El caso de Zapo recuerda al de Hitler. Este obtuvo legalmente el poder y desde él desmanteló el sistema democrático. Le salió bien y siguió de provocación en provocación (perfil alto), ante las cuales retrocedían una y otra vez sus adversarios (perfil bajo), que desecharon las oportunidades de pararle los pies a tiempo, hasta verse obligados a hacerlo de la peor forma posible, cuando ya se había perdido demasiado terreno.
Se le puede llamar golpismo desde el poder, algo que también muy practicado en las repúblicas bananeras latinoamericanas. Vivimos con un gobierno ilegítimo, por antidemocrático y antiespañol. Este hecho está por encima de los votos, pues la legitimidad de estos para destruir el sistema de libertades y la nación es nula, por muy numerosos que sean. Las reglas del juego se han roto, y se trata de ver si los golpistas triunfan sobre la ley o la ley sobre los golpistas.
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Monarquía y república
Muy importante el blog de Federico aludiendo a la implicación del rey en las maniobras por acentuar el perfil bajo de la oposición. Juan Carlos, aparte de sus méritos políticos anteriores, tiene en su haber bastantes hazañas poco confesables pero bastante notorias y conocidas, sobre todo de la mafia socioprisaica. Y sabe que ésta, de tendencia antimonárquica, no tendrá el menor escrúpulo en utilizarlas contra él si lo ve conveniente, mientras que la derecha conserva otra consideración hacia la monarquía salida, como la democracia, del franquismo. De ahí la casi permanente claudicación regia ante Zapo y las presiones sobre la oposición para aplacar a la izquierda y los separatistas. Podría admitirse que el rey permaneciera impasible ante las fechorías del gobierno, pero una intervención a favor de él ya entraría en lo intolerable, y empujaría a gran parte de la opinión neutra y de derechas hacia la república. Pues las izquierdas y los separatistas son republicanos de raíz, cosa que no debiera olvidar nadie, y si no actúan abierta y masivamente en esa dirección se debe al apoyo que la monarquía retiene en la opinión pública. Desde luego, si alguien puede hundir la monarquía es la propia Casa real, como ha sucedido en el pasado.
También guarda el caso alguna similitud con el de Niceto Alcalá-Zamora: tratado sin consideración, incluso de forma insultante, por Azaña (lo dice el alcalaíno en sus diarios y cartas), Don Niceto trató siempre a este con exquisito respeto. En cambio se cebó contra la derecha, siendo él derechista, y provocó en su seno crisis incesantes, ayudando a eliminar a Lerroux y expulsando a la CEDA, hasta conseguir la reanudación de la guerra civil. Alcalá-Zamora era el jefe del estado, como Juan Carlos.
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Azaña y los republicanos
Cuando fracasó el golpe militar con que los republicanos pensaban imponer la república, en diciembre de 1930, Azaña se escondió, y así seguía después de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, hurtándose a cualquier actividad conspirativa.
Fue Maura, seguro de la quiebra moral de la monarquía, quien le buscó y le llevó, casi a rastras, a tomar el poder en el Ministerio de la Gobernación en la Puerta del Sol de Madrid, el día 14. No tuvo, por tanto, parte alguna en los sucesos que trajeron el nuevo régimen. Tampoco era un republicano, y menos un republicano activo, de larga trayectoria. Tras el golpe de Primo de Rivera había roto con la monarquía, pero pocos sabían de esa ruptura, y su actividad de oposición a la dictadura había sido mínima. A lo largo de 1930 había pronunciado algunos discursos que atrajeron una fugaz atención sobre su persona, pero políticamente seguía siendo un desconocido, y sus pocos conocedores le recordaban más bien por sus obras literarias y de crítica en revistas. Era sólo un escritor con pocos lectores, pese al indudable mérito de, por ejemplo, El jardín de los frailes, y a menudo se sentía fracasado.
Sin embargo, a partir del 14 de abril del 31, en muy poco tiempo se convertiría en el principal personaje del nuevo régimen, en “la revelación”, o la “encarnación de la república”. La raíz de esta súbita elevación no se encuentra en intrigas ni en conspiraciones, sino en el sorprendido reconocimiento que le tributaron sus correligionarios por su inteligencia y calidad razonadora, unidas a su resolución para llevar a la práctica sus medidas reformadoras. Casi todos vieron y, lo más asombroso, aceptaron un tanto admirados, su notable superioridad política e intelectual, pese a tacharle al mismo tiempo de hombre adusto y algo hiriente. Pero si en un sentido suena asombrosa esa admiración, en otro no tanto: la tradición de los republicanos españoles, en general, apenas si cabe calificarla de pintoresca. Una tradición de muy escasa sustancia intelectual, bravucona, sin apenas noción de la responsabilidad política y con proclividad a la violencia y a las divisiones reyertas entre sus partidos. No sólo políticos de derecha, como Cambó, manifiestan un convencido desprecio hacia ellos, los mismos socialistas los miraban como personas y partidos insolventes desde cualquier ángulo que se les considerase. En este sentido, pudieron estar encantados de hallar entre ellos a un personaje de mucha más talla.
Azaña, desde luego, percibía la calidad no muy alta de sus correligionarios, pero no se desanimó, debido a la extraordinaria autoconfianza adquirida en los primeros tiempos del nuevo régimen. Desde el primer momento miró con una mezcla de condescendencia e irritación a sus correligionarios. A los militares republicanos los trata en ocasiones de botarates, y no mejor a los partidos. Así describe un congreso del principal partido republicano, el Radical Socialista, que transcurría en medio de continuas trifulcas y amenazas de unos y otros políticos de destapar corruptelas y de escindirse (y se escindiría, en efecto): “Llevan tres días, mañana, tarde y noche, desgañitándose. Y lo grave del caso es que de allí puede salir una revolución que cambie la política de la república”. Se descubrió que los delegados de Murcia iban con representación de miles de votos inexistentes, pero después de mucho escándalo, se les admitió ante la amenaza de los murcianos de “destapar” otros asuntos de los escandalizados. Y por fin, “después de tan feroces discusiones, se han echado a llorar oyendo el discurso de Domingo; se han abrazado y besado, han gritado… Gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta. Están redactando una propuesta que podrán votar todos, y hasta otra”.
Calificativos semejantes, si bien con menos intensidad, podían aplicarse quizá a sus partidarios de Izquierda Republicana. Cuando Azaña pasó a la presidencia de la república, tras haber destituido a Alcalá-Zamora, los azañistas se resistían a que abandonase la jefatura del partido, como era obligado, al no percibir otro jefe de su talla. La resistencia fue vencida en una escena vista así por Azaña: “Llorera general… Explosión de entusiasmo, abrazos, promesas, juramentos cívicos… En fin, muy bien. Es posible que ahora lo destrocen todo”.
La concepción, por así decir, estratégica de Azaña con vistas a realizar sus proyectos políticos consistía en orientar la energía de “los gruesos batallones populares” –principalmente las grandes organizaciones sindicales– bajo el influjo de la “inteligencia republicana”. Pronto comprendería que esa inteligencia era todo menos abundante, y si su confianza inicial en sí mismo le llevó al principio a mencionarla con una especie de desdén amable, como cuando señala la incapacidad de los diputados para percibir un sarcasmo o una ironía algo finos, pronto acumuló una impaciencia y un fastidio próximos a la desesperación: “Veo muchas torpezas y mucha mezquindad, y ningunos hombres con capacidad y grandeza bastantes para poder confiar en ellos ¿Tendremos que resignarnos a que España caiga en una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta?” Cuando, en verano de 1933, suspendió las vacaciones de las Cortes a fin de aprobar unas leyes a su juicio muy importantes, suspensión muy mal llevada por los diputados, fulmina contra la “terquedad, suficiencia y palabrería” de los suyos: “No saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable encarnación de la necedad. Lo que están haciendo me ha hecho pensar, por vez primera, desde que hay República, en la del 73. Así debieron de acabar con ella. El espectáculo era estomagante. Diríase que estaban llamando al general ignoto que emulando a Pavía restableciera el orden”.
Y son sobradamente conocidos sus comentarios mordaces sobre personajes diversos, como Domingo, Albornoz, Gordón Ordás, Companys, etc. donde reluce su poca estima hacia sus colaboradores, actitud identificada a menudo con la soberbia. Pero cabe la duda de si tales sarcasmos no estarían justificados.
En algunos momentos parece a punto de tirar la toalla: “¿Estoy obligado a acomodarme con la zafiedad, con la politiquería, con las ruines intenciones, con las gentes que conciben el presente y el porvenir de España según los dictan el interés personal y la preparación de caciques o la ambición de serlo? Obligado no estoy. Gusto, tampoco lo tengo. Entonces ¿qué hago yo aquí?”.
Expresiones semejantes abundan en su primera época de gobierno, de 1931 a 1933. Y sin embargo, una vez perdido el poder intentará recuperarlo, con sorprendente irresponsabilidad, mediante la alianza entre la casi inexistente “inteligencia republicana” y los “batallones populares”, en condiciones mucho peores que en el primer bienio. Sus discursos de 1935, origen del Frente Popular, revelan su conciencia de estar despertando un “torrente popular que se nos viene encima”. Pero, con incomprensible optimismo, asegura que para encauzarlo “nunca nos habrán de faltar hombres”. Pocos meses después, ya en el poder, volverá a su vieja lamentación: “No existe el centenar de personas que se necesita para los puestos de mando”. Peor aún, la talla moral e intelectual “ha bajado tanto que hombres muy modestos se ofenden si se les ofrece un Gobierno civil”. Nadie parecía contentarse con menos de un Ministerio.
Los diarios de Azaña alumbran una de las claves, casi siempre desestimada por los historiadores, del fracaso de la república: la escasez de hombres capaces y de miras elevadas, y la abundancia de demagogos ambiciosos e ineptos. No sin despecho llega el político que encarnó aquel régimen a atribuir al conjunto de los españoles una inteligencia escasa, o una aptitud limitada para utilizar el cerebro. Creo que se trata de una extrapolación ilegítima, a partir de su experiencia con sus correligionarios, no muy representativos del conjunto del pueblo.
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Propaganda feminista
"La suposición básica del feminismo residen en que las diferencias entre los sexos se ciñen a lo genital, sin más consecuencias social o cultural necesaria. De ahí que la diferenciación de los sexos en papeles, actitudes y talantes sea vista como una imposición arbitraria, cuyo objeto sería afianzar la opresión del varón sobre la mujer.
Entre los elementos de la propaganda feminista se encuentran:
– Una incitación tenaz a la incorporación e igualamiento de la mujer en todos los planos profesionales, políticos, deportivos, etc. Incitación que se expone como progresista y emancipadora.
– Desvalorización simétrica de las funciones típica y tradicionalmente femeninas, en especial la maternidad, la crianza de los niños y la atención al hogar. Papeles que aparecen con signo neutro en el mejor de los casos, y explícita o implícitamente negativo en la mayoría: “Mujer, tu casa es tu prisión”. Se trataría de una tara a superar mediante la “socialización” según unos, o adjudicando al varón los mismos papeles que a la mujer en la casa, la crianza, etc., según otros. Lo contrario sería “injusto”.
– Consideración de la sexualidad como una diversión o entretenimiento individual, sólo muy secundariamente ligado a la procreación o al establecimiento de vínculos personales estables (lo último no suele defenderse, pero es consecuencia de lo primero).
Estos tres aspectos van muy trabados entre sí, aunque el acento recaiga sobre este o aquel, según las tendencias: el tercero ha sido llevado al extremo en ciertos ácrato-feministas, mientras que los socialismos reales han probado a conciliar el igualitarismo con la institucionalización del matrimonio y la familia. Conciliación frustrada, desde luego.
Todo lo cual no impide que se insista en que la mujer mantiene su condición femenina (quizá algo innecesaria sobre tales bases). Son instructivas las apreciaciones de la prensa en torno a la ministro de Asuntos Sociales Matilde Fernández, a raíz de su nombramiento. “De ella cuentan que es capaz de poner orden en una reunión de hombres con solo pegar un buen puñetazo en la mesa”, explicaba admirativamente Cambio 16 (8-8-88), mientras Diario 16 (misma fecha) resaltaba lo “femenino”: cuando hace años se vio obligada a viajar a Londres para abortar, antes de regresar a España fue de tiendas por la ciudad del Támesis “porque de alguna manera irse de trapos cura las depresiones”.
La propaganda feminista posee un alto voltaje emocional y un arsenal de descalificaciones inmediatas contra las ideas o tendencias discrepantes, tachadas de “reaccionarias”, “machistas”, “sexistas”, “opuestas a la mujer”, cuando no fascistas, oscurantistas, etc.
Así, las críticas al último informe Hite, acusado de mala metodología y otros defectos, provocaron un comunicado firmado por varias conocidas feministas, y muy publicitado en la prensa useña, que aseguraba: “El ataque conservador al informe Hite forma parte de la actual reacción conservadora y (…) va dirigido (…) contra los derechos de todas las mujeres”. Por su lado, la autora del informe condenaba “la histérica reacción conservadora contra el proceso irreversible de liberación de la mujer”, felicitándose de que “los ataques se aplacaron después del comunicado conjunto” recién citado. Los efectos de la “reacción conservadora” se pintan con colores espeluznantes: “En América ni siquiera se puede hablar de sexo, y mucho menos pensar en disfrutar de él”, informa Shere Hite con un peculiar sentido de la veracidad.
La similitud con la retórica empleada por los comunistas en los años 20 sorprende; y sugiere un aprendizaje en esa escuela, cosa nada improbable. Pero un rasgo de las ideologías consiste en la reproducción estereotipada de formas de ataque y racionalización. Por ejemplo tratan de impresionar relegando la razón y poniendo en primer plano factores de fuerza semimística: el futuro, o la vida “están con nosotros”; la revolución “es irreversible”; la reacción, aparte de malvada, resulta inútil…”
(La sociedad homosexual y otros ensayos)
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Luis:
No lo digo en tu blog porque me resulta difícil acceder. Mis conocimientos informáticos son limitados. Tus comentarios a ¿Sofisma de Tagore? son excelentes. En esta misma línea quisiera añadir una frase de Popper: "Cuanto más sabemos, menos sabemos". El sentido es que cuando, metafóricamente hablando, subimos un escalón en el conocimiento, descubrimos nuevos ámbitos, antes desconocidos. Esto aumenta nuestra ignorancia pero a partir de un nivel de conocimiento superior. Esto supone nuevos retos, en un camino sin fin. No por casualidad, otro libro de Popper se titula "Búsqueda sin término".
Un abrazo.
Sebastián Urbina.