Una de las tiorras del gobierno, da lo mismo cual –forman una tropilla donde es difícil distinguir individualidades–, ha hecho una aportación teórica de primer orden, para que luego digan: la principal libertad es la libertad sexual. Cabe, sin embargo, la duda desde la propia óptica sociata: ¿no será más importante todavía la libertad económica, entendiendo por tal la libertad de saquear los fondos públicos, que, como ha analizado en profundidad otra de las tiorras, o quizá la misma, “no son de nadie”? ¿Qué se puede hacer sin la pasta, empezando por follar? Algún purista objetará que esta gente confunde libertad con corrupción, pero no hay por qué darle demasiadas vueltas. Todos sabemos lo que significa en su vocabulario “proceso de paz”, “lucha antiterrorista”, “alianza de civilizaciones”, “educación para la ciudadanía”, etc. Y, lógicamente, “libertades”. Basta con tenerlo en cuenta.
Obviamente, nadie se mete con las costumbres sexuales de las tiorras y los tiorros del gobierno y asimilados, se lo monten con tríos, cuartetos, animales o entre personas del mismo sexo, cobren o paguen por el asunto. Estas cosas siempre existieron y siempre existirán, y la represión contra ellas nunca ha surtido efectos decisivos. En realidad, a ver quién tira la primera piedra. Son osas que pertenecen a la intimidad personal, y ahí debieran quedarse.
El problema surge cuando salen de la intimidad y pretenden dominar el espacio público. Cuando pretenden equiparar, incluso por ley, formas de sexualidad evidentemente taradas con las formas normales, más aún, exponiendo las primeras como ejemplo y motivo de orgullo, con amplio gasto de fondos públicos (¿ven la importancia de la “libertad económica”?). Y, peor todavía, cuando esas personas se empeñan en dictar las normas morales y “educar” a nuestros hijos según sus “libertades”.
No es este un tema menor, ni muchísimo menos. Pero a menudo la gente corriente, que ve estas grotescas manifestaciones y aportes teóricos como una ofensa intolerable, se queda paralizada ante la osadía y la desvergüenza de los putos y las putas, tan orgullosos de serlo y tan dueños de los medios de masas. Por eso es necesario un discurso claro y convincente de réplica, y las acciones correlativas, que frenen esta invasión de la basura.
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En "El economista":
VALOR Y PRECIO
“Confunde el necio valor y precio”, sentenció Antonio Machado. El precio define un tipo de valor, el económico, pero ese precio no decide siempre el valor, en general, aunque haya un precio para todo o casi todo, incluso para bienes “no económicos”, como el aire o el sol, pues pagamos por salir de una zona contaminada o por veranear en las playas. Un anillo puede tener un pequeño precio y un valor enorme para su dueño. El agua cuesta menos que el champán, pero tiene mucho más valor. Nadie querría (¿o sí?) derribar la catedral de Burgos para edificar unos laboratorios farmacéuticos o unos rentables apartamentos. Las empresas de seguros aseguran cualquier órgano, y sin embargo muy pocos cambiarían sus ojos (aunque quizá sí su casa) por su “valor de mercado”. También una vida humana puede medirse en dinero, lo que permitiría calcular la ventaja o desventaja económica de liquidar a tanta o cuanta gente. La prensa nos informa de “lo que cuesta un hijo” en ropas, alimentación, enseñanza, etc. lo cual hará concluir a más de uno en que los hijos resultan un atraso, por antieconómicos.
La libertad, cuya medida en dinero provoca repulsión, también entra en el mercado. Hay quienes no cambiarían su libertad por ningún precio, pero sospecho que no demasiados. Muchos renuncian a parcelas importantes de su libertad por un precio no muy alto, como, generalizando en exceso, solía decirse de los periodistas: “más vendidos que comprados”. Y los políticos intentan comprar nuestra libertad a cambio de protección económica o similar, véase la “ley de igualdad”, aludida aquí hace poco.
Muchos bienes de gran valor resultan gratis, al menos de forma inmediata: una noche estrellada, un paisaje, la tibieza del sol, un baño en el mar, una caminata entre bosques. También el amor, hasta cierto punto. El mero sexo, en cambio, se ha convertido en un gigantesco negocio. Valor y precio.
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Un buen detalle de los "maricones" al exigir el pregón en español. Dentro de todo, y del servilismo general hacia la invasión cultural anglosajona, no deja de tener gracia.