(Como ya he dicho, los temas que expongo en el blog no buscan sentar cátedra, sino provocar debate, con aportaciones, críticas, etc.)
El valor y la osadía por sí solos conducen muchas más veces a la catástrofe que al éxito, y nuevamente viene a cuento una cita de Clausewitz: "En la guerra todo parece tan elemental, tan sencillos los conocimientos precisos, tan insignificantes todas las combinaciones, que por comparación el problema más simple de matemáticas superiores nos impresiona por su dignidad científica evidente"; pero se trata de una ilusión: "Quien no tiene conocimiento personal de la guerra no puede concebir dónde residen las dificultades del asunto ni lo que realmente ha de hacer el genio y las extraordinarias cualidades mentales y morales exigidas a un general". O exigidas a los "capitanes de bandoleros" de Gombrich, que empezaban por resolver arduos problemas de financiación, organización, suministro y contacto con bases dejadas cientos de kilómetros atrás, pues el gobierno solo los respaldaba en el plano legal. Debían asegurar la disciplina en condiciones límite y en lugares alejados de donde la ley imperaba. Ya era una ruda experiencia el viaje a América en barcos de menos de cien a trescientas toneladas sin comodidades y con un alto número de naufragios. Y luego las agotadoras marchas sobre distancias enormes por territorios ignorados, a menudo selváticos o pantanosos o de altas montañas, sufriendo climas, enfermedades, fieras y parásitos inhabituales, a menudo, el hambre y la sed. Más los frecuentes combates, expuestos a ser traicionados, o aniquilados a cada paso por tribus hostiles con armas envenenadas, o a servir de banquete a los caníbales como ocurrió tantas veces. Más, dentro de la expedición, las disidencias y choques proclives a derivar en asesinatos, motines y banderías que también ocurrían, si bien no tanto que impidieran el proceso.
Afrontar tales obstáculos exigía un espíritu bastante especial, forjado, cabe suponer, en la reconquista, en la literatura del Cid, de caballerías, en Italia y la lucha contra turcos y protestantes, posiblemente con ecos del ideal de Ramón Llull del caballero y el místico, el guerrero y el misionero. De ahí las "aventuras cada vez más fantásticas".
No parece tan acertado Gombrich cuando llama bandidos a los conquistadores. Al menos debía haber aclarado que se trataba de bandidos no corrientes, pues fundaron decenas de ciudades, mantuvieron o establecieron leyes, llevaron allí ganado y plantas alimenticias antes inexistentes, y a Europa plantas americanas como el tomate, la patata o el maíz, de tanto valor para la dieta europea. Transportaron a América numerosos libros, como ha estudiado el historiador Leonard Irving, y la imprenta, que pronto trabajaba en Méjico y otros lugares; hacia mediados de siglo fundaron las dos primeras universidades de América, la de Méjico y la de Lima... Bandoleros singulares, pues.
Y no solo pensaban en el oro, como demuestra lo anterior. Para cierta mentalidad llamada moderna, que entiende las invocaciones religiosas o idealistas como simples disfraces de objetivos más sólidos o tangibles, el único motivo "real" atendible y comprensible ha de ser el dinero; pero sorprende que quienes así piensan expongan como una tacha, en lugar de ensalzarlo, ese interés exclusivo que creen descubrir en los conquistadores. Codiciaban el oro, por cierto, pero debe admitirse que en ese sentido hicieron mal negocio, pues muchos quedaron por el camino, muertos por las flechas, las lanzas, los garrotes o los dientes de los indios, las fauces de las fieras, las fatigas y enfermedades; y quienes salieron con bien de todo ello tampoco se hicieron ricos en su mayoría. Desde luego, los conquistadores tenían otra opinión sobre el asunto, como escribe Bernal Díaz del Castillo, soldado y magnífico cronista de la conquista de Nueva España (el Imperio mexica y tierras próximas): "Con letras de oro han de estar escritos sus nombres, pues murieron aquella crudelísima muerte por servir a Dios y a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente venimos a buscar". Eran hombres renacentistas, con tanta sed de fama, honra y hazañas como de oro. Y de propagar la religión y servir al rey de España: fueron rarísimos los casos de rebelión, pese a que las circunstancias la favorecían, máxime al tratarse de acciones privadas, no sufragadas ni planeadas por la corona. Siempre iban con ellos clérigos y, sin ser frecuente, tampoco demasiado raro que algunos soldados abandonasen sus bienes para ingresar en alguna orden religiosa.
Tampoco Gombrich expresa bien la realidad al describir a los indios como "pacíficos y sencillos". Esa impresión tuvieron al principio los descubridores, pero pronto la cambiarían. Los indígenas sostenían entre ellos guerras de crueldad mayor que la de los conquistadores, y estos sufrieron su agresividad, bien comprensible, desde luego, por cuanto defendían lo suyo y su forma de vida, como las tribus ibéricas contra Roma. Pero tenían poco de pacíficos y sencillos.
En cuanto a las atrocidades españolas, reales también, no diferían en calidad de las cometidas en Europa por protestantes, católicos, franceses, españoles, turcos y moros, por no hablar de la masiva quema de brujas o la mucho menos masiva, pero también horrorosa, de herejes (los indios quedaron a salvo de la Inquisición). Y si en calidad no diferían, en cantidad fueron necesariamente mucho menores, pues los conquistadores, siempre en grupos muy pequeños, nunca podrían haber alcanzado las cifras que se les achacan, aunque no hicieran otra cosa que matar indios. Pero tenían muchísimas más ocupaciones que matar indios, y en cuanto una zona quedaba pacificada, les convenía mantenerlos con salud, pues de su trabajo vivían muchos de ellos. El sentido común admite mal que en Cholula fueran muertos 5.000 indígenas, o 7.000 en Cajamarca, o los decenas de miles citados en otras acciones, y que podrían ser diez veces menos.
Acusación relevante en Gombrich, muy repetida, es la de perpetrarse los crímenes invocando hipócritamente el cristianismo. No eran tantos crímenes, pero la sinceridad religiosa no ofrece la menor duda, pues sus frutos saltan a la vista: Hispanoamérica es aún hoy católica, algo imposible sin la colosal energía derrochada en su evangelización. Gombrich se habría percatado de su error con solo fijarse en esta evidencia. Las expediciones de exploración y conquista llevaban frailes, que a veces debían calmar el excesivo celo religioso de la tropa, como ocurrió con Cortés, e incontables misioneros se adentraron por aquellas inmensas tierras, a costa de penalidades y riesgos mortales. Todos los sucesivos imperios europeos procuraron cristianizar a los paganos (y obtener beneficios económicos), pero ninguno con tanto empeño y éxito como el español.
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Cartas
He podido comprobar la razón que tiene usted cuando llama fascistoide a El País. En sus foros he intentado poner algunas cosas de usted o favorables a usted, y han aplicado una férrea censura. Moderar, lo llaman. Siboney
Me escribe una persona de un lugar donde he dado una conferencia hace algún tiempo: "Tu conferencia tuvo luego sus consecuencias, como era de esperar pues la izquierda empitonó a mi jefe porque se dejó colar tu conferencia, y desde entonces mi programación empezó a ser mirada con lupa y censurada en lo que podía molestar a los pesoes y afines, de dentro y de afuera de la casa. Ya sabes en qué condiciones sobreviven al poder taifal algunos cargos en estas entidades.
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**** De Grandes dice que "es muy peligroso el compadreo con UPyD"
Por supuesto, el compadreo con un partido bastante democrático como UPyD es peligroso. Con los colaboradores del terrorismo, no.
**** Carod cree que los catalanes están "hasta el moño" de España
El tío es que ni sabe hablar. Quiere decir "hasta el coño", y se refiere a los catalufos, no a los catalanes.
**** Blog: es lástima que del blog hayan desaparecido tantos alias interesantes, últimamente manuelp o gaditano. Quizá se deba al ambiente de insultos que se crea a veces, con participación de todos. No es lo mismo hablar de "chusma política", término descriptivo cuando cada día se explican sus miserias, que llamarlo a alguien sin más ni más. Los insultos están bien si tienen gracia, que es raro porque exige cierto esfuerzo mental, difícil cuando se está improvisando a toda prisa; pero siemre es emplear datos y argumentos bien enhebrados.