En la derecha se ha extendido como una enfermedad la pretensión de que mirar al pasado es inútil o contraproducente. Y lo es, si lo que se pretende es crear una sociedad infantilizada y manipulable. Pues, ya lo observó Cicerón, "Si ignoras lo que ocurrió antes de que nacieras, siempre serás un niño". O, en la celebérrima frase de Santayana, "Quien olvida la historia se condena a repetirla". No a repetir la historia, claro está, sino su peor parte, los viejos errores.
Peor aún es la falsificación sistemática del pasado que venimos soportando desde hace cuarenta años, de manos de la izquierda, aunque no solo. Una historia falseada envenena el presente; y, por lo mismo, una historia veraz lo sanea. Nótese que para muchísimos intelectuales y profesionales de la historiografía la cuestión de la veracidad ha llegado a carecer de interés, incluso niegan la posibilidad de tal cosa. Les interesa, en cambio, etiquetar a los discrepantes como "franquistas", "reaccionarios" o lo que crean más útil.
En ese anhelo, a menudo inconsciente, de sanear el hoy y el mañana, radica el creciente interés social por el conocimiento del pasado. "La verdad os hará libres". A pesar de tantos políticos.