Acebes acusa a Zapatero de "no mover ni un dedo" para impedir que ETA esté presente en las elecciones.
Patético Acebes, con su terrible acusación. ¿Y por qué había de moverlo, si lo que busca es justamente lo contrario? Zapo ha movido todos los dedos, las manos y hasta los pies para asegurar que sus amigos etarras estén presentes en las elecciones. Es parte del "proceso de paz", del proceso de colaboración con los pistoleros y contra el estado de derecho, que el PP ha sido totalmente incapaz de desenmascarar ante los ciudadanos. Cuando no ha colaborado con él, véanse los estatutos.
La ETA sabe tratar a los gorrinos: a golpes, empujones y amenazas. Y los gorrinos saben tratar, con la punta del pie, los ladriditos de caniche de la oposición: "¡extrema derecha", "¡crispadores!".
Unos jueces ligados al poder que burlan desvergonzadamente la ley para favorecer a los asesinos; unos policías ligados al poder que actúan como chivatos de los terroristas; un partido en el poder que no se ha regenerado de su inmensa corrupción y su terrorismo; al contrario, ha empeorado. Un gobierno que colabora con el terrorismo interno e islámico, y con las dictaduras más peligrosas para España. Un gobierno ilegítimo, por todo ello.
Como en la república, el PSOE se ha constituido en la extrema izquierda: asalta las instituciones y rompe las reglas del juego democrático, en alianza con los separatistas y los terroristas. No en vano se siente heredero del Frente Popular. Ante nuestros ojos, la democracia se está desmoronando.
Hace unos días comentaba Álvaro Delgado-Gal la posibilidad de un tercer partido frente a una situación que otorga "un protagonismo desmesurado de los nacionalistas, aceptado por el PSOE; no impedido suficientemente por el PP". Notable eufemismo. El problema va mucho más allá del protagonismo separatista; y el PSOE no lo "acepta", colabora con él y con el terrorismo, para reducir a simulacro la unidad de España y la democracia.
Es evidente que el sistema está en crisis. Pero, a juicio de Delgado-Gal, no hay otra solución que no pase a través del PSOE y del PP: concretamente, se trata de que "reflexionen en serio, y solo después de haberlo hecho es dable que las aguas retornen a su cauce". En otras palabras: no hay solución, pues no hay el menor indicio de que esos políticos vayan a reflexionar, en serio ni en broma. Además, el porvenir de la democracia no puede depender de que unos politicastros "reflexionen", sino de que se imponga el respeto a la ley frente a quienes tienen interés en echarla por tierra. No existe un discurso renovador, sino una profundización en la miseria política.
La degradación de la democracia se manifiesta también en que grandes masas de la población están cada vez menos representadas por los grandes partidos. Algunos consideran una catástrofe el surgimiento de una nueva formación que disputara el terreno al PP, porque "dividiría el voto" de derechas. No le veo el peligro, si se trata de una formación consecuentemente liberal, democrática y partidaria de la unidad de España. La izquierda ya está dividida entre el PSOE e IU, y quizá "Ciudadanos", y ello no le impide ponerse de acuerdo para gobernar. Una gran cantidad de ciudadanos no se siente representada en el PP, y se abstiene de votar por falta de un partido acorde con sus ideas. La efectiva representación de esos ciudadanos robustecería la democracia. El hecho de que las alternativas que están surgiendo al PP sean confusas o de extrema derecha no anula tal necesidad, la vuelve más acuciante.
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Sigamos con nuestra analogía sobre literatura, ciencia y religión. Un científico que se acerca a la literatura, a la música, al arte en general, no puede hacerlo desde los criterios de las ciencias naturales. No solo se impediría disfrutar de todo ello, sino que, simplemente, no entendería nada. En las ciencias físicas se da por supuesta la ausencia de finalismo de los procesos, mientras que el arte, como la actividad humana en general –incluyendo la práctica de la ciencia–, está empapada de finalismo, de intención, desde el principio al final. La intención constituye, precisamente, el elemento clave de la actividad humana.
No obstante, también es posible ver el arte como una emanación, por así decir, de algunas zonas del cerebro, una especie de automatismo creado por la evolución, sin finalidad real, aunque otra cosa parezca a nuestra falsa conciencia. La gente creería obrar con alguna intención, cuando en realidad lo haría gobernada por procesos bioquímicos automáticos y sin finalidad alguna.
Idea sugestiva, desde luego. Claro que también la ciencia, o cualquier otra actividad humana, sería una de esas emanaciones cerebrales sin objeto. La discusión entre ateos y creyentes, podríamos concluir, no es más que el producto de ligeras diferencias en el funcionamiento cerebral de unos y otros, diferencias causadas por los azares genéticos y sin sentido alguno. Por supuesto, sin el menor atisbo de solución: "cada uno es como es", tiene el cerebro como lo tiene, y nadie convencerá a nadie. Aunque los ateos ciencistas podrían esperar que, con el tiempo, sería posible modificar el cerebro de los creyentes, para que funcionase como es debido. Pero, ¿debido para qué?