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Presente y pasado

La Restauración y la literatura

Durante esta época de la Restauración comenzó un resurgimiento literario. El siglo XIX fue el de la gran novela europea, desde Inglaterra a Rusia, donde, con Tolstoi y Dostoiefski, quizá alcanzó sus más altas cumbres. La figura de mayor enjundia en España fue el escritor canario Benito Pérez Galdós, que representó lo que Balzac o Dickens en Francia y Gran Bretaña, o Eça de Queiroz en Portugal, y con los cuales ha sido comparado. Se percibe cierta relación entre el espíritu de estos escritores y el de sus países respectivos, aunque Galdós escribió después de ellos. Inglaterra era la sociedad triunfante, con su lado oscuro de pobreza y explotación de las clases bajas, abusos coloniales etc., y Dickens manifiesta una conformidad esencial con sus valores. Sus pinturas de la miseria tienen un fondo de esperanza y épica, pues sus personajes logran superar duras pruebas, el final es feliz, el humor bondadoso y la tragedia se reserva a algunos malos sin remedio. Balzac, incómodo con aquella Francia de una restauración monárquica sin futuro, retrata una sociedad y unos personajes generalmente sórdidos, movidos por el dinero y el sexo, cuya dinámica suele conducirlos a la ruina y la tragedia, pero descritos sin pasión ni sentimentalismo, casi como un estudio zoológico. Su agudeza psicológica resulta fríamente desesperanzada o cínica, sin humor: triunfó en pleno romanticismo, pese a diferir por completo del gusto romántico. Queiroz, francófilo que sentía una mezcla de amor-odio por Inglaterra, donde escribió varias de sus novelas, refleja la decadencia portuguesa con una suave ironía nostálgica.

La España de Galdós no es la del éxito inglés ni la del sordo descontento francés, ni la del letargo portugués. Al siglo XVIII, tiempo de paz interna, constructiva y algo mate, habían sucedido agitaciones frenéticas, llenas de color y de pasión, pero sin salida y protagonizadas casi siempre por personajes de escasa altura, no muy interesantes. Galdós evolucionó de la simpatía pro liberal a un creciente anticlericalismo –no despreocupación religiosa, sino al contrario–, hasta posiciones vagamente socialistas y republicanas. Hizo con sus Episodios Nacionales algo parecido a lo que Balzac con su Comedia Humana: un retrato de sucesos y personajes entre 1805, año de Trafalgar, y 1880, tiempo ya de Cánovas. Si su fidelidad histórica ha sido cuestionada, no así su capacidad para reflejar tipos humanos, influjos políticos, situaciones y ambientes sociales y familiares, tanto en los Episodios como en sus mejores obras. En ellas alcanza un nivel no inferior al de sus admirados maestros Balzac y Dickens, siendo, sin embargo, tan distinto de ellos como la situación española lo era de la de esos países.

Galdós posee un humor algo socarrón, un fondo esperanzado, también distinto del dickensiano, y mucho más calor o ternura que Balzac, lo que da a sus desenlaces trágicos un carácter menos sórdido. Se le ha achacado el lastre de una politización ingenua que matiza levemente sus obras, sin echarlas a perder, ya que no cae en maniqueísmos y trata de penetrar los motivos de sus personajes. Con todo, su bisturí se vuelve algo romo con personajes que ideológicamente le complacen, más afilado con tradicionalistas como los retratados en Doña Perfecta. Y aunque pinta magistralmente a los personajes en su medio, los mismos son siempre mediocres, con escasa épica, ni siquiera en sus Episodios, y cierta caída hacia el costumbrismo. De ahí que Valle-Inclán le llamara malévolamente Don Benito el garbancero.

Pero Galdós fue solo el más destacado de una serie de buenos novelistas de la época como Juan Valera y Vicente Blasco Ibáñez, dos de los mejores y de orientaciones políticas y literarias muy distintas dentro de lo que se ha dado en llamar realismo; la novela fundamental de Leopoldo alas, La regenta, pese a su rigor psicológico y argumental, pierde algo por su demasiado explícita crítica social y la mediocridad de los personajes, que la hacen inferior a Ana Karénina, incluso a Madame Bovary. Muy apreciables son también Pereda, Alarcón o Palacio Valdés, y más que apreciable la condesa de Pardo Bazán, un contraste abrupto, personal y literario, con otra gran escritora gallega del siglo, Rosalía de Castro. Esta, romántica, representa con la máxima intensidad el tópico, no tan tópico en ella, del espíritu gallego brumoso y añorante, con una indefinible angustia de la vida. Pardo Bazán, realista, no tiene nada de ello, salvo la estima por el paisaje de la región. Su actitud literaria y vital recuerda más a la de su maestro Zola, incluso a Balzac en su descripción descarnada de miserias materiales y morales. En Cataluña floreció una literatura regionalista cuyos personajes mayores fueron Verdaguer, Aribau y Maragall. Sus obras, de un romanticismo tardío y muy patriótico, nutrirían el nacionalismo catalán que a finales de siglo cobraba forma.

El intelectual propiamente hablando de mayor relieve, con mucho (moriría en 1912, con solo 56 años), fue Marcelino Menéndez Pelayo, erudito, historiador, crítico del arte y del pensamiento, y el mejor conocedor español de la cultura europea. De ideas tradicionalistas templadas, lindantes con el liberalismo, le disgustaba el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza. Una de sus obras de mayor impacto fue la monumental Historia de los heterodoxos españoles, donde estudia a fondo las vidas y obras de los herejes y adversarios del catolicismo, desde Prisciliano hasta los krausistas, pasando por los judaizantes, luteranos, volterianos y jansenistas. Aunque superada en muchos puntos, como es natural, permanece como una obra de erudición sin paralelo en España. Su punto de vista, en ocasiones demasiado tradicionalista, que identifica políticamente a España y al catolicismo, no merma la profundidad de su exposición y de su crítica. Sus adversarios nunca produjeron algo ni de lejos semejante, y en general se limitaron a intentar desacreditarlo. Sus estudios sobre autores latinos y españoles, sobre la evolución de las ideas estéticas en España, etc., marcaron un hito en su momento.

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