Un gobierno que desde que se formó, gracias al peor atentado de la historia de España, no ha cesado de atacar al estado de derecho, a la Constitución, de colaborar con el terrorismo y el separatismo y de socavar la independencia judicial, genera forzosamente crispación. Por lo menos crispación. No puede ser de otro modo, a menos que la sociedad esté muerta, predispuesta a la descomposición y a cualquier tiranía.
Pero los liberticidas, con descaro equiparable al de los nazis para negar la evidencia, acusan de crispadores a quienes denuncian sus felonías. Y el PP, cómo no, se pone a dar explicaciones. Atenúa su denuncia y sale Rajoy diciendo que él no está crispado, en absoluto, que él, fresco como una rosa, relajado, normal, en plena normalidad. ¡Qué tío!
El otro día, en el programa montado por el aparato del PSOE en su televisión –pagada por todos–, una señora de Baleares le preguntó angustiada por el acoso separatista a la enseñanza en español. Pregunta embarazosa, porque en Baleares gobierna el PP, como en Valencia o largo tiempo en Galicia, aplicando una política lingüística muy parecida a la de los separatistas. Y unos estatutos muy parecidos a los separatistas. Y el hombre relajado, no crispado, “normal”, se escabulló con una defensa de la enseñanza del inglés. Algo así hizo Feijoo hace unos días, se ve que es una consigna: ¡olvidémonos de esos problemillas y vayamos al inglés! Parejo al “miremos al futuro y olvidemos el pasado”.
Ciertamente Usa o Gran Bretaña tienen la suficiente habilidad y potencia para promover su idioma y su cultura sin necesidad de bobos solemnes, serviles y oficiosos que les hagan el trabajo gratis. Pero en España esa clase de sujetos prolifera hoy masivamente. Es, en definitiva, el odio o el desprecio a España, tradicional en la izquierda, no digamos en los separatismos, y cada vez más extendido en la derecha, quiero decir en sus políticos.
Excepto en las Vascongadas, el PP se aparta cada vez más de una gran masa de opinión española, y está propiciando el mismo fenómeno anómalo y antidemocrático que en Cataluña: una gran masa de la población carece de representación política, porque ningún partido defiende sus intereses ni sus sentimientos. Que son, casualmente, los intereses y sentimientos que definen a una sociedad viva: la unidad de la nación y la democracia.
En la izquierda ha surgido la alternativa de “Ciudadanos”, algo confusa, pero que podría jugar un papel regenerador. Quizá sea necesario algo parecido en la derecha. La voz del rebaño bala: “Pero sin el PP, ¿qué nos queda?”. Vamos, señores, se supone que somos ciudadanos, no meros súbditos.
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Totalitarismo y ateísmo
Creo que en estas cosas conviene proceder por tanteos y midiendo los pasos, incluso retrocediendo de vez en cuando, y no abordar muchas cuestiones al mismo tiempo, como parece gustarle al amable señor Robredo http://bilbaopundit.blogsome.com/. Así, hemos establecido, me parece que de modo suficientemente claro, que el ateísmo ciencista no es incompatible con el totalitarismo. Creo que es un paso fundamental. Dejamos de lado, por ahora, si hay totalitarismos no ateos, si María concibió o no a Jesús siendo virgen y otros problemas de gran interés, pero de momento menos relevantes.
Si el ateísmo, o algunas formas de ateísmo, han producido esos efectos, debemos plantearnos si es por casualidad o no. Decíamos que los ateos liberales son en alguna medida inconsecuentes, porque su punto de vista básico hace de la creencia religiosa algo parecido a la esclavitud (en realidad bastante peor que la esclavitud, porque sus desvaríos afectarían a esclavos y no esclavos), pero no predican, al revés que los marxistas, un tratamiento parecido al que ha recibido la esclavitud en los últimos siglos, dejando la cuestión en el terreno del allá cada cual con su conciencia, o algo por el estilo.
Sin embargo la actitud atea marxista hacia la religión, sin duda consecuente, ha dado unos frutos muy diferentes, incluso opuestos, a los de la abolición de la esclavitud, ha dado pie al totalitarismo, o a una forma del mismo. Eso me lleva a preguntarme dos cosas: ¿es correcto el enfoque de la religión por parte del ateísmo ciencista? ¿Es un enfoque realmente científico? Y, por otra parte, ¿no empujará el ateísmo liberal en la misma dirección que el marxista, es decir, no conducirá al totalitarismo, aunque por unas u otras causas se autorreprima y se detenga a mitad del camino? Sostengo como hipótesis que las convicciones liberales chocan con las ateas, y que es ello lo que impide a los ateos liberales llevar su ateísmo hasta sus conclusiones lógicas, como hacen los marxistas.
Al respecto comentaba hace unos días un artículo de S. Pinker, uno de los pensadores más influyentes en lo que va del siglo XXI. La base del pensamiento de Pinker es ya muy antigua, es la misma que la de La Mettrie, que ya creía basarse en la ciencia para concluir que no hay nada parecido al alma humana, pues el ser humano es, en definitiva, una máquina. Lo nuevo de Pinker es que él cree que, ahora sí, por fin, la ciencia habría resuelto la cuestión definitivamente. El cerebro, sede de la personalidad y capacidades humanas, es una máquina, asegura Pinker.
Expresión ciertamente curiosa: una máquina es un instrumento complejo creado por el hombre con algún fin. ¿Quién o qué crea la máquina humana, y con qué fin? Ya trataremos el asunto. Pero ahora constatemos que en el concepto de máquina no entra el de libertad. La concepción del hombre-máquina es la misma que la del marxismo. Destruir máquinas, incluso grandes masas de ellas por ejemplo, no resulta demasiado grave o demasiado importante, sobre todo si se hace con vistas a conseguir una maquinaria social más evolucionada. En el fondo se trata de un simple problema económico: vale la pena destruir maquinaria humana en masa si se obtiene un beneficio para los fines propuestos, y no vale la pena si resulta una pérdida. Ningún juez superior a la máquina humana va a decidir al respecto, sino la racionalidad encaminada al objetivo.
Pinker, sin embargo, se refrena ahí, y de pronto, no sabemos por qué, se pone en plan sentimental y humanitario. Él, por supuesto, tiene elevados sentimientos de solidaridad no solo con los demás humanos, sino también con los perros y (hay que suponerlo) con los demás animales, puesto que, nos informa, todos sufren cuando les agreden o fastidian, y en definitiva son tan máquinas como nosotros. Él decide –porque le da la gana, no con método científico– que la base de la moral es la solidaridad, una especie de solidaridad universal, que recuerda al mandamiento cristiano del amor, si bien trivializado. Pero, ¿por qué no decide lo contrario? ¿Por qué, puesto que la muerte y el sufrimiento están ligados a la vida, no habría que cultivar más bien un agresivo egoísmo? ¿Acaso no es un hecho objetivo, constatable científicamente, que los animales tienen la mala costumbre de comerse entre ellos y causarse otros males, y que algo análogo sucede a menudo en la sociedad humana? De pronto las aparatosas consideraciones pretendidamente científicas desembocan en una beatería sentimental, como podían desembocar exactamente en lo contrario. ¡Y a eso le llaman pensamiento, y hasta pensamiento científico! Es evidente que esa beatería no le viene a Pinker de ningún ateísmo ciencista, sino del pensamiento liberal o cristiano. Quiero decir, de una forma superficial y degradada de estos.