Dice Carrillo, héroe de Paracuellos, que su amigo Garzón "no quiere sancionar, sino resolver la dignidad de las familias". No sé qué significará eso de "resolver la dignidad", debe de ser una expresión del politiqués. Pero, está claro, la tarea de un juez consiste en sentenciar y sancionar, no en resolver dignidades o dedicarse a investigaciones de interés meramente histórico, salvo por afición personal y sin obligar a nadie a trabajar gratis para él, como pretende hacerlo con la Iglesia.
Y la dignidad de las familias no tiene la menor relación con los muertos de la guerra civil. Desde muchos años antes de que muriera Franco nadie (salvo quizá en algún pueblo tipo Puerto Hurraco) se preocupaba de si las familias habían tenido un muerto en un bando o en otro; es más, desde la transición, las familias y los muertos que más "dignidad" han recibido, con enorme diferencia, han sido las de aquellos que con el mayor descaro llaman "republicanos", cuando fueron esos partidos "republicanos" quienes, precisamente, hundieron la república.
Y hablar de dignidad exige distinguir entre los asesinos y los inocentes, distinción ajena por completo a la intención de Carrillo, de Garzón, de Zapo, de los fulanos y tiorrillas de su gobierno o de los sinvergüenzas que votaron la ley de "memoria" en las Cortes. Separar a los chekistas fusilados de las víctimas de una violencia ciega es la exigencia más elemental para todo aquel que se atreva a hablar de dignidad y de justicia, pero a esta gente ¡ni se les pasa por la cabeza!
¿O sí? Después de todo, esta gente se identifica con los Negrín, Prieto, González Peña, Galarza y demás, que dejaron abandonados a sus sicarios mientras ellos huían con inmensas riquezas expoliadas a todos los españoles. Porque los hechos fueron así, exactamente así. Aquellos líderes exiliados contrajeron una tremenda deuda moral con los chekistas asesinos y ladrones a su servicio, dejados a su suerte en España. Quizá sus sucesores políticos están pagando ahora esa deuda al equiparar a los sicarios con los inocentes y rescatar así la "dignidad" de los primeros.
En realidad esos políticos de la "memoria" (incluido el pepero Pons, "plan Pons, vileza en siete días" o Gallardón el Acatador) están retratando su propia dignidad, y así se entiende mejor su afición a "dialogar" con los terroristas y otras peculiaridades. En este sentido, no cabe duda, están "poniendo las cosas en su sitio", como dice Bermejo. La política española, con Zapo y sus pandillas, se ha degradado a unos niveles de infamia que nos obligan a recordar constantemente las frases de los padres espirituales de la república, Marañón, Pérez de Ayala y Ortega.
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Un viejo artículo:
Republicanos
Al estudiar el pasado siempre me llamó la atención el carácter siniestro y absurdo de las dos repúblicas. Recoge Lerroux en algún escrito un dicho de la Restauración: "No todos los republicanos son canallas, pero casi todos los canallas son republicanos". Lerroux fue uno de los republicanos más esforzados, fue quien convirtió el republicanismo en un movimiento de masas a principios del siglo XX, y tuvo ocasión de señalar en sus memorias las intrigas y odios feroces en su propio movimiento, sin excluir incitaciones a asesinarle. Tendencia a la algarabía, la maniobra ruin o la corrupción si llegaba la oportunidad.
Esa tradición pareció cambiar a principios de los años 30, cuando muchos de los principales escritores del país cobraron afición a la república, aportándole una especie de seriedad intelectual. Ortega y Gasset, uno de los más descollantes, quiso convertir a Cambó a la fe republicana, pero el catalán, buen conocedor del paño, le replicó que del nuevo régimen sólo podía esperarse una era de convulsiones. Ortega, furioso, se marchó dando un portazo, y poco después firmaba, con Marañón y Pérez de Ayala, un manifiesto antimonárquico que tuvo extraordinaria influencia sobre la opinión y valió a los tres el apelativo "Padres espirituales de la República".
Vale la pena recoger las opiniones de dichos padres espirituales, sólo seis o siete años después, sobre el régimen que tanto habían ayudado a traer. Ortega criticaba ácidamente la frivolidad de los intelectuales extranjeros firmantes de adhesiones a una imaginaria democracia española de la que ignoraban casi todo. Pérez de Ayala escribía con dureza más directa contra los republicanos: "Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco. Nunca pude concebir que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza"; "En octubre del 34 tuve la primera premonición de lo que verdaderamente era Azaña".
Marañón expresa incluso más vívidamente sus sentimientos: "¡Qué gentes! Todo es en ellos latrocinio, locura, estupidez. Han hecho, hasta el final, una revolución en nombre de Caco y de caca"; "Bestial infamia de esta gentuza inmunda"; "Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado?"; "Horroriza pensar que esta cuadrilla hubiera podido hacerse dueña de España. Sin quererlo siento que estoy lleno de resquicios por donde me entra el odio, que nunca conocí. Y aun es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos".
Y así sucesivamente. No menos significativas son las continuas invectivas de Azaña, rebosantes de amargura y despecho hacia los "botarates", "incapaces" o "loquinarios" que, a su juicio –y los conocía bien–, componían los cuadros de mando del republicanismo. Las memorias de otros dirigentes de entonces tienen parecidos tonos.
En años recientes han proliferado las banderas de la Segunda República (la de la Primera fue la tradicional bicolor) en las violentas agitaciones callejeras presididas por el actual jefe del gobierno; y, al calor de la creciente crispación del país, parece retomar cierto auge el republicanismo. No tengo objeciones de principio contra una república, y sospecho que el propio entorno monárquico acabará trayéndola, como en 1931, pero tampoco deseo cambios arbitrarios que sólo pueden aumentar las tensiones. No pondría objeciones a un republicanismo capaz de criticar y condenar las dos experiencias republicanas anteriores pero observo lo contrario, la reivindicación de aquellos demenciales regímenes y de los "botarates" y "canallas" que, en opinión de distinguidos protagonistas de la época, llevaron al país al desastre.
Recuerdo una charla oída al azar en los aledaños de una manifestación: "Si ya tenemos democracia, ¿a qué viene enredar innecesariamente con lo de la república?", decía uno. Y contestaba su interlocutor: "En España la república nunca ha traído democracia, sólo demagogia". Seguimos en las mismas, parece. 
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ABOGA POR REEDITAR EL PACTO ANTITERRORISTA
Barrio: "Zapatero ya nos engañó una vez y es muy posible que lo intente de nuevo".
¿Sólo una vez? ¿Es posible? Aunque en el engaño están ahora unidos PSOE y PP.