torturarse y asesinarse pródigamente entre ellas.
Esto tiene la máxima significación histórica: si en plena guerra civil las izquierdas fueron capaces de organizar dos pequeñas, pero sangrientas, contiendas entre ellas mismas, no cabe duda de que, si hubieran triunfado contra Franco, el país habría debido soportar una segunda guerra civil entre ellas por hacerse con el poder. La cuestión tiene tal relevancia que merecería estudios y programas divulgativos. Sugiero desde aquí uno, al menos, a la nueva televisión liberal que está en marcha.
Las nuevas generaciones tienen derecho a saber, a no dejarse manipular por los nietísimos, por corruptos déspotas que, con dinero de todos, intentan imponer su peculiar versión de la historia como parte de su ataque a la democracia y la unidad de España.
Un botón de muestra (reproducido de algunos foros):
"Un buen día se recibe en las brigadas pertenecientes al XXIII Cuerpo de Ejército (de mando comunista) una orden de éste para que cada Brigada mandase un pelotón o escuadra de gente probada como antifascista. Así se hace y se le dan instrucciones completas para que marchen a Turón, pueblecito de la Alpujarra granadina. Se les dice que hay que eliminar a fascistas para el bien de la causa. Llegan a Turón los designados y matan a 80 personas, entre las cuales la mayoría no tenían absolutamente por qué sufrir esa pena, pues no era desafecta y mucho menos peligrosa, dándose el caso de que los elementos de la CNT, del partido socialista y de otros sectores mataron a compañeros de sus propias organizaciones, ignorando que eran tales y creyendo que obraban en justicia, como les habían indicado sus superiores. También hay casos de violación de las hijas (que se ofrecían) para evitar que sus padres fuesen asesinados. Y lo más repugnante fue la forma de llevar a cabo dichos actos, en pleno día y ante todo el mundo, pasando una ola de terror trágico por toda aquella comarca. Se estaba construyendo una carretera y los muertos fueron enterrados en la zanja de la misma carretera". (Abad de Santillán, “Por qué perdimos la guerra”, p. 288)
Fijaos que el autor del informe, un anarquista, consideraba perfectamente normal asesinar a los "fascistas" y violar a sus hijas. Pero no le gustaba que les hicieran lo mismo a ellos sus "camaradas de armas". Hay una extraña justicia en todo esto.