La siguiente década comenzó con la intervención sueca en Alemania, también pagada generosamente por Richelieu. Pese a no alcanzar los dos millones de habitantes, Suecia se había hecho hegemónica en el Báltico, cuyas orillas alemana y polaca aspiraba a ocupar. Su rey Gustavo II Adolfo, talentoso militar, había vencido a Dinamarca y a Polonia, y marchó triunfante por Alemania. En 1632 ganó la batalla de Lützen, pero perdió la vida en ella. Su ejército siguió victorioso bajo el general Gustavo Horn, hasta que en septiembre de 1634 chocó con los hispano-imperiales en Nördlingen, y fue completamente aplastado, junto con sus auxiliares germanos, gracias al heroísmo de los españoles frente a los asaltos suecos. Fue una de las últimas grandes victorias de los tercios, y decisiva porque obligó a Suecia a renunciar al dominio de Alemania, y a los disgregados príncipes protestantes germanos a aceptar la paz de Praga, en 1635.
Allí pudo haber terminado la contienda, pero la paz disgustaba a Richelieu, que había gastado tanto dinero para nada, por lo que pasó a intervenir directamente, y Luis XIII declaró la guerra a España. Decisión aventurada, cuando los tercios acababan de revalidar sus laureles contra un ejército de la categoría del sueco. Pero Richelieu calculaba bien las dos debilidades de la Monarquía hispánica: escasez de hombres y dispersión de sus dominios, muy vulnerables en sus comunicaciones. Mantener unido tal imperio era una hazaña sin precedentes, pero también un factor de debilidad, mientras que Francia podía operar por seguras y cortas líneas interiores. Además, España quedaba en Flandes entre dos fuegos. Richelieu se atrevió tras haber superado lo bastante las dos debilidades de Francia --el excesivo poder nobiliario y el hugonote--, y contar con la ayuda de los protestantes de Holanda y Alemania. No obstante sufrió graves derrotas y los españoles estuvieron a punto de marchar sobre París. Richelieu se sintió hundido, pero Luis XIII se rehízo, contraatacó por la frontera española, y los cinco años siguientes nadie obtuvo la decisión. Agotados pronto los recursos, Richelieu decretó nuevos impuestos, que, eludidos por las clases altas, pesaron tanto más sobre los agobiados campesinos, que se alzaron en 1636 y 1639. El cardenal los masacró.
En cuanto a Flandes, los años 30 empezaron con la toma de la región brasileña de Pernambuco por los holandeses. Se trataba de una de las posesiones lusas más rentables por su producción de algodón y azúcar, y sus conquistadores llegaron resueltos a quedarse, llamando a la zona Nueva Holanda. Los calvinistas seguían una inteligente estrategia al atacar las posesiones portuguesas, pues no solo obtenían pingües ganancias, sino que creaban descontento en Portugal, donde muchos culpaban de los problemas a la unión con España, a pesar de que Castilla corría con el grueso de la defensa: San Salvador de Bahía había sido recuperada por 8.000 españoles y 4.000 portugueses. Y en Flandes los holandeses tomaban cada vez más la iniciativa contra unos hispanos que, aunque les daban fuertes réplicas, carecían de una estrategia imaginativa.
Aunque Flandes tuvo diestros gobernadores como el valenciano Francisco de Moncada y el madrileño Fernando de Austria, vencedor de Nördlingen, los gastos atosigaban a Madrid y los calvinistas explotaban la dispersión española por Alemania y Francia. En 1637 los holandeses recuperaban Breda y al año siguiente avanzaban sobre Amberes, cuya toma habría resuelto la contienda; pero Fernando, muy inferior en tropas, los venció casi milagrosamente en Kallo. El decenio concluía en 1639 con la batalla naval de las Dunas o de los Bajíos, perdida por los españoles ante a una flota holandesa muy superior. Sin ser una derrota aplastante, marcó el final de España como primera potencia en el mar.
Durante estos años continuó la paz con una Inglaterra ocupada en sus problemas internos. El Parlamento boicoteaba a Carlos I negándole contribuciones, y el rey replicaba prescindiendo del Parlamento, mientras las querellas religiosas se hacían más agudas. Carlos trató de introducir el anglicanismo en Escocia, lo que dio lugar, en 1639, a la Guerra de los obispos.
**** Decía Julián Marías que una de las cosas más curiosas respecto a la historia de España era la manía de explicar la hegemonía española exponiendo mil causas que la habrían hecho imposible: los campos rendían poquísimo, porque estaban mal cultivados, y además destrozados por la Mesta. Los campesinos estaban siempre en la miseria y se morían de hambre (pero no año tras año, sino década tras década, producían misteriosamente enormes sumas de impuestos) Y no solo estaban permanentemente en la miseria y el hambre, sino que, como “cristianos viejos” eran unos inútiles orgullosos de serlo, mientras que los únicos sectores sociales productivos, los judíos y los moriscos, eran expulsados. Los nobles e hidalgos solo entendían del honor y de no trabajar… Verdaderamente la hegemonía española tuvo que ser un milagro divino O bien cosa del diablo para los protestantes. Y todas esas sandeces pasan por estudio científico.
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**** La Audiencia prohíbe los homenajes a etarras permitidos por Pedraz
Los prohíbe después del atentado. Y no procesa a Pedraz, principal homenajeante de los asesinos.
**** La ministra Salgado: superaremos "la peor crisis" de la historia con "el esfuerzo de todos"
Menos el de los politicastros como la Salgado, que nos meten cada vez más en ella.
**** Zapatero: "No tienen posibilidad de esconderse. Pasarán su vida en la cárcel"
Miente, como siempre. Hasta en eso sigue siendo cómplice.
**** Oyarzábal: "Euskal Herria responde a una realidad cultural, a un paisaje lingüístico"
Mejor Euscalerría, como decía Unamuno. Pues bien, no es así del todo. El vascuence une solo muy relativamente a los vascofranceses y a los vascoespañoles. Los vascoespañoles tienen una cultura muy predominantemente castellana, tanto por idioma como por todo lo que este lleva asociado. El vascuence nunca fue idioma de cultura, los vascos nunca han expresado en él una literatura ni un pensamiento, sino que a lo largo de la historia, y sin que nadie les haya obligado, lo han expresado en el español común, beneficiándolo y beneficiándose de él. El vascuence ha tenido además la pésima suerte de caer en manos de los separatistas, y la cultura desarrollada en ese idioma en el siglo XX y ahora es la cultura del racismo, de la falsificación histórica, del odio gratuito, del tiro en la nuca y la complicidad con el asesinato. Hay excepciones, claro, pero en líneas generales, y por enorme desgracia para todos, es así. Por cierto, el del “paisaje lingüístico” (¿qué querrá decir este ignorante?) es un jefecillo del PP. Veo la foto de un sonriente Oyarzábal en Radio Euskadi ¡Eukadi! ¡Qué brutalidad de palabro separatista!
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Hoy, en Época:
CONCOMITANCIAS
Observen estos fenómenos sociales, políticos e ideológicos, tan extendidos en nuestra sociedad:
*Fracaso escolar
*Expansión de la droga y el alcohol, fundamentalmente entre la juventud
*Divorcio masivo
*Aborto masivo
*Aumento de la delincuencia
*Extensión de la pederastia
*Telebasura y trivialización del sexo
*Violencia doméstica
*Homosexualismo militante
*Feminismo
*Ecologismo radical
*Corrupción de los políticos
*Separatismo o simpatías o pasividad ante él
*Terrorismo o colaboración con él o pasividad ante él
* “Muerte de Montesquieu”, es decir, liquidación de la independencia judicial
*Ignorancia de España mezclada con aversión o indiferencia hacia su historia y unidad
*Simpatía, pasividad o indiferencia por el islamismo y su penetración social
*Aversión a Israel y simpatía por el terrorismo musulmán
*Aversión a la democracia useña
*Simpatía más o menos explícita por el régimen de Castro y por el mito de Che Guevara
*Simpatía por el Frente Popular español durante la guerra civil
*Aversión a la Iglesia y, en general, al cristianismo
*Simpatía, en general, por las dictaduras y totalitarismos de izquierda
*Odio más o menos visceral al franquismo
Podríamos alargarnos con algunas tendencias más, pero creo que es suficiente: se trata de hechos concomitantes. Concomitancia, explica la RAE, es la “acción y efecto de acompañar una cosa a otra, u obrar juntamente con ella”. Tales tendencias coinciden hoy en muchísimas personas, si bien no en todas del mismo modo o con la misma intensidad. Conforman lo que se ha dado en llamar, vagamente, “ideología progre”, aunque ella suela echar sobre los contrarios la culpa de algunos efectos de sus modos de pensar, como la pederastia o la violencia doméstica. Esta ideología se identifica mayormente con las izquierdas, pero está muy extendida también en la derecha, y tópicos del feminismo o del ecologismo se han hecho casi universales. Hay aspectos, como el odio a Israel y el apoyo al terrorismo islámico, compartidos por la izquierda y la extrema derecha. La antaño extendidísima complacencia con el TNV (terrorismo nacionalista vasco) ha decaído mucho, pero, paradójicamente, la colaboración de los políticos con él ha llegado a extremos nunca antes vistos.
Estas ideologías vienen en gran parte del marxismo o siguen su método, aunque sin la coherencia de aquella doctrina: como trozos del Muro de Berlín llevados a todas partes y que intentan reconstruirse sobre el viejo modelo, con variadas formas y demagogias. Pues, aunque sorprenda, la caída del Muro nunca suscitó la menor reflexión crítica o autocrítica un poco seria en los marxistas, y menos en los españoles, cuya capacidad teorizadora siempre tendió a cero. Lo mismo entre la vasta tierra intermedia de los compañeros de viaje, simpatizantes o respetuosos del marxismo. Todos ellos, desconcertados, han perdido, como digo, la antigua coherencia doctrinal y analítica, pero han aumentado su componente histérico y obran juntos en la tarea de destruir los elementos de la civilización occidental, de modo especialmente virulento en España.