El triunfo de los reyes que serían llamados Católicos cambiaba la situación en España. Pese a que los dos reinos mantenían sus leyes particulares, fue una unidad política muy real, con proyección sobre Europa, en particular Francia y el Mediterráneo. Fernando quedó como rey de Castilla en igualdad con Isabel, aunque el Tanto monta no valdría para Aragón, en apariencia porque la reina no se interesó, aunque en 1475 y 1480 aportaría tropas para el socorro de Perpiñán, en cuyo recobro mostrarían escaso interés las Cortes catalanas; y en 1480 envió una escuadra a Sicilia, posesión aragonesa, más específicamente catalana, para afrontar la amenaza turca sobre la isla. Por otra parte los dos monarcas demostrarían una talla política nada común.
Sin embargo no dejaba de ser una unión muy desigual. Castilla se extendía sobre dos tercios de España con acaso cuatro millones de habitantes, y parece haberse repuesto mejor que otras regiones de las calamidades de los siglos XIV y XV. Aragón ocupaba en torno a un quinto de la península, y su población, unas 800.000 personas, había descendido mucho con respecto a la de un siglo y medio antes, debido a las pestes, las hambres y las guerras civiles. Económicamente, Castilla también había resistido mejor los desórdenes del siglo XV, y su producción cerealista y ovina, sus talleres textiles (de paños menos refinados que los noreuropeos), su comercio con el norte de Europa y el Mediterráneo, más los beneficios de las peregrinaciones a Santiago, convirtieron al conjunto de sus ciudades de la meseta norte, más Toledo y algunas del Cantábrico, en la región más próspera y poblada de la península. Ello ocurría por primera vez en la historia, pues durante dos milenios la parte más rica y populosa había sido el valle del Guadalquivir y aledaños, excepto en la época de gloria de Cataluña y Mallorca, entre los siglos XIII y XIV. La corona aragonesa en la península vivía tiempos difíciles, excepto Valencia, que había sustituido a Cataluña como el reino más culto, próspero y dinámico. La ciudad de Valencia quizá llegó a los 70.000 habitantes, mientras que Barcelona había caído desde 50.000 a poco más de la mitad, cifra que alcanzaban Toledo, Valladolid o Córdoba, mientras Sevilla, la mayor de la corona castellana, llegaba a 45.000. Castilla, en suma, era una potencia en auge, mientras que Aragón decaía desde hacía un siglo.
"Castilla" abarcaba los reinos de Galicia, León, Toledo Murcia, Sevilla, Córdoba y Jaén, el señorío de Vizcaya y el principado de Asturias, además de Castilla propia, la Castilla Vieja; pero la unidad estaba bien consolidada, como indica el hecho de que apenas se registraran impulsos secesionistas durante las continuas guerras civiles y desórdenes o las contiendas con portugueses y aragoneses durante el siglo XV. La corona de Aragón había logrado mantener una sorprendente unidad básica, pese a sufrir mayores desavenencias internas.
Estas diferencias se ampliaban al propio concepto de la monarquía y la legalidad. Se ha insistido en la diferencia entre la tendencia "absolutista" de la monarquía castellana y la "pactista" de Aragón. Por absolutismo no se entiende, desde luego, algo como el absolutismo del siglo XVIII y menos aún al totalitarismo del XX, sino la clara preeminencia del monarca, como legislador y ejecutor, sobre la oligarquía y las demás instituciones; el pactismo aragonés, por el contrario, consideraba al rey solo un primus inter pares, según la célebre fórmula de ofrecimiento al monarca: "Nos, que somos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos principal entre los iguales con tal de que guardéis nuestros fueros y libertades, y si no, no". De ahí la frase de Alfonso IV de Aragón a su esposa Leonor de Castilla: "Nuestro pueblo es libre y no está sojuzgado como el pueblo de Castilla, porque ellos me tienen a mí como a Señor y nosotros a ellos como buenos vasallos y amigos". Frases que no deben llamar a engaño: el "pueblo" de Alfonso era la oligarquía nobiliaria y burguesa, que, como hemos visto, exprimía y oprimía a la población campesina, artesana y menestral con bastante más rigor que en Castilla. Eiximenis, teorizador privilegiado del pactismo, exponía bien clara esa actitud. Por otra parte, como hemos visto, la idea de un rey absoluto en Castilla aparecía como un ideal para aplacar los desórdenes, pero ese ideal "absoluto" apenas se cumplía.
La historia de Europa hasta entonces y, por supuesto, la hispana ya desde los godos, cabe describirla en gran parte como una lucha irresuelta entre el principio monárquico y el oligárquico o pactista. El rey no podía prescindir de las oligarquías, en las que todo poder se asienta forzosamente, pero intentaba escapar a su tutela. A ese fin solía aliarse con las ciudades y las capas medianas e incluso bajas de la sociedad, aunque no podía descansar de verdad en ellas. Las Cortes, un principio real de democracia, habían ampliado la base del poder, pero sus presiones solían girar en torno a privilegios para cada grupo social representado, e impuestos que pagarían "los de abajo". El problema radicaba en organizar el gobierno de tal modo que el monarca no pudiera ejercer un poder despótico ni los partidos oligárquicos llevar el país al caos. Para solventarlo se había sustituido el principio electivo por el hereditario, ya en los concilios de Toledo, sin resultado muy satisfactorio. Pero la contradicción de intereses y la inestabilidad correspondiente, vistas en conjunto, habían permitido asentar una civilización muy vivaz y evolutiva, con un balance general positivo.
De los demás reinos, la pequeña Navarra cispirenaica tenía unos 10.000 kilómetros cuadrados y en torno a cien mil habitantes. Una parte esencial de su economía giraba en torno al Camino de Santiago y al comercio por los puertos guipuzcoanos. En la mitad norte predominaba el vascuence y en el resto un romance muy próximo al castellano, y aunque la lengua de la corte era el francés y fuerte la influencia del país vecino, existía un partido no menos fuerte, favorable a Castilla. Pamplona y Tudela eran sus ciudades mayores, aunque pequeñas, de cinco o seis mil habitantes cada una.
Portugal, con unos 90.000 kilómetros cuadrados y un millón de habitantes, vivía un gran momento. En 1415 había conquistado Ceuta e iniciado su expansión por el Atlántico. Al año siguiente el infante Enrique el Navegante fundó en Sagres, el extremo suroeste de Portugal, una escuela de navegación y confección de mapas. En 1427, los portugueses descubrieron las Azores, se lanzaron a explorar la costa africana y en 1488 Bartolomé Díaz llegó al extremo sur, el Cabo de las Tormentas, rebautizado luego De Buena Esperanza. Estas empresas daban comienzo a la aquí llamada Edad de Expansión europea. Con ellas y la privilegiada situación de Lisboa, Portugal prosperaba y se convertía en una verdadera potencia en Europa.
Castilla, Aragón, Cataluña y Portugal son productos tardíos de una reconquista emprendida por Oviedo y León, algo más tarde por Navarra, fundada histórica, jurídica y políticamente en el reino hispanogodo. La formación de estos reinos hacía muy improbable, según hemos observado, la reunificación, que nunca llegaría a completarse, pero cumplida en lo principal bajo los Reyes Católicos: en definitiva, las tendencias centrípetas terminaron predominando sobre los poderosos impulsos centrífugos existentes en todas las sociedades, y surgía una nueva etapa histórica, expresada a su manera en la crónica de Muntaner: «si aquest quatre reis (...) d'Espanya, qui son una carn e una sang, se tenguessen ensems, poc dubtaren e prearen tot l'altre poder del mon»("Si los cuatro reyes de España, que son una carne y una sangre, se mantuvieran unidos, poco temerían y en poco tendrían al poder del resto del mundo").
Aunque los Reyes Católicos fueron reconocidos como de España dentro y fuera del país, no se llamaron así oficialmente, debido a la protesta de Portugal (del rey Alfonso V) que se seguiría considerando español durante unos siglos; y a la esperanza de redondear la unidad algún día. Como observa L. González Antón, no es cierto el dicho orteguiano de que "Castilla hizo España", aunque a partir del siglo XII o XIII Castilla cobrase el mayor ascendiente en la península. España era una realidad política anterior a la invasión mora, sin la cual muy difícilmente habría ocurrido la Reconquista. Y esta, a su vez, no había sido iniciada por Castilla, ni culminada por una absorción, sino por una unión. Además, Castilla incluía para entonces varios reinos distintos de la Castilla original. Con todo, la potencia cultural, política y económica castellana haría disminuir la heterogeneidad regional creada por las circunstancias bélicas de los siglos anteriores. La lengua castellana absorbería a los romances leonés, aragonés y navarro, y su uso como lengua culta y política se extendería por Valencia, Cataluña, las Vascongadas, Galicia e incluso Portugal, hasta conformarse como idioma común, el español por antonomasia, sin eliminar por ello el uso del catalán, el vascuence o el gallego en las zonas respectivas.
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En El economista:
FRANCO HOY
¿De dónde viene la democracia actual, del franquismo o del antifranquismo? ¿De dónde vienen las amenazas mayores a nuestro sistema de libertades? ¿Puede un régimen subsistir largo tiempo si corta sus propias raíces? Planteo estas y otras preguntas en Franco para antifranquistas.
Si la democracia viniera de la oposición a la dictadura, habría que condenar esta y buscar la raíz de aquella, resueltamente, en la situación anterior a Franco, es decir, en el Frente Popular o la república. Sin embargo sabemos hoy que la república fue solo a medias democrática y funcionó muy mal, mientras que el Frente Popular reunió a comunistas, marxistas, anarquistas, golpistas y racistas, cuyo mayor éxito inicial consistió en destruir la legalidad republicana. Y si nos fijamos en la oposición a la dictadura, vemos enseguida que se compuso de totalitarios comunistas y de terroristas, una evidencia en la que casi nunca se repara: antifranquismo no equivalió en lo más mínimo a democratismo. Los demócratas apenas molestaron a Franco, ni a la inversa.
Evidencia corroborada por esta otra: las amenazas más persistentes al sistema de libertades han sido y son el terrorismo, la corrupción, los separatismos y el ataque a la separación de poderes. Todas ellas proceden de sectores que se declaran antifranquistas, aunque la dictadura de Franco haya desaparecido.
Siendo así, debemos admitir que el régimen actual solo ha podido salir del corazón del franquismo, otra evidencia desatendida: ¿de dónde vinieron, si no, el rey, Suárez, Fernández Miranda y tantos otros? La raíz de nuestra democracia se halla en el franquismo, una paradoja que necesita ser explicada, pero que apenas ha sido planteada siguiera. Ahora bien, mientras subsista la confusión al respecto y el empeño de muchos por cortar esa raíz, la democracia continuará en serio peligro. De ahí la actualidad de la cuestión de Franco.