"Juanita, ¿qué piensas hacer con ese dinero que te ha dado tu tío?" "Pues me compraré unos libros para ilustrarme" "¿Y tú, Pepito?" "¡Yo me voy a hartar de comer golosinas!". Juanita, indignada, se dirigió a Pepito: "¡Debiera darte vergüenza! Obras como los monos o los gatos, que solo piensan en comer". Los circunstantes, admirados del buen juicio de la niña, la felicitaron cordialmente."
Observen el feminismo desenfrenado de la anécdota. Bueno, el texto no era así exactamente, pero sí su sentido: lo reproduzco de memoria de algún libro de Lecturas Graduadas, editorial Luis Vives, de allá por los años 50.
Textos así, unos edificantes, otros informativos, se usaban para practicar la lectura en voz alta y adquirir, como sin buscarlo, algunas nociones morales o cívicas, de historia, de literatura, etc. No los recuerdo como una gran cosa, resultaban algo ñoños y a menudo los entendíamos mal, porque no traían explicado el vocabulario. Pero en comparación con la basura que suele suministrarse ahora a los niños, y que los campeones de la corrupción, el puterío y el terrorismo quieren sistematizar bajo el pomposo título de "educación ciudadana"...
La idea de las lecturas graduadas, aunque mediocremente realizada, era muy buena. Unas buenas selecciones de textos adaptados a la edad, acompañadas de ejercicios de definición, descripción, narración y explicación en voz alta, tendrían una utilidad imposible de exagerar. Desde hace bastantes años se viene denunciando la incapacidad de un porcentaje elevado de estudiantes para entender con claridad lo que leen. Y si se trata de expresarse oralmente o por escrito, los índices de fracaso serán, supongo, abrumadores.
Pero aprender a leer con rapidez, a captar los puntos clave de los textos y a expresarse con soltura debe ser un objetivo central de la enseñanza primaria y secundaria. Más todavía que adquirir mil conocimientos concretos destinados en gran parte al olvido. Aunque se diga que la cultura consiste en lo que queda cuando se ha olvidado lo aprendido.