El liberalismo ha pasado en el siglo XX por dos grandes crisis ideológicas de consecuencias convulsas, como he señalado en un artículo sobre mis discrepancias con Stanley Payne. La primera tuvo un origen ante todo político: la I Guerra Mundial, un conflicto masivo entre potencias básicamente liberales (exceptuando los imperios otomano y ruso, cada uno en un bando diferente); el origen de la segunda fue económico: la Gran Depresión a partir del 29. A ella habría que sumarle la crisis actual, que no sabemos si dará lugar a nuevas convulsiones o al menos a cambios sustanciales de poder en el mundo, pero seguramente originará nuevos desarrollos del pensamiento económico.
Aunque los especialistas divergen sobre sobre las causas y la misma naturaleza de la crisis actual, tal como se presentan las cosas, la crisis económica parece el resultado de unas deudas enormes e impagables, es decir, de una euforia del consumo no sostenida en último término por la producción. Poco antes de la crisis de 1973, casi todos los especialistas daban por hecho que los métodos keynesianos habían dominado los ciclos y permitían en lo sucesivo un crecimiento estable e ilimitado; asimismo, hasta hace muy pocos años la impresión dominante era que --ahora sí--, se había conseguido el instrumento político-económico que garantizaría dicho crecimiento feliz, esta vez con métodos más liberales que socialdemócratas, más hayekianos.
Mirando a España, el hecho es que si esos métodos han provocado una enorme deuda pública y más aún privada, se debe a que los bancos han ofrecido dinero fácil, a bajo interés, en créditos orientados más al consumo (casas, vehículos, etc.) que a la producción. Naturalmente, el consumo ha tirado de la producción, pero no parece que ese tirón sea ilimitado. La gente y lo políticos se han volcado en aprovechar la ganga (o el engaño, inducido --señalan los críticos-- por los políticos). Las deudas solo pueden pagarse si la producción aumenta, y parece haberse producido un desajuste profundo entre ambas. ¿Quién tiene la culpa? Todos y nadie. El mercado se basa fundamentalmente en expectativas, y todo el mundo invierte con la idea de sacar beneficios, aunque muchas veces sale mal. El negocio de los banqueros es, en principio, como cualquier otro: tratar de ganar dinero. Si han prestado de forma alocada (los bancos alemanes y franceses a los españoles, y estos a los compradores de pisos), tendrán pérdidas. El problema es que las quiebras bancarias tienen consecuencias más graves que las de otro tipo de empresas, lo que les permite ejercer una especie de chantaje sobre el estado. A su vez, a la gente común nadie la obligaba a aceptar deudas que no sabía si podría pagar. Ha sido un engaño mutuo durante años, que contravenía las tradicionales virtudes de la prudencia, la previsión y la frugalidad: ¡estábamos entrando en el reino de Jauja! Casi nadie señaló a tiempo que el cuento se acababa, y a quien lo señalaba se le tildaba de aguafiestas. Nadie quería realmente la crisis, pero sí los factores que llevaron a ella.
Decía Hayek que el sistema financiero tiende cíclicamente a emitir indicaciones ilusorias que confunden a todo el mundo y perturban los cálculos y expectativas de la gente. Cabría señalar que el mercado, al seleccionar las actividades de más éxito en un momento dado, induce a todo el mundo (o a demasiadas personas) a volcarse en esas actividades o valores, hasta que se crea una “burbuja”. Las burbujas serían una consecuencia natural de la actividad del mercado, solo que la burbuja actual ha sido demasiado grande y al sistema le cuesta digerirla.
Bien, valga esto como una simple reflexión a vuelapluma y sin pretensiones, ya que una amable lectora me critica por la falta de atención a la crisis económica. Hay especialistas como Rallo, Recarte, García Domínguez, Llamas y otros, mucho más autorizados que yo, aunque no sé si coinciden del todo entre ellos.
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Sr. Moa,
Leí hace años su libro autobiográfico “De un tiempo y de un país”, que me impresionó mucho. Y este verano le leído también “El tazón de hierro”, de Félix Novales, que encontré en una librería de lance. Los dos me han parecido libros de gran calado. Y es curioso que solo el GRAPO haya dado lugar a unos libros de memorias y análisis de verdadera calidad, una calidad también literaria en el caso del de usted. Las memorias de gente de la ETA son muy pobres en todos los sentidos (excluiría las de Mario Onaindía, aunque la encuentro inferiores a las suyas, más tópicas que De un tiempo...), y del FRAP creo que no hay nada aprovechable (he leído unos diarios de Blanco Chivite, que no dicen gran cosa). A mi modo de ver, usted relata el período de formación, de ilusiones ideológicas y de auge del GRAPO, y ofrece un retrato de fondo de la época lleno de interés, mientras que Félix Novales cuenta el período de mayor degradación ideológica, política y personal de su gente. El de usted explica muy bien la relación entre las ideas y los hechos de este grupo, y también lo individualiza mucho: me da la impresión de que el GRAPO no fue un grupo terrorista más, sino que fue el más intelectualizado y el que fue capaz durante algún tiempo de los golpes más fuertes. La ETA parece una cosa mucho más banal. Félix Novales es muy ingenuo políticamente, y a veces hasta tonto: ¡el hombre se vuelve nacionalista vasco, siendo castellano! Pero sus descripciones de la miseria y el fanatismo son inmejorables. Me ha recordado, salvando las distancias, al “Viaje al final de la noche”, de Céline. Es un viaje al infierno, un viaje que en el de usted solo aparece como un augurio. No me explico cómo estos dos libros no han originado unas reflexiones de alguna profundidad en algunos de nuestros intelectuales. Yo no soy capaz de tanto, pero al leerlos y compararlos vi claramente el juego político y hasta filosófico que podían dar. Tengo idea de que Cristina Losada escribió algo, pero no recuerdo qué y no lo encuentro ahora.
En fin, solo quería comentarle estas impresiones al hilo de “El tazón de hierro”. Y de paso felicitarle por su blog: la mayoría de los blogs españoles son monocordes y monotemáticos, y de todos los que conozco, el suyo es el que trata más cuestiones y de forma más profunda. He guardado en mi ordenador todos los archivos de su blog desde que empezaron, y a menudo los repaso. ¡Una aprende algo con ellos! Quizá le falta ocuparse más de la crisis económica, es lo que echo un poco de menos. Rosa Diéguez-Smith González
****Blog, Manuelp: Se ha especulado mucho con la mansedumbre con la que los judios se dejaron llevar al matadero, pero estas especulaciones pasan por alto que el exterminio fue muy gradual en su gravedad, primero se les hacia creer a los judios que se les recluia en los ghetos por su seguridad y los propios dirigentes de la comunidad eran investidos de autoridad delegada por los alemanes y se propalaban noticias falsas sobre el destino que les esperaba, sin mencionar nunca el exterminio. Poco a poco se iban llevando a cantidades de moradores ante la confusión y desesperación de los demás que no sabían a que atenerse.
Esto tiene poco que ver con las observaciones de Hannah Arendt, que se refieren a la colaboración de las autoridades judías en la Shoah y sabiendo de qué se trataba. Se afirma que los gobiernos inglés y useño conocían desde finales de 1943 o principios de 1944, si mal no recuerdo, lo que pasaba en los campos, y no hicieron nada, pudiendo hacer muchas cosas, desde bombardear determinadas instalaciones de los mismos o las líneas férreas que conducían a ellos, hasta aceptar el canje de un millón o más de judíos por un número poco significativo de camiones, como les propuso Eichmann; prefirieron masacrar a los ancianos, mujeres y niños alemanes desde el aire. Pues bien, lo que pudieron conocer los gobiernos inglés y useño tuvieron que conocerlo mucho antes, con toda seguridad, las autoridades judías que entraban como un engranaje –y un engranaje fundamental—en el proceso de la Shoah. El problema moral que plantea Hannah Arendt no es una cuestión menor, ni mucho menos. Seguramente valdría la pena considerar la opinión de Isaiah Berlin, o la de las autoridades israelíes.
Sobre la cuestión del número de víctimas, coincido con mi corresponsal F. C. J. en que es un asunto importante, pero no soy un especialista en absoluto. Hablo de los seis millones porque es la cifra más divulgada y que me parece posible, aunque, en general, soy escéptico por sistema sobre las cifras generalmente aceptadas, después de ver lo que ha pasado y sigue pasando con las de la guerra civil española. Seguramente hay censos de judíos en Europa antes y después de la guerra, que permitirán hacerse una idea.
****Sr. Moa,
Quiero abundar en el juicio de Anselmo L. R.Valencia sobre su “Nueva historia de España”. Es auténticamente original, sin ser disparatada, como muchas veces sucede: un libro original a fuer de disparatado, de esos hay muchos. Sus análisis sobre la Inquisición, la expulsión de los moriscos y otros temas no son originales, pero están muy bien sintetizados y dejan lugar al debate. Encuentro originales también sus exposiciones sobre la riqueza de Castilla en el s. XVI, sobre el siglo XIX, la Restauración y la evolución política de democratización-involución después de Franco. Yo, por lo menos, no los he leído en ningún autor con la lógica y la claridad de su libro. Y sobre este último tema, acabo de leer su libro “La Transición de cristal”, y por cierto, qué pena que no tenga una portada algo más digna y por lo menos un cuadernillo de fotos en su interior. Una verdadera pena, porque coincido con Payne en que es lo mejor, con mucho, que ha salido sobre esa época que seguimos viviendo. Espero, señor Moa, que su afición polémica no le lleve a pelearse ahora con Stanley Payne, otro de mis autores favoritos. Roberto Arias
Gracias por sus observaciones. No hay pelea con Stanley Payne, solo un pequeño debate intelectual. Algo que es imposible en España, al parecer.