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****Manifestación este sábado convocada por Alcaraz: El PP no puede asumir la parte del lema que reza: "Ante la traición a España". Porque claramente se siente aludido. La traición es a España y a la democracia, y la "negociación" con la ETA se llama colaboración. La negociación puede ser equivocada, pero en principio no es delictiva. La colaboración del gobierno con banda armada, apoyada por el PP, sí es delictiva. Tenemos unos políticos y unos seudojueces delincuentes. Nada nuevo. ¿Recuerdan a Felipe González?
Y me pregunto: de este descontento extendido ante la situación y los politicastros actuales, ¿no podrá salir un partido con un programa claro y unos líderes honestos? Parece que no.
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José Javier Esparza acaba de publicar el libro Juicio a Franco, que incluye en apéndice una conversación conmigo. Se trata de un notable ensayo, en parte metapolítico, que aborda y deshace gran número de lugares comunes sobre el Caudillo y su régimen. Así analiza el tópico de un Franco “fascista”, sus características muy especiales como “dictador”, aspectos psicológicos o la torpe y trivial mitología antifranquista (el antifranquismo carece realmente de pensamiento: opera mediante reflejos condicionados, como los perros de Pávlov, a estímulos como “fascista” “extrema derecha”, “progresista”, etc., y mi experiencia me indica que no hay modo de inducirle a razonar. No es casual el hecho de que la izquierda y los separatismos nunca hayan producido en España un solo pensador de alguna enjundia).
Como explica en su último capítulo, Franco es la figura española decisiva del siglo XX, algo evidentísimo para cualquier persona que reflexione con un poco de lógica y conocimiento de los hechos; pero que no lo es para muchos, debido a la mezcla de tontería generada por los medios de masas y por la sustitución del pensamiento por el acto reflejo. Como señala el autor, “En definitiva, con Franco tienen lugar las transformaciones más importantes de la España moderna”. No estoy muy de acuerdo, en cambio, con la tesis de que el Caudillo recogió la herencia del “reformismo conservador y regeneracionista”. Ese reformismo ha sido muy sobrevalorado, y en definitiva se trata de un movimiento antiespañol, antihistórico y de un nacionalismo equivalente al vasco y al catalán, que toman forma por la misma época. Y contribuyó como los otros, al derrumbe del régimen liberal y progresivo de la Restauración, con las epilepsias políticas consiguientes.
Hace unos años un historiador medianillo publicó un libro sobre Franco subtitulado “Crónica de un caudillo casi olvidado”. La sagacidad del subtítulo ya dice todo sobre la del historiador. Franco no ha sido olvidado en ningún momento, y quienes menos lo han olvidado han sido sus enemigos. Afortunadamente, hoy asistimos a un renovado interés por su figura desde posiciones más razonadas y razonables. Este libro de Esparza es una excelente muestra de ello.
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Gibraltar, colonia colonizadora
Gibraltar ejerce un efecto corruptor sobre su entorno como sede de negocios turbios y contrabando de drogas y de muchos otros productos: viene a ser un albergue de la delincuencia, una especie de nido piratesco. Pero no me refiero aquí a esa clase de corrupción, sino al efecto corrosivo que ejerce un problema abordado crónicamente de forma inadecuada. La colonia inglesa simboliza mejor que cualquier otra cosa la impotencia internacional española, su papel de lacayo en la arena internacional; y su permanencia corroe toda la política española.
Alguno dirá que no queda otro remedio, dado el escaso poder político-militar español y la gran potencia de Inglaterra, el país europeo con mayor presupuesto militar y aliada preferente de Usa. Pero se trata de una falacia, como aquella otra de que tenemos bastantes problemas para ocuparnos del peñón. Me centraré ahora en la primera. Antes de Felipe González regía aún la política de Franco, seguida por la UCD, sospecho que por simple inercia. Entonces el peñón estaba aislado por tierra y el contrabando perseguido muy activamente. Inglaterra encontraba su colonia cada vez más costosa económica y políticamente, pues la diplomacia española la acosaba también en la ONU y otros foros. Y ello a pesar de que, según vocean los cantamañanas de la política, España estaba “aislada y apestada internacionalmente”. La línea de Franco, acorde con la dignidad y los intereses permanentes del país, incluía una mayor independencia de Usa, manifiesta en su política con respecto a Hispanoamérica y a Cuba (en esta con un considerable error), o rechazando nuestra involucración en la guerra de Vietnam, contra las pretensiones de Johnson.
Fue el PSOE, tan “anticolonialista” en otros ámbitos, el que abrió la verja, justificó implícitamente la colonia y la robusteció. Esa política, reflejo, como decía Julián Marías, de la aversión del PSOE a la España real, histórica, no solo ha permitido a la colonia colonizar a su vez el entorno español, sino que la ha convertido en un negocio boyantísimo para los colonialistas. E inauguró una etapa de servil anglomanía que ve con jolgorio o con disimulo, según los casos, el papel lacayuno de España como “amigo y aliado” perfectamente despreciado (¿puede haber mayor desprecio que el mantenimiento de la colonia?). Se ha producido una especie de gibraltarización de España y en ello seguimos y, por supuesto, seguiremos si no empieza a haber una respuesta ciudadana.
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Causas de la derrota hispanogoda (en "Nueva historia de España")
El derrumbe de España en 711 dio lugar en su tiempo a especulaciones moralizantes, achacándolo a pecados y maldades que habrían socavado las bases del estado. Sentada la tesis, bastaba abundar en ella, exagerando o inventando lo que fuera preciso. En nuestra época se ha querido explicar el suceso por causas económicas o “sociales”, suponiendo un reino carcomido cuando llegaron los moros (…) La tesis más extendida desde Sánchez Albornoz habla de protofeudalización, es decir, decaimiento de la monarquía y disgregación en territorios semiindependientes bajo el poder efectivo de los magnates, tendencia acentuada a partir de Wamba. Se habla también de una desmoralización del clero y del pueblo, ligada esta a una presión fiscal excesiva, e incluso un deseo de la población de “librarse” de una dominación opresora.
A mi juicio, estas teorías recuerdan a las especulaciones moralistas: puesto que el reino se hundió con aparente facilidad, “tenía que” estar ya maduro para el naufragio por una masiva corrosión interna. Pero desastres semejantes acaecen a lo largo de los tiempos. Países al borde de la descomposición se han rehecho en momentos críticos frente a enemigos poderosos; y otros relativamente florecientes han sucumbido de forma inesperada. Así, en nuestro tiempo, Francia y otros países cayeron ante el empuje nacionalsocialista no en cuestión de años, sino de semanas, obteniendo los vencedores amplia colaboración de franceses, belgas, holandeses, etc.; pero nadie sugiere que esos pueblos vivieran en regímenes carcomidos, estuviesen hartos de su democracia e independencia y deseasen que los alemanes les librasen de impuestos.
El éxito musulmán no resulta impensable. Antes habían derrotado, con fuerzas materialmente muy inferiores, a imperios y reinos mucho más extensos y poblados que España, y sin contar con la ventaja de la traición de una fracción de esos reinos, como ocurrió en España (…)
Las noticias del último período hispanotervingio son demasiado escasas para sacar conclusiones definitivas, pero los indicios de la supuesta protfeudalización suenan poco convincentes, pues, para empezar, durante todo el reino de Toledo existieron: son factores centrífugos presentes en toda sociedad, que en la Galia –pero no en España—prevalecieron sobre los centrípetos. Las leyes de Wamba o de Ervigio para forzar a los nobles a acudir con sus mesnadas ante cualquier peligro público sugieren una creciente independencia y desinterés oligárquico por empresas de carácter general. Pero siempre, y no solo a partir de Wamba, dependieron los reyes de las aportaciones de los nobles, y con seguridad nunca faltaron roces y defecciones en esa colaboración. Tampoco hay constancia de que Wamba o los reyes sucesivos, incluido Rodrigo, encontrasen mayor escollo para reunir los ejércitos precisos ante conflictos internos o externos. Aquellas leyes, como las relativas a la traición, podrían servir de pretexto a los monarcas para perseguir a los potentados desafectos, a lo que replicaron la nobleza y el alto clero con el habeas corpus, innovación jurídica ejemplar e indicio de vitalidad, no de declive.
Durante todo el reino de Toledo persistió una pugna, a menudo sangrienta, entre los reyes y sectores de la oligarquía; pero esa pugna, causa mayor de inestabilidad, pudo haber sido más suave en la última época, y no parece agravada desde Wamba (…) En realidad los datos sobre monarcas asesinados y elegidos, sobre la duración media de los reinados o la frecuencia de los concilios indican todo lo contrario (…)
Peso mucho más real tienen sucesos como las hambrunas y las pestes. El país parece haber entrado en un ciclo de sequías, que entonces significaban miseria, enfermedades y hambre masivas. Huido además plagas de langosta no menos desastrosas. Según la crónica árabe Ajbar Machmúa, el hambre de 708 y 709, muy próxima a la invasión musulmana, redujo a la mitad la población de España, dato probablemente muy exagerado, pero indicativo de una tremenda catástrofe demográfica. Poco antes, una peste importada de Bizancio casi había despoblado la Narbonense y afectado al resto. (…)
En fin, todos los daños mencionados, y más que pudieran aducirse, solo explicarían la caída del reino si hubieran impedido la concentración de un ejército suficiente para afrontar a Tárik, lo cual no ocurrió. Las crónicas y los historiadores están conformes en la superioridad material del ejército hispanogodo sobre el moro, y no fue una especial corrupción del poder o la traición hebrea, sino la de un sector de la nobleza, la causa determinante del desastre. Aunque la ley prohibía la alianza con poderes foráneos para alcanzar el poder, este tipo de traición se dio con cierta frecuencia (…) (Nueva historia de España)
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Mentalidad genocida en la Gran Hambruna
Por supuesto, no todos los ingleses tenían una mentalidad genocida cuando se produjo la Gran Hambruna irlandesa. Así, el Morning Chronicle de Londres, condenaba el hecho de que, “so pretextos legales, una población que por generaciones ha vivido en esa tierra esté siendo expulsada a la deriva, sin medios, para procurarse sustento donde lo hay. Ningún derecho privado y ningún derecho público puede inducir a una sociedad a tolerar algo así. No puede justificarse invocando ningún derecho legítimo de propiedad sobre la tierra” (aunque debe decirse que la legitimidad de la propiedad de los terratenientes protestantes era simplemente la del robo y el expolio por el más fuerte). Lord Conclurry escribió: “Alguna vez se ha visto algo como lo que ocurre en este país, con hambrunas casi anuales, con todo tipo de necesidades y viéndose su gente obligad a mendigar o pedir prestado parte de su propio dinero? (pues Irlanda producía grandes cantidades de alimentos en plena hambruna). Y hubo otras manifestaciones de horror por lo que estaba sucediendo.
Existía también la postura disimulada o indisimuladamente genocida expuesta Benjamín Jovett: “Siento cierto horror hacia los economistas políticos desde que escuché a uno de ellos (se refiere a Nassau Senior, catedrático de economía política en Oxford) que temía que la hambruna no matase a más de un millón de personas, ya que esa cifra sería muy insuficiente para solucionar el problema”. Pues una opinión muy extendida entre las autoridades inglesas era que la hambruna venía a ser una plaga providencial para librar a Inglaterra del problema representado por el “excedente” de población irlandesa. Incluso un castigo divino a los irlandeses por “papistas”. Estas opiniones solían enmascararse con hipocresías, pero son perfectamente discernibles en la prensa y declaraciones de la época. (por cierto, también en el Holodomor protestó gente como Shólojof, sin ningún resultado).
¿Cuál de las mentalidades prevaleció: la genocida o la compasiva? La respuesta la dan inapelablemente los hechos. En torno a un millón de irlandeses, quizá muchos más, murieron de hambre y enfermedades derivadas y otra masa inmensa tuvo que huir en la más absoluta miseria y hacinamiento en barcos que hacían su gran negocio con ese tráfico. La gigantesca hambruna no fue, como suele decirse, causada por la plaga de la patata, sino por el hecho de que una gran masa de población hubiera sido reducida previamente a la miseria y a subsistir básicamente de ese tubérculo.
La misma mentalidad genocida se aprecia en algún anglómano del blog cuando pretende que cualquier otra actitud por parte de Londres habría sido “mucho peor”, o pinta un cuadro rosáceo de lo bien que vivían los irlandeses, que al parecer prosperaban en medio de su propia hambre y miseria, o muestra la mayor insensibilidad hacia los cuadros de los niños convertidos en esqueletos ambulantes poco antes de caer definitivamente. Nada remotamente parecido ocurrió en la España que ellos detestan y en general calumnian. Una actitud hoy muy común en España.
Debe observarse asimismo que los protestantes emprendieron campañas de proselitismo prometiendo librar del hambre a quienes renegasen del catolicismo. Con poco éxito, en general. La Iglesia episcopal obtenía además grandes ingresos del diezmo impuesto a los católicos.